Cuentos

Los loros disfrazados

Adaptación de la antigua leyenda de Ecuador

Cuenta la leyenda que hace muchísimos años hubo un terrible diluvio que inundó las tierras de Ecuador. Las aguas arrasaron campos y los poblados a su paso, obligando a las personas y a los animales a buscar refugio desesperadamente.

 

Según parece, en un valle vivían dos hermanos, un chico y una chica que al ver que la corriente les alcanzaba, corrieron a protegerse en la cima de una montaña. Allí, en las alturas, encontraron una cueva seca y confortable que se convirtió en su improvisado refugio hasta que pasara el peligro.

Una vez dentro se acurrucaron para darse calor y contemplaron atónitos cómo los ríos de agua subían monte arriba a gran velocidad. Más que ríos parecían largas y gigantescas serpientes reptando peligrosamente hacia la cumbre.

 

Sintieron verdadero pánico al ver que en cualquier momento el agua desbordada podía alcanzarlos, pero por suerte ¡la montaña era mágica! Como si tuviera vida propia, cuando el agua estaba a punto de rebasar la cueva, la cumbre se elevó hacia el cielo. No una sino varias veces la montaña creció a su antojo para ponerlos a salvo y los hermanos dejaron de tener miedo.

Eso sí, tuvieron que enfrentarse a otro grave problema: a medida que pasaban las horas tenían más y más hambre. Se encontraban en una cueva sobre el pico de una montaña altísima   rodeados de agua, lo cual suponía un inconveniente porque no había ningún lugar donde buscar alimento.

 

Aguantaron mucho tiempo sin probar bocado, y cuando estaban a punto de desfallecer, dejó de llover.

– ¡Mira, hermanita! Parece que las tormentas y las lluvias han llegado a su fin, pero todo a nuestro alrededor sigue inundado. A ver si bajan pronto las aguas y podemos volver a casa.

– Sí, pero mientras tanto ¿qué comeremos?… Llevamos varios días sin llevarnos nada a la boca y yo ya no aguanto más.

Su hermano la miró con tristeza y la abrazó, pues para eso no tenía solución.

– Lo siento pero solo nos queda confiar en que el agua desaparezca  rápido para poder bajar la montaña y buscar algo que comer.

Esa noche la pasaron como siempre arrimados el uno al otro para no pasar frío. Al amanecer, un rayito de sol se coló por la cueva y despertó a la muchacha. Abrió los ojos y su corazón empezó a latir con fuerza.

– ¡Hermano, hermano, mira esto!

El joven se sobresaltó.

– ¡Madre mía!… ¡Pellízcame por si todavía estoy soñando!

¡No se lo podían creer! Algún desconocido se había colado en la cueva mientras dormían y  había colocado un montón de platos rebosantes de apetitosa comida sobre un mantel fabricado con hojas. Carne, mazorcas de maíz, fruta fresca… ¡Jamás habían imaginado poder darse semejante festín en esa horrible situación!

 

Se lanzaron sobre las viandas como lobos hambrientos y empezaron a devorarlas. Comieron hasta que estuvieron a punto de reventar y después se tumbaron boca arriba, con las manos extendidas y una sonrisa de oreja a oreja.

– ¡Ha sido la mejor comida de mi vida, hermanita!

– ¡Ay, qué rico estaba todo! Me pregunto quién la habrá traído…  ¿Tal vez alguien que nos vigila?

– No tengo ni idea ¡Todo esto es muy extraño!

– Sí, lo es. Esta noche nos quedaremos despiertos por si vuelve y le daremos las gracias.

Esperaron impacientes a que terminara el día y la luna llena apareciera en lo alto del cielo. Entonces se agazaparon tras una roca que había en la cueva y protegidos por la oscuridad  esperaron la visita del misterioso benefactor.

 

De repente oyeron unos extraños ruiditos y de entre las sombras surgieron cinco guacamayos disfrazados de humanos.

¡La visión fue impactante para ellos! ¡Quienes les habían dejado la comida eran cinco loros que iban cubiertos con ropas de personas!… ¡Y volvían cargados con más alimentos!

Estupefactos, salieron de su escondite para darles las gracias, pero cuando los tuvieron cerca, comenzaron a desternillarse de risa ¡Tenían una pinta tan graciosa y estrambótica que era imposible aguantar las carcajadas!

– ¡Ja, ja, ja! ¡¿Pero qué hacen estos guacamayos vestidos así?!

– Sí… ¡Ja, ja, ja! ¡En mi vida he visto cosa igual!  Se ve que vienen de una fiesta de disfraces o algo así.

Al escuchar las burlas, los guacamayos se sintieron muy ofendidos. Sin decir ni palabra se miraron a los ojos y se largaron volando en un abrir y cerrar de ojos.

Los chicos salieron disparados hacia la entrada de la cueva y comenzaron a gritar con lágrimas en los ojos.

– ¡Oh, no, no os vayáis por favor! ¡Sentimos mucho haberos disgustado!

 

– ¡Por favor, volved! Nos salvasteis la vida y os lo agradecemos muchísimo ¡Os lo suplico, perdonadnos!

Los guacamayos ya surcaban el cielo muy cerca de las nubes cuando el viento les llevó el llanto desconsolado de los hermanos. No pudieron evitar sentir mucha pena por ellos y como eran animales de buen corazón, hicieron una pequeña pirueta en el aire y regresaron a la cueva de la montaña.



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En el texto hay: cuentos, cuentos infantiles

Editado: 08.03.2019

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