Cuentos

EL RETORNO

EL RETORNO

Cuento

 

Cuando llegué al portón de la vieja casa  no pude menos que asombrarme de cómo el tiempo se había detenido allí en arañas centenarias, polvaredas en alfeizares, y  pintura descolorida en escalas cromáticas.  Toqué con la esperanza de que saliera una sonrisa.

Mi vieja, desaliñada, impasible y mofletuda, se asomó escondida en gruesas gafas.

  • Hola – le dije abriendo mis brazos.
  • ¡No sé quién es usted!
  • Pero…

Cerró la puerta de golpe, asustada.  ¿Cómo pude ser tan ingenuo de pensar que ella me reconocería?  Habían pasado veintidós años, largos, pastosos.   Un día había salido por esa misma puerta, con una mochila al hombro, gritando que nunca volvería.  Quería mi libertad por aquel entonces, quería escapar de esa prisión llamada casa materna, en la que se vivía como en un regimiento.  Afuera me esperaba un largo camino, dos amigos indignados de la misma manera y un mundo que quizá me comprendería mejor.   Entonces vino el hambre, la lluvia, la calle, la ropa sucia, la falta de dinero.   Mis amigos no le dieron mucha importancia, yo sí porque nunca había carecido de nada.   Pero guardé silencio. Un silencio necesario, aguanté…

No pasó mucho tiempo para que estuviésemos en otro lugar, más ruidoso, más contaminado que mi pequeño pueblo.  La gente iba de prisa, siempre,  y nos miraba con aire aprensivo, desdeñoso.  Aquellas miradas nos fueron empujando por un laberinto de calles a un barrio lúgubre, de casas desechables y un río cercano.   Más que comida había allí marihuana; fumé sin reparo. Después conocí el bazuco, la coca, las pepas.  Creo que probé de todo y lo que yo creía que era libertad se fue convirtiendo en una larga ausencia de realidad.  El hambre lo saciaba con sacol y ya no sabía si era de día o de noche.   Olía mal, luego ya no olía nada.  Mi rostro se fue volviendo magro, las barbas crecieron y pronto me vi viejo.  El agua del río me devolvía una imagen execrable.  Siempre extrañé a mi madre, quise volver, pero…¿ con qué cara, con qué cuerpo?  Bahhhhhh…  En el fondo sabía que eran excusas, podía volver cuando quisiera.  Pero me gustaba estar ahí, consumir, hablar tonterías, y consumir y consumir…  Una noche le quité la vida a una joven universitaria para robarle su celular.   Fui a la cárcel.  Pague dieciocho años, de una condena de treinta.  Salí distinto, un hombre renovado, creyente, un hombre hastiado,  que se cansó consumir hasta en la cárcel.  El rostro de mi madre llorando, en un sueño, me hizo cambiar.  Y comprendí que aunque estaba en la cárcel,  ¡era libre!, aunque estuviese en el infierno, ¡era libre!  Cuando estuve en las calles de nuevo, salí directo hacia mi pueblo, quería ver a mi madre, pedirle perdón.  A salvo estuvo de mis historias terribles, pero quería pedirle perdón por haberla abandonado.  Volví a tocar la puerta.  Nadie.  Un gato ñarreaba en la ventana.   El sol me dio en la cara toda la tarde.  Algún día tendría que abrir.




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