Vivo la vida como quería. Entro en cualquier tienda y llevo lo que se me antoje, el dinero ya no es problema. Comer y probar de todo, sin engordar o sufrir subidas de tensión. Mirarme al espejo y sentirme estupenda con mi atuendo, todo encaja, todo está en su lugar. Ser la anfitriona perfecta, y llevarme bien con las personas. Ya nadie pone mala cara. No hay estrés ni ansiedad, soy feliz. El sol no quema, y disfruto de un día en la piscina sin temor al agua, mientras planeo mis próximos viajes; daré la vuelta al mundo. Con emoción debato si debería ir primero a París o a Roma. Ahora tengo tantas opciones que no importa cual escoja, disfrutaré cualquier elección.
Suspiro, saboreando lo que me costó llegar hasta acá. Ya no volveré. Siento un pinchazo en el labio. Que extraño, no veo nada que me lastime. De nuevo, toco mi boca, es doloroso. Mi visión se nubla, y pasa de un día soleado a una habitación oscura. Su mirada insistente me hace molestar. Volteo mi cuerpo hacia el otro lado de la cama y me cubro la cara. Detesto que me clave su garra en mi boca para despertarme.
—¿Qué quieres? —gruño. Maulla como respuesta. Es tonto preguntar, obviamente se lo que quiere: comida—. Déjame soñar por lo menos, ¿no te es suficiente que tenga que trabajar para alimentarte? —Vuelve a maullar, y clava su pequeña garrita en mi pie.
Me levanto molesta de la cama. Esta es la peor alarma del mundo.
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Editado: 19.01.2024