Cuentos cortos

La dicha

—Cantinero, sírvame otra jarra —deja caer su brazo sobre la mesa.

—¿Estás seguro que esta es la ubicación? —observa el mapa entre sus manos.

Ríe seguro de sí, y toma un sorbo largo de cerveza. Exhala y exprime su frondosa barba.

—¿Si conoces el poema? —mira a su compañero con suspicacia.

—Pero, ¿siempre fue literal?

—Tan famoso y nadie lo toma en cuenta. —Vuelve a reír y golpea la mesa de nuevo—. Salvación, riquezas todo lo que quieras vas a encontrar ahí.

—Y ¿usted pretende que le crea? —enrolla el papel—. ¿Por qué compartiría conmigo esta información? Solo un necio no callaría tal preciado tesoro.

—Puedes llamarme necio si así lo quieres. —Recuesta su espalda sobre la dura madera de la silla—. ¿Qué puede perder si lo busca?

—El tiempo —gruñe.

—¿Solo eso?

—¿Usted es un loco, o un estafador?

—¿Qué gano?, ni te cobro ni te exijo. —Suspira—. Miles como usted rechazan la cruz, porque lo consideran un poema popular. —Señala su nariz—. Esta cosa siempre está ahí, pero nunca la veo, ¿acaso no es obvio?

—Yo sabía que perdería el tiempo con un vago como tú. —Se levanta molesto.

—Búsquela, y verá que le sobrará. —Levanta su jarra para brindar por otro forastero más que da su espalda.

Sonríe satisfecho de gozar la paz que muchos añoran. Pero una mueca de tristeza se le asoma, porque aún no encuentra con quien compartir tal dicha.




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