Las nubes están grises, sé que pueden sentir mi dolor. Levanto cada uno de mis pies con lentitud. Estoy cansada. Las cadenas pesan, las siento más ahora que camino. Los gritos de la multitud me aturden. Me cuesta mirar sus caras, no logro enfocar mi vista.
—¡Entra ahí! —grita nuestro escolta.
Siento náuseas. Mi compañera no para de llorar. Miro su cara enrojecida. El terror en su rostro parece mayor que el mio. Vuelvo mi vista a las escaleras. Debo bajar hacia la oscuridad. Con cuidado, toco el primer escalón. No quiero, pero mi temperamento firme me mantiene inexpresiva. No hablo, no lloro, solo siento.
—¡Por favor, no nos dejen aquí! —suplica mi compañera.
—El ritual no puede ser interrumpido —dice el alcalde del pueblo—. De verdad es una pena que les tocara —escupe un intento de consuelo, mas su cara no muestra ni una pizca de arrepentimiento.
Puedo sentir el odio, la rabia que emerge en mí. Y aunque quisiera decirle de todo, solo levanto mi mentón en alto. Me dedica una fugaz sonrisa; lástima, querrás expresar.
Cierran la puerta de un golpe. Los llantos se intensifican. Comienza a gritar mientras golpea la madera. Ingenua, no pierde la esperanza.
Escucho un zumbido. ¿Por qué ha dejado de llorar? Mi piel se eriza. No veo nada, no escucho nada. Mi ritmo se acelera. El miedo consume cada partícula en mí. «Transfórmate» susurra una ruidosa idea en mi cabeza. «Entrégate» vuelve a susurrar. Cierro los ojos. Da igual, todo está oscuro. «Dime, ¿qué quieres? ¿Salir?».
—No. —Por fin mis labios se mueven—. Quiero venganza —sonrío convencida.
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Editado: 19.01.2024