Cuentos cortos de terror

Cuadros abandonados

Creo que estamos todos de acuerdo en que alguna vez hemos sentido curiosidad por saber que se esconde tras muros abandonados por la sociedad. Eso es lo que les pasó a Marta y sus amigas.

Las tres habían sentido una gran atracción desde que tenían memoria hacia la casa abandonada que ponía fin al pueblo en que habían crecido. Desde fuera no aparentaba tener nada en espacial que la diferenciara del resto de lugares en esta condición. Los grafitis que cubrían el exterior de los muros se encontraban parcialmente ocultos por la espesa hierba que rodeaba el sitio por varios metros, delimitando su gran extensión. Y sus dos plantas de antigüedad reflejaban la arquitectura de la ya lejana época en que se construyo.

Otros podrían haber pensado que adentrarse en ese lugar era la llamada urgente al peligro. Encontrarse cara a cara con vete a saber qué insectos y tal vez con algún que otro vagabundo o drogadicto. Pero para Marta y sus amigas era la oportunidad de dar remedio a la curiosidad que las poseía desde niñas, cuando jugaban imaginando que harían cuando se encontraran acogidas entre sus muros.

Había llegado el día. Finalmente, habían reprimido cualquier rastro de miedo y se disponían a adentrarse en el lugar. Decidieron aprovechar una de sus quedadas semanales, puesto que sus padres se hubieran cerrado en banda frente a esa ocurrencia si se les hubiera informado. Así que, llegado el momento, se encontraron frente a la verja que limitaba su extensión.

Una vez reunidas, procedieron a saltar la verja una por una, ayudándose las unas a las otras. Y, ya en su interior, las puertas se empezaron a abrir ante ellas frente la ausencia de candados.

Después de recorrer algunas habitaciones, Marta se fijó en un pasillo que parecía que la llamara. No sabía por qué, pero tenía algo que hacía que quisiera adentrarse. Así que, junto a sus amigas, se dispusieran a atravesarlo.

Era un pasillo muy largo, lleno de giros, en el cual, cada pocos metros, había colgado un cuadro. En cada uno de ellos se podía ver algún detalle, como un jarrón o un árbol, junto a una mujer sonriente. En cada uno de los cuadros, la misma mujer parecía observarlas. Resultaba perturbador, pero no podían evitar seguir adelante, hasta que una de ellas se detuvo.

―Es como si nos estuviera siguiendo ―dijo Claudia frente a uno de los cuadros.

―Sería la propietaria de la casa ―respondió Marta deteniéndose junto a ella―. Parecen representar lugares de la casa, el sofá que se veía en el anterior se parecía bastante al que hemos visto antes ―Claudia la miró con curiosidad. No se había fijado en él, así que retrocedió para verlo una vez más.

―Marta… ―manifestó desde la distancia― ¿En él aparecía la mujer?

Marta se acercó nuevamente a él mientras le respondía que sí. Pero cuando llegó su memoria parecía haberla traicionado, puesto que en el cuadro solo se encontraba el sofá.

―Esto no me está gustando, vámonos de aquí ―dijo Claudia aterrada―. Laura, vámonos de aquí ―llamó buscando con la mirada a su amiga―. ¿Dónde está?

―Habrá seguido adelante mientras hablábamos ―respondió Marta, autoconvenciéndose de su teoría.

Ambas corrieron en su busca, hasta que Claudia se detuvo una vez más frente al anterior cuadro que habían visto antes de retroceder.

―¡Marta!

En oír su nombre, se detuvo y retrocedió hasta donde su amiga se encontraba paralizadas y le preguntó qué ocurría. Ella en silencio señaló el cuadro. Ya no estaba aquella mujer. Sin necesidad de palabras, corrieron a por Laura, temiéndose lo peor.

Aquel pasillo paresia infinito. Por más que corrían y giraban esquinas, parecía que no llegaban a ningún lado, como si en un laberinto sin bifurcaciones se encontraran. Así que, cuando ya se encontraban exhaustas, se detuvieron una frente a la otra.

―No tiene sentido ―dijo Marta―. No ha podido correr tanto. 

Una vez levantó la mirada en busca de una respuesta, se encontró con los aterrados ojos de Claudia, mirando por encima de su hombro. Instintivamente, se giró tratando de ver que era eso que aterraba tanto a su amiga. Y no tardó en comprobarlo.

En el cuadro al que daba la espalda, se representaba a una persona diferente a la mujer del resto de cuadros. Una chica perturbadoramente familiar colgaba del cuello por una soga colgada de un árbol. Era Laura.

―¡Tenemos que irnos de aquí! ―chilló Claudia antes de salir corriendo en busca de la salida.

Marta aún seguía frente al cuadro tratando de buscar un argumento lógico que explicara todo aquello. Pero antes de que pudiera encontrarlo, los gritos de Claudia la devolvieron a la realidad de la que trataba de escapar.

Corrió a su rescate, pero después de girar unas pocas esquinas, se volvió a encontrar con el rostro de la mujer, esta vez fuera del cuadro. Sus ojos se encontraba a pocos centímetros de los suyos, pero, por muy aterrada que estuviera, parecía que le hubieran sido arrebatadas las cuerdas vocales.

Incapaz de gritar pudo ver aquella sonrisa que las había estado siguiendo desde los cuadros. Y, poco a poco, pudo ver como aquella sonrisa inocente pasaba a ser cada vez más sádica, al igual que sus profundos ojos.



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En el texto hay: relatos, cuentos, terror

Editado: 16.02.2024

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