Adaptación de un cuento popular de origen desconocido
Érase una vez un niño que todos los días, al volver de la escuela, jugaba en el bosque que había cerca de su casa. Allí se entretenía observando insectos con una pequeña lupa, trepando por los árboles en busca de hojas con formas raras o escogiendo flores hermosas para llevar a su mamá.
Un día de otoño, bajo un árbol frondoso que proyectaba una sombra muy alargada, descubrió una fila de setas y enseguida notó que algo se movía sobre ellas. Cuando se acercó vio que sobre cada una había un gnomo ¡Sí, un gnomo de esos de los que tanto se habla en los cuentos y que a veces pensamos que no existen!
Se frotó los ojos para comprobar que no estaba soñando. No, estaba bien despierto y los gnomos seguían allí, mirándole con ojos curiosos y una pícara sonrisa.
Como parecían amigables se puso a charlar con ellos y se convirtieron en muy buenos amigos. Desde entonces cada tarde el pequeño regresaba a casa lo antes posible, cogía la merienda, y se iba corriendo al árbol bajo el que vivían esos pequeñajos tan divertidos que le contaban emocionantes historias del bosque ¡Jamás contó a nadie su secreto!
Pasaron los meses y llegó el crudo invierno. La nieve lo cubrió todo y el niño tuvo que dejar de ver a sus queridos gnomos porque sus padres no le dejaban salir a jugar afuera ¡Hacía demasiado frío y podía resfriarse!
– “¡Qué pena no poder visitar a mis amiguitos hasta que vuelva la primavera! Espero que no les falte comida y puedan resguardarse en algún sitio calentito hasta que llegue el buen tiempo…”
Uno de esos días fríos y ventosos su padre le pidió que le acompañara a buscar leña.
– Hijo, ponte el abrigo, las botas de piel y la bufanda que vamos a buscar algo de madera ¡Abrígate bien!
Tomaron el camino del bosque y casualmente se detuvieron junto al árbol de los gnomos.
– ¡Este árbol es perfecto para talar!
El niño, horrorizado, juntó las palmas de las manos y le rogó que no lo hiciera.
– ¡No, papá, no! Es mi árbol favorito y aquí viven unos amigos míos.
El padre se rio pensando que su hijo tenía demasiada imaginación.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Unos amigos tuyos viven este árbol?… Bueno, bueno, está bien, pero con una condición: a partir de ahora serás tú quien se encargue de recoger a diario un poco leña para para la chimenea ¿de acuerdo?
– ¡Sí, papá, te lo prometo, yo me ocuparé!
El niño respiró aliviado y por supuesto cumplió su promesa. Sin demostrar pereza alguna, todas las tardes después de hacer los deberes dedicaba un rato de su tiempo a recoger troncos y ramas en torno a la casa que luego su mamá echaba al fuego.
Un día, por fin, los rayos de sol empezaron a calentar la tierra con fuerza. La nieve se deshizo y los alegres trinos de los pajarillos volvieron a escucharse entre los árboles ¡La primavera había llegado y con ella el momento que nuestro protagonista había estado esperando con tanto anhelo! Nada más terminar las clases, atravesó el bosque a toda velocidad para reencontrarse con sus amigos los gnomos. Allí estaban todos juntos y sonrientes esperando su regreso.
El más anciano se acercó a él de un saltito y le dijo:
– Bienvenido, amigo ¡El invierno ha sido muy largo y teníamos muchas ganas de verte!
– ¡Yo también a vosotros! ¡Estoy deseando que me contéis nuevas historias!
– ¿Sí? Pues voy a contarte una ahora mismo…
– ¡Qué bien, empieza por favor!
– Nos hemos enterado de que un amigo nuestro ha trabajado todo el invierno recogiendo leña para que su padre no talara el árbol donde vivimos.
– Eh… Sí, bueno… ¡ese amigo soy yo!
El gnomo se rio.
– ¡Ja, ja, ja! Sí, lo sabemos. Es lo más bonito que nadie ha hecho jamás por nosotros y queremos agradecértelo ¡Eres un niño maravilloso y un amigo de verdad!
El ser diminuto metió la mano derecha en el bolsillo trasero de su pantalón rojo.
– Toma esta esmeralda. Aunque parezca una piedra como cualquier otra es una piedra mágica. Si te la cuelgas al cuello y la llevas siempre contigo te traerá suerte y fortuna. Tendrás dinero, salud y amor para siempre.
El niño sonrió y obediente se colocó la esmeralda atada a una cuerda como si fuera un collar.
– Gracias, amigos, muchas gracias ¡Jamás me la quitaré!
– Te lo mereces por ser tan bueno y generoso.
¡Los gnomos tenían razón! La vida sonrió al hijo del leñador y con el paso de los años se convirtió en un joven guapo, sano y afortunado en el amor ¡La piedra era un verdadero talismán! Pero lo más bonito de todo fue que continuó visitando a sus mejores amigos sin que nadie se enterara ¡Seguía siendo su más preciado secreto!