Cuentos cortos de terror

Helado

Su mujer lo estaba esperando en la sala. Para variar, ese día parecía estar contenta.

―¿Cómo te fue en el trabajo, amor? ―le preguntó ayudándole con la chaqueta y con la gorra. Colocó las prendas en el gancho sin dejar de sonreír.

―Bien, muy bien ―respondió el esposo―. Hoy hice de chofer de una celebridad. ―Él trabaja como chofer de una empresa de limosinas.

―¿Conseguiste su autógrafo?

―Sabes que las políticas de la empresa lo prohíben.

―¡Lastima! ¿Quieres un poco de helado?

―Pero es la una de la mañana. Creí que me esperabas despierta porque querías algo de intimidad esta noche.

―Es tú helado favorito, con el jarabe que tanto te gusta. Lo terminé de preparar hace un par de horas.

―Si eso te complace, sí, quiero un poco de helado.

Su esposa le dio un ligero beso antes de dirigirse a la cocina. El esposo la siguió, algo contrariado. Especialmente porque era raro que su esposa fuera tan complaciente, últimamente no tenía más que seños fruncidos y malas maneras para con él. Fue por eso que decidió darle por su lado.

La mujer le sirvió cuatro generosas bolas de nieve color rosado y le escanció un buen chorro de jarabe rojísimo. El esposo se lamió los labios y empezó a comer. La esposa no comió, se limitó a mirarlo con una sonrisa perenne. En algún momento pensó que esa sonrisa era algo sospechosa, pero desde luego eran tonterías suyas.

―¡Estaba delicioso! ―exclamó cuando terminó la fuente, ¡y vaya si lo estaba!― ¿De casualidad habrá más?

―Sí, pero si quieres otro poco, tendrás que servírtelo tú mismo.

―Pues lo hago.

Cogió la fuente y fue al refrigerador.

―El jarabe y la nieve están a los lados de la cabeza ―dijo su mujer.

El esposo iba a reír, por lo absurdo del comentario, pero la sonrisa murió en una mueca cuando abrió la puerta del refrigerador. A un lado estaba la nieve, rosada, y al otro, una jarra de rojo jarabe, y en el centro, la cabeza rubia de su actual amante. El gesto de la cabeza era de absoluto terror.

―Fue la última vez que me fuiste infiel ―susurró su mujer a sus espaldas.

El plato resbaló de su mano y se estrelló en el piso. Los fragmentos se esparcieron en todas direcciones. Iba a darse la vuelta cuando sintió la primera puñalada.

Más tarde, ya muy de madrugada, la mujer se sirvió algo de helado y empezó a comer con deleite. Dejó la puerta del refrigerador abierta, donde dos cabezas la miraban con los ojos abiertos de terror.




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