Miro la taza aún por acabar. Suele caerme mal el café frío, pero hoy ya no me importa. Todo es confuso. Que triste que te tiren a un lado por malentendidos sin sentido. Mis tardes pasan con lentitud. Ya no quiero seguir resolviendo los sudokus de esas revistas viejas y desgastadas que encontré bajo la mesa. Abrazo mis rodillas, busco la esperanza perdida, el consuelo de querer seguir despertando cada día. La superstición se llevó todo lo que tenía. Cómo es posible ser excluida como un animal al que ya no quieres. Mis lágrimas son la defensa viva de que: yo no eché mal de ojo a nadie. Mucho menos a un pequeño tan dulce como lo era él. Si, lo odiaba, porque se robaba la atención de todos, pero no le deseaba el mal. Yo solo quería demostrar que no necesitaba de una pulsera para evitar maleficios. Nadie, absolutamente nadie, sabía que moriría después de arrancarle aquel “amuleto protector”, que llevaba puesto desde que nació.
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Editado: 01.05.2025