"Había una vez... " no es de su propiedad, pero es su único bien.
Su corazón ya late sin ritmo y se sostiene sin pies.
Sus manos ásperas y curtidas están ocultas por la portada de un colorido panorama;
el hambre le sonríe y el se ríe después.
El segundero está en la cuerda floja, sin puntada y sin revés.
Es de noche, a la cama: que los dulces sueños sepas hacer crecer.
Y ese cálido corazón, ¿latía por latir o ya no late por querer?
No hay lugar para el amor; que muera de frío junto al que clama por él.
Una cápsula de tiempo han de ser los días, repletos de nafataleno y miel.
《Pero, si no hay hueco para su sonrisa, ¿que relato para ella inventaré?》
El cuentacuentos duerme a la silla, anclado a las hebillas de sus zapatos sin pies.
Su hálito de talco parece mustio, tan negro; puramente tísico.
Inventa brío en la flaqueza de un hermano sin piel.
De sus ojos sin vida corre un libro tras otro, con sangría en los ojos, pero no en el papel.
Su dulzura se quiebra en los retazos de un quien: la identidad le vacila, pero con ello está bien.
Su voz está dormida y su cráneo en vigilia, pero ningún sueño infante lo ha de saber.
Con los labios secos, desgarrados y mustios persigue una cuota silabaria, una paga gris.
El mismo final feliz para cada historia, para cada vida desgraciada.
Un final tan bello que es capaz de atascar cualquier "¿por qué?".
"Las narraciones son crueles, pero la inocencia las embellece en la memoria; las tergiversa a todo color".
El lobo sonríe a la muchacha en el bosque y luego la tierra lo vuelve nada, pero ¿que pequeño en el mundo conoce la parte infame de un cuento?
Un autor ejecuta un libro, la sociedad lo deprime y el tiempo lo engrasa.
"Y vivieron felices por siempre"; solo una vez más, hasta que ellos se vayan a casa.
《Hasta que llegue a ver a Beatriz, hasta que a mi niña pueda ver》
El teatro esta lleno de fulgor y de risas, pero nada traspasa por su manto auditivo.
La sal en sus ojos perfora sin miedo y dentro de su mejilla sigue un camino furtivo.
Escupe un sinsentido de oraciones y los pequeños lo celebran encantados, aturdidos.
Un cuento más, un minuto menos. Ese ruido feliz, esa sonrisa completa le quita el hambre y le anestesia los sentidos.
Había una vez y otra vez y otra vez y otra vez...
Había una quisiera, ¿habrá otro blanco querer?
Los párpados se cierran y su corazón se encoje ya sin voluntad.
Dulces sueños, tan dulces para quien se permite soñar.
Si la infancia le mintiera aún seguiría narrando, aún con el teatro fúnebre y vacío, sin un rastro de cansancio o de angustia en su garganta.
Pero ya es viejo: mentir no es fácil a quien padece irremediablemente la verdad.
Se desarma el cuentacuentos, permanece en silencio, aguardando solo estar.
Docenas de pasos entran, sin sonrisa, con el mal de la adultez y se llevan a los niños.
Sin maldad alguna los empujan a crecer.
Más tarde el infante anhelará la madurez y pasados ya los años, llorará añorando su juventud.
Pero pobre, pobre niño en un cuerpo alargado y miserable. No sabe que su infancia ha sido sacrificada mucho antes de crecer.
Un espectáculo tan triste de ver; un sonámbulo se queda y mil cadáveres ya no lo ven.
Alguno quizás será un cuentacuentos como aquel, pisando el lecho de mármol en que yace su inocencia y su luz.
El teatro queda vacío, ya casi sin el rastro de la magia o del encanto que poseen intrínsecamente los pichones en el nido.
Todo se deslava, se destiñe, se desploma y queda en un instante dormido.
El maquillaje se marcha con el mar y la tormenta estalla casi automática.
El cuentacuentos ya no puede fingir más.
Un instante solo; queda la sombra de su respiración errática.
Un instante solo y no queda más que su empastada piel conservada en las páginas.
El alba se tarda, no conoce su toque de queda en los cristales de la vieja casa.
《Si no hay lugar para el amor, no hay valor en esta voz de piedra. Lamento ser tan viejo para cuidar de un angelito como tú.》
En casa aguarda una chiquilla, que siempre un cuento espera.
Era Beatriz, despierta y cubierta hasta la coronilla con la sábana.
Tenía el cuento dando vueltas en la cabeza, las manos frías del abuelo cerca de la cara y las lágrimas ardiendo como fuego en la voz.
"Había una vez...". El silencio cuenta la historia.
Y el final feliz que nunca más llegó.
Azulado, a su lado, el cuenta cuentos se desvela. El sueño lo ha vencido y no pudo dormirla a ella.