Caminaba despacio entre las lápidas. Se sentía perdida. Cada flor marchita que veía le hacía doler aún más su corazón. Miró el cielo, pidió un deseo: ser como el viento, volar por donde quisiera, sin sentimientos, sin penas que olvidar. Después de tomar aire y cerrar los ojos por un par de segundos, continuó con sus pasos lentos. En la última lápida encontró un minino, acurrucado sobre el cemento, dormía sin notar su presencia. Se acercó con delicadeza, el felino despertó al sentir el tacto de la chica.
—Tranquilo —dijo mientras lo acariciaba—. ¿Tú también perdiste una parte de ti? —Sonrió al ver que, el animal, recibió bien sus mimos. Encontró en el gato un fugaz consuelo y reanudó sus pasos. Sin embargo, esta vez tenía un acompañante que caminaba adelante.
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Editado: 01.05.2025