Cerró la puerta de la casa. Ambos llegaron exhaustos de una larga jornada de trabajo.
—¿Lista para comenzar el ritual?
—¿Cómo? —pregunto nerviosa.
Debe ser un juego de palabras, de esos que siempre usaba. No es posible que él sepa lo que ella hace cada noche encerrada en el baño. ¿Cómo se enteró? ¿Acaso olvidó el libro viejo, heredado de la familia desde antiguas generaciones? No, siempre lo esconde bien. ¿Dejó alguna pintura expuesta de los pentagramas que siempre practica? Sería obvio hasta para ella. ¿Puede que supiera que sus cremas diarias tienen efectos especiales? Tampoco, ella no hace las recetas en casa.
—El ritual, amor —volvió a comentar con una sonrisa amable—. Cada noche que llegamos, repetimos siempre lo mismo: nos ponemos cómodos, lavamos los platos, cocinamos juntos. Vemos algo en la tele mientras cenamos, luego subimos a cepillarnos. Tu entras al baño, a cuidarte el cabello, o yo qué sé. Mientras yo juego unas partidas en la compu. Luego nos acostamos en la cama, lees tus comics favoritos, y yo continúo con la novela que ya estoy por acabar.
—Ah… de eso hablas —soltó una risita.
—Sí, ya tengo el próximo libro que leeré, me emociona mucho comenzar otro.
—Ahora que lo dices, es cierto que siempre repetimos la misma rutina —comentó pensativa.
—Como si alguien nos hubiera hechizado, ¿no? —Movió sus dedos, fingiendo lanzar un encantamiento.
—Si… —respondió, metida dentro de su cabeza.
La idea no dejó de darle vueltas. No se había dado cuenta, pero hace un par de meses que no discutían. Ya nada le molestaba, ahora vivía tranquila, concentrada en lo suyo. Todo empezó después de aquella confesión: ella quería terminar con la relación, pero al día siguiente se levantó con un pensamiento distinto.
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Editado: 01.05.2025