Cuentos

LA IRA DE LA PÚBER

LA IRA DE LA PÚBER

 

El Boeing 747 de matrícula Colombiana había completado su aforo.  Se cumplían los últimos  protocolos para despegar.   Se escuchó por el alto parlante el primer llamado para abrocharse los cinturones.

En la L-16, una jovencita empezaba a pedir ayuda desesperadamente.   Había una furiosa expresión en su rostro y un llanto súbito.   Extendía sus manos desde el asiento hacia una maleta de mano.  Sus dedos trémulos estaban inyectados de sangre, y sus ojos grandes, blancos , moribundos.    De su  boca salían interjecciones y onomatopeyas  que se escuchaban como si estuviese siendo acuchillada:  “eHHH, ahhh, ehhh, mmmmm, waaahhh, ejhhh, ssss,, ehhh… Dios, ayúdame!”

Su madre la rodeaba con la envergadura de sus brazos y trataba de contener sus espasmos.   Apretaba sus dientes y le decía.

-           ¡Cálmate, está bien, cálmate…!

 Todos los pasajeros fueron alertados y les era inevitable  escuchar el inusual suceso.  Madre e hija luchaban  en torno a un eje invisible.   No parecía ser mucho mayor la fuerza de la madre, porque le resultaba difícil contenerla, controlarla.   La jovencita empezó a gritar:

-           ¡No puedes… no puedes…es imposible!

-           ¡Jesús ayúdame!  ¡oh, Dios!

Los pasajeros estaban alarmados.  No comprendían la naturaleza de lo que estaba pasando.   Todos pensaron que a la niña le daba miedo volar y que sufría un ataque de pánico.    Uno de ellos se puso de pie.  Era alto, corpulento, vestido de traje y corbata, de mirada firme.    La madre se sintió intimidada.   Hubo un rumor de voces.  Algunas bastante molestas.  El rostro de la madre iba alternativamente de la niña a la gente y viceversa.     Se acercaba el  momento en el que el avión iba a despegar.   Sin embargo, la jovencita no atendía las instrucciones del alto parlante y seguía forcejeando con la madre.  La chica alcanzó una de las maletas de mano.   E intentó abrirla.

-           Disculpe… - dijo el hombre…  - ¿Me permite?

La madre hizo un gesto de aprobación.  El hombre le arrebató la maleta.

-           Soy más grande que tú… ¿no crees?

-           ¡Es usted un estúpido! –dijo la chica  reforzando las palabras con morisquetas.

-           ¡Cállate! – dijo la madre.

La chica quería atrapar de nuevo la pequeña y lustrosa maleta de cuero  y usaba todas sus fuerzas. 

-           ¡Devuélvemela… devuélvemela!

La madre imploraba:

-           Date cuenta de dónde estamos… por favor…

La madre tenía la cara de grana y la chica la tenía pálida.

-¡Devuélvemela, maldita sea!

-           Jamás pensé que tú.. Oh, Dios… no me hagas esto, por favor – imploraba la madre.

Todos los pasajeros se pusieron de pie.   Miraban y no sabían a quién ayudar.   Ambas mujeres parecían conmover.   El hombre que recuperó la maleta le dijo:

-           ¿Lucharás conmigo?

-           ¡No te metas!

Después comenzó a gritar a todos los pasajeros.

-           ¿¡Qué miran, estúpidos!?  ¡No tienen con sus vidas…!

Un hombre mayor dijo para sí:  “He ahí un resultado”.

-           Dámelo – insistía la chica –¡ dámelo, es mía… es mia…!

Golpeaba las sillas, las arañaba, se tumbaba con furia sobre su madre.  Al fin su madre no la pudo contener más y rodó al pasillo .  Se arrastró en busca de la maleta.  Luego se paró desafiante frente al hombre.

-           ¡Todos dejen de mirarme!  ¡Todos son unos estúpidos!

-           ¡Hija!

Cuando la joven alcanzó de nuevo la pequeña maleta, el hombre corpulento dejó que la tomara.   Ella la abrió como si de eso dependiese su vida.    Por el pasillo avanzó el capitán de la nave y un guardia de seguridad.   La niña le miró.

-           Tu madre podría ir presa … - le dijo.

La chica se quedó quieta, callada.   El piloto se apoderó del celular.




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