Cuentos cortos

Nunca es tarde

—¿Te acuerdas cuándo nació Matías? —preguntó inseguro.

—Si, a la semana te fuiste de casa por el cansancio de sus llantos —Ella recordó con una pizca de tristeza.

—Fue un momento difícil —intentó disculparse.

—Sí en ese momento hubiera sabido que la bebida sería mi enemigo… —hizo una pausa para tocar su nariz—. Lo siento, de verdad lo siento —sollozó.

—Yo tampoco fui el mejor —gestionó una mueca en su boca.

—Hay tanto dolor entre nosotros. —Secaba sus lágrimas con servilletas—. ¿Crees que esto pueda funcionar?

—Si… —Soltó un amargo suspiro—. Mi dolor, aumenta si estoy lejos, duele menos cuando estás a mi lado —confesó luego de mirarla a los ojos. Él sabía que su nariz roja y el brillo en su mirada, era su expresión más sincera de arrepentimiento.

—Gracias… —Presionó sus labios para contener la emoción. Le fue difícil creer que él volvería a buscarla—. Estamos un poco viejos. —Pausó para mostrar una torpe sonrisa—. Pero, puedo sentirme como aquel día que me regalaste el primer ramo de flores.

—El primero de muchos —sonrió satisfecho al recordar.

—Y… cuando Matías se quería mudar con mamá porque tú me querías más a mí que a él —sonrió tímida.

—Siempre fue un niño caprichoso. —dijo convencido—. Quién diría que ahora nos dejaría por su familia.

—Creció —suspiró—, es la única explicación que encuentro.

—¿Cómo va a reaccionar a nuestra cita?

—Va a estar sorprendido —sonrió—. Pero sé que le va a encantar.

—Brindemos —levantó su copa—. Porque nuestra chispa nunca se apague.

—Salud. —Rozo su vino con el suyo—. Por la reanimación de nuestro amor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.