Cuentos con propósito y a propósito

La falta de atención: Una enfermedad del alma

Un día que parecía ser uno como cualquier otro, la pequeña Cinthia que jamás había faltado a clases despertó sin intenciones de levantarse, se encontraba muy resfriada. En ese momento recordó que el día anterior por estar haciendo sus tareas como solía hacer en las tardes, quiso investigar y aún adelantar el tema que estaban llevando en clases. Nada le apasionaba más que las matemáticas, unos buenos números en la cabeza jamás podían faltarle. A pesar de su corta edad podía resolver problemas matemáticos que personas mayores que ella al solo leer el enunciado les comenzaba un dolor de cabeza intenso.

El día anterior, como era habitual, ella estaba totalmente entretenida con sus tareas que ya le resultaban demasiado sencillos, por tanto, comenzó a adelantarse en los ejercicios, los problemas y las fórmulas. Había pasado tanto tiempo ensimismada que no se dio cuenta de la hora que era y ni se había duchado; era una niña de hábitos y cuando algo que ya tenía programado en su mente no resultaba, se atrasaba o no cumplía el horario que ella misma se había impuesto se sentía muy mal y culpable. Por tanto, dejo todo tal y como estaba y corrió a la ducha para cumplir aunque fuera tarde con su hábito usual. A pesar de que sus papás le habían advertido de que no era buena idea hacerlo, no pudieron detenerla porque también solía ser bastante decidida cuando tenía algo en mente (muchos dirían que hasta obsesiva).

Esa mañana sintió la consecuencia de su mala decisión tomada, pero no iba a admitir que esta fue una mala decisión. Se dispuso a levantarse aún a pesar de estar ardiendo en fiebre y casi muriendo lentamente buscó su uniforme y se dispuso a cambiarse de ropa. En ese momento se escucho que alguien golpeaba la puerta, era su mamá que como todas las mañanas le avisaba para que se levantase y alistase para llevarla al colegio, aunque no era necesario, pues ella ya estaba casi lista cuando esto pasaba. Ese día fue uno anormal, pues su hija no estaba cambiada y se notaba de lejos lo enferma que se encontraba.

-Cinthia, no puedes ir a clases así, ¿Acaso no te sientes mal? Yo te veo moribunda apenas sabiendo lo que haces -Dijo su mamá que la veía sorprendida.

-Si me siento mal, mamá, pero no quiero faltar a clases, no puedo... En todos estos años de vida que tengo jamás lo hice -Dijo Cinthia con un tono de voz bastante serio.

-Por favor, hija, apenas tienes 13 años y ya pareces mi abuelito que fue a la guerra queriendo contarme alguna de sus historias de esfuerzo y valentía.

Sus papás sabían que su hija no iba a ceder tan fácilmente a su petición de no ir a clases, la conocían muy bien así que llamaron a un médico amigo de la familia que tenían, el cual la reviso y también aconsejó que no vaya a clases por lo menos por unos días y le recetó algunos medicamentos para ayudarla, pues esta fiebre era bastante compleja. A pesar de que a Cinthia no le gustaba la idea de no ir a clases y dejarse ganar por una simple fiebre (como consideraba en su mente), esta vez tenía que obedecer a sus papás y al médico, no tenía más opciones.

Como estaba tan acostumbrada a las rutinas, no se sentía bien al no tener nada que hacer o permanecer en cama simplemente acostada, pero esta vez sus papás y el médico tenían razón, pues se notaba el desgaste físico y mental que esta enfermedad repentina le estaba causando, aún así, conversaba por mensajes con su mejor amiga quien le contó todas las novedades del colegio y, sobre todo, las tareas que debía hacer.

-Cinthia, fue un día normal, no te sientas tan mal -afirmó Sara en llamada de Whatsapp con su mejor amiga.

-Puedes decirme eso, pero no sirve de nada, mi perfecta racha de tantos años de no faltas se arruinó. No lo entenderías... -dijo Cinthia en tono serio.

-Si, probablemente no lo entienda, pues no soy tan obsesionada como tú con las cosas de los estudios, debo irme amiguis, tomaré el té con mis papás, ¡Qué te mejores, besos!

-Gracias amiguis, pronto nos veremos, te extrañé mucho -dijo terminando la llamada y pensando en que ella también debería ir a comer algo, pues esas pastillas estaban mejorando su apetito.

Fue a la cocina lentamente para servirse un poco de leche con galletas, como era usual por su trabajo, sus papás aún no estaban en casa. A pesar de que siempre le demostraban amor, ella podía sentir su ausencia pues trabajaban mucho para darle lo mejor, aunque ella en su mente los necesitaba a ellos más que el dinero. Estaba ensimismada en estos pensamientos, cuando de repente escucho ruidos en la puerta, su papá de forma casi mágica había entrado en la casa.

-No logré llegar a tiempo hijita, había mucho tráfico, se supone que tenía que servirte el té yo mismo. Lo siento -dijo su papá apenado.

-No te preocupes papá, más bien, me sorprende que estés aquí si normalmente llegas mucho más tarde. -dijo Cinthia con una galleta en la mano.

-Claro, pero pedí permiso por hoy para cuidarte como se debe, aunque igual me atrase. Ve a la cama, te llevaré toda esta comida y ahora deja de usar esa enorme pero hermosa cabecita que tienes y deja que tu padre te cuide -le dijo con un tono paternal y abrazándola con mucha dulzura.

-Papi no es necesario... -decía ella que no estaba muy acostumbrada al afecto en general, pero ese abrazo la había renovado completamente.

Fue obediente y se fue a la cama, cuando después de un momento su papá entró y efectivamente le había llevado las galletas la leche y le besó la frente. -Procura descansar después -dijo su papá para luego salir de su habitación.




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