Cuentos Clásicos

Rumpelstilskin

Para un niño de la calle la vida no es color de rosa, y menos en invierno donde todos los huérfanos esperan ser rescatados de las frías paredes de aquel edificio mugriento y desvencijado, el aire se colaba por el techo y una de las ventanas esta remendada con tablones de madera que dejan entrar el frío de la nieve mientras cuaja. Un niño, un niño de diez años que es ya demasiado mayor para ser adoptado tan solo puede soñar desde fuera de un ventanal con el fuego de una chimenea calentándole la punta de los dedos y una amorosa madre entregándole una taza de chocolate caliente con un par de malvaviscos mientras cenan en familia y abren los regalos de navidad.

Pero es tan solo eso, sueños de un niño desesperado por escapar de su realidad, él, él es uno de esos niños que se resisten a no creer que le espera algo mejor, que algo tiene que venir y hacerlo feliz, que algún día ese tal niño inmortal vendría a buscarlo y se lo llevaría donde no crecería jamas. La víspera de noche buena esta despierto tiritando de frío y maldiciendo a la celadora gorda y gritona que los mata del hambre mientras ella se encierra en la despensa para comer pan con mermelada de fresa. Esa noche es extremadamente fría, la nieve fuera cae tan espesa que hace ruido al caer sobre la que ya esta cuajada en la calle y se amontona en las entradas de las casas, con su fina colcha vieja y desgarrada se asoma por las rendijas de los tablones de la ventana para ver aquello que mas anhela, al niño inmortal, a Peter Pan.

Peter Pan era un cuento que una de las celadoras mas ancianas le contaba antes de dormir, por desgracia la mujer murió hace años pero le prometió en su lecho de muerte encontrar al niño e ir con él a ese mágico mundo del que hablaba su cuento. En cuanto vio el barco de Pan surcando los cielos no se lo pensó dos veces, corrió por la atestada habitación donde les hacían dormir a todos juntos y abrió la pesada puerta de madera maciza sin molestarse en si hacia ruido o no, despertar a las celadoras le era indiferente, cogió las barras de pan que estaban reservadas para el desayuno y se hizo un petate con la colcha, subió al techo y ahí encontró anclado el barco, subió a el cual polizón y en cuanto menos lo pensó estaba surcando los cielos lejos de aquel lugar maldito e infesto donde tan solo recordaba malos tratos y tormentos.

Pero la llegada a la isla de Neverland no fue lo que él pensaba, ese niño mimado de Pan era uno de esos niños que se cree la gran cosa solo por tener algo de valor, descubrió al poco de estar allí  que Pan le tenia un especial amor a esa pequeña hada que siempre la acompaña, esa bola de luz daba poderes increíbles gracias al polvo dorado que desprendían sus alas. Para él que nunca ha tenido nada y ver que un niño abandonado tiene algo que proteger y amar y él no solo pensaba en una sola cosa: ese hada resolvería todos sus problemas, gracias a sus poderes mágicos podría conseguir todo lo que deseaba desde hace años.

La robo, delante de las narices de Pan robo a esa bola brillante y se la llevo lejos, lejos de nunca jamas a otro reino y la encerró, sabia que no podría escapar de la sombra de Pan por mucho tiempo pero sin su mejor arma el niño crecería y con suerte olvidaría el capricho infantil que le movía a perseguirlo.

Durante muchos muchos años vivió en una pequeña aldea, en una casa en lo alto de la montaña, por fuera, parecía la mas típica y humilde de las casas pero por dentro estaba llena de riquezas y lujo, las alacenas llenas y barriles llenos de vino colmaban el sótano así como baúles llenos de oro y piedras preciosas. En esta aldea, dentro de este reino, encontró el motivo por el cual desde muy pequeño se le daba bien el pillaje, los trucos son su fuente de ingresos, los dones que el hada le dio solo hizo aumentar esta habilidad. Con los años, él fue conocido como el duende del bosque, no le molestaba el sobrenombre aunque ya no fuera un niño y fuera todo un hombre, su fama lo precedía y a él acudían todo tipo de personas, desde la mas humilde a la mas rica en busca de que les ayudara, a cambio, una compensación le era debida y de no recibirla bien hacia en cobrarla.

Conforme se hizo adulto su avaricia y codicia fue a mas, cada vez usaba mas polvo de hada que lo hacia mas poderoso, con mas habilidades especiales y con mas ganas de usarlos, claro esta para el mal, solo para su beneficio personal, su alma había llegado a un nivel de oscuridad que si alguien hubiera tenido el valor de echar una ojeada dentro se hubiera perdido en la negrura.

Uno de esos días, en los que estaba ocioso paseando por el bosque buscando algún ruego que lo tentara a ir y ayudar escucho a un hombre ya anciano decir: "le dije al rey que mi hija podía convertir la paja en oro, no con mala intención pero se lo creyó y ahora mi hermosa hija esta encerrada en una mazmorra entre paja y paja". Él, que vio venir el ruego de la muchacha espero y espero hasta que la noche cayera hasta que en el fondo del eco que traía la calma lo escucho: "¿qué haré ahora? no se convertir la paja en oro, ojala alguien me ayudara a salir de aquí", escucho frotándose las manos con regocijo y con un chasquido de dedos apareció en un calabozo, sus pies pisando paja y la muchacha medio agachada en el suelo llorando desconsolada.

--- Yo te ayudare a convertir la paja en oro --- dijo asustándola

--- ¿Usted... usted me ayudaría? --- asintió mientras salia a la luz de la única vela que había --- Pero no tengo nada de valor para ofrecerle a cambio señor duende...

Él, sorprendido y no porque conociera su identidad levanto la vista de sus uñas bien cuidadas y se fijo en ella: labios de fresa y un precioso rubio en su cabellera, su piel era de porcelana y era la mujer mas bella que había visto en sus años de vida, con esos ojos color avellana que lo miraban esperanzada.

--- Me contentare con tu collar mujer... --- dijo extendiendo la mano



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En el texto hay: amor, cuentosdehadas, cuentos cortos

Editado: 01.05.2023

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