El cielo amenaza con llover. No puedo regresar a casa. De repente todo parece distinto, no encuentro el camino de vuelta al estacionamiento. Sabía que no debía separarme del grupo de excursión. Pero la charla estaba tan aburrida, que vi mejor idea el ir por ahí y explorar por mi cuenta. Me encanta la naturaleza, y está semana he tenido tanto estrés, que mi amiga me ha recomendado este viaje de encanto. Sin embargo, ella no contaba con mi poca capacidad para mantener el interés. Si pensó que estaría encantada todo este rato escuchando historias tontas, pues no me conoce.
El frío de la noche no me ayuda, mi teléfono se queda sin batería. Hay una cabaña arriba de esa colina, de seguro ahí vive el vigía del bosque. Subiré a preguntar. Apenas llego veo que la puerta está abierta. Está cálido adentro, la chimenea tiene rato encendida. Solo falta una taza de chocolate caliente. Y de repente, como si se tratase de un deseo, aparece una taza humeante sobre la mesa. Sonrió con ironía, la agarro y suelto un: «gracias» lleno de confianza. ¿Acaso me desmayé y ahora alucino? De pronto escucho una música suave y relajante. La verdad, sea lo sea, no parece estar mal quedarse.
Al pasar varias horas, comienzo a sentir migraña por la música que no para. Tengo que salir de aquí. No hay nadie, no ha venido nadie en todo este rato. Ya no sé si estoy viva o no. Salgo de la cabaña. El bosque está muy oscuro. Al quinto paso de alejarme, siento un dolor en la cabeza que me hace caer de rodillas. Está presión es horrible. Aprieto con fuerza mi cien. Regreso a la puerta de la cabaña para confirmar el líquido que corre por mis manos. Sangre. Mi cabeza está sangrando. Entro para lavarme. El dolor se detiene. Salgo de nuevo y al momento vuelve el entumecimiento. Corro de regreso. No puedo salir de la cabaña.
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Editado: 01.05.2025