Agatha Floros estaba en la playa de arena rosa mirando como el barco en el que iba su esposo, flotaba sobre el Mar Mediterráneo. Los extremos del velo que cubría sus cabellos danzaban con el aire marino que traía el viento mientras que lágrimas le corrían por las mejillas pero no porque lo extrañaría sino porque sabía que en cualquier momento regresaría a golpearla nuevamente. Ella quería huir de Creta para ser libre de este matrimonio al que accedió por amor pero en el cual Cupido le había jugado una mala pasada. Su marido era navegante y comercializaba productos con otras ciudades. Es debido a esto que viajaba constantemente. En un principio él era cariñoso con ella pero cuando empezó a salir a las tabernas, el alcohol lo sedujo y lo convirtió en una persona agresiva. Empezó a maltratarla con empujones y gritos hasta terminar rompiéndole la boca a golpes. Agatha le tenía temor. Ella era una joven de veintitrés años, delgada, de piel blanca, cabellos castaños hasta los hombros y ojos verdes. Desde que su marido había comenzado a lastimarla, tenía ataques en los cuales le faltaba la respiración, le venían altas palpitaciones y un miedo excesivo a morir.
Agatha era clarividente, por lo cual, aprovechaba este don para obtener algo de dinero de la gente del pueblo y además hacía pulseras de cobre muy bonitas que vendía a las niñas o mujeres jóvenes. Había leído algunos libros de Paracelso, un alquimista famoso, que enseñaba sobre la piedra filosofal. Uno de sus sueños era hallar esta sustancia para convertir el plomo en oro y así poder independizarse. Aquella noche despertó mojada, con fiebre y aterrada debido a que tuvo una de sus visiones. Soñó que su esposo al regresar la golpearía hasta la muerte. Debía hacer algo urgentemente porque su propia vida estaba en juego. A la tarde fue a ver a su amiga Calíope quien hacía utensilios de cerámica que luego vendía. Eran muy buenas amigas desde la infancia. Cuando la vió se desplomó sobre sus brazos y derramó gruesas lágrimas amargas mientras le contaba la visión que había tenido.
—Tengo un amigo turco y me contó que muy pronto vendrían a invadir Creta, al igual que lo habían hecho con Chipre. Nos conocemos desde hace mucho tiempo y sé que él cuidará bien de ti —le dijo Calíope acariciando los cabellos de Agatha.
—Gracias, amiga mía. Pero… ¿Por qué no vienes tú también conmigo?
—Porque tengo amistad con los turcos y puedo seguir con mi negocio aquí en Creta. Lo siento, Agatha, pero deberás ir sola. La huida será durante el crepúsculo.
Así que Agatha regresó a su casa, tomó algunas de sus pertenencias y fue a encontrarse con el turco a la tienda de Calíope. Cuando estaba llegando, un hombre musculoso, de bigote, la tomó con violencia del brazo y le dijo: “¿Adónde te crees que vas, Agatha?”. Era su esposo que había regresado del viaje antes de tiempo para buscarla porque se enteró que vendrían los turcos a conquistar Creta. La muchacha intentó soltarse pero no lo logró. Su marido comenzó a arrastrarla a la fuerza hasta que un hombre de piel morena lo golpeó por la espalda y cayó al suelo desmayado. Era Berk, el amigo turco de Calíope.
Agatha y Berk subieron a un barco lleno de cretenses y partieron hacia Egipto. Una vez allí, Agatha comenzó una nueva vida. Ahora era libre como siempre lo había soñado. Vivía en paz, estudiando sus libros de alquimia, haciendo pulseras de oro con la sustancia de la piedra filosofal que finalmente había descubierto. Cada tanto, Calíope venía a visitarlos, a ella y a Berk, con quien había iniciado una hermosa y sana relación amorosa. Fin.
por Valeria O.
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