El hombre estaba atado contra el tronco de un viejo álamo, en el corazón de un viejo bosque; atado de pies y manos y amordazado. Sus ojos, abiertos de espanto, me miraban con pupilas dilatadas por el terror y la incertidumbre. Me quité la máscara para que me viera el rostro. Seguro eso no le dijo nada. Y por qué iba a hacerlo, si hasta ese día nunca nos habíamos visto.
―Comprende, amigo ―le dije. Me acuclillé para estar a la altura de sus ojos―. Esto no es personal. Verás, me dijeron que sólo así podría deshacerme de un extraño sueño.
Le enseñé el cuchillo, filoso hasta para la madera, y el tipo se debatió, aunque claro, era inútil. Todo era inútil. De su garganta brotaron extraños ronquidos: supuse que intentaba decir algo. Pero yo no estaba allí para escucharlo, sino para hacer mi ritual.
―No sé quién eres ni me interesa ―proseguí―. Sólo eres alguien a quien los azares de la mala fortuna pusieron en mi camino. Antes de que mueras, de un modo que estoy seguro nunca imaginaste, déjame contarte por qué estás aquí, atado, indefenso, aterrado, con la muerte resollando en tu cuello.
»Verás, hace un mes tuve un sueño muy raro, promovido por no sé qué cosa. Estoy seguro que tú tampoco sabes. ―Lo miré y él pobre desdichado negó con la cabeza―. Bien. Verás, soñé que comía carne humana ―continué. El hombre se asustó más, si cabe―. Pero no era sólo comer carne, sino que yo la cortaba de un hombre todavía con vida. Increíble, ¿no? Lo sé, fue un sueño aterrador. ¡Si tú te espantas, imagina lo que me asusté yo!
Sí, y vaya si me asusté. Desperté aterrado en esa ocasión, incapaz de comprender de dónde había salido pesadilla semejante. Pero supongo que todos tenemos sueños sin sentido. Pero es que el mío fue más allá.
―Te preguntarás: ¿me va a matar sólo por un tonto sueño? ―reí―. Ojalá hubiera sido sólo eso. El asunto, Hombre Que No Conozco, es que esa pesadilla se convirtió en parte de mi vida. Sí, como lo oyes, se repetía en mis sueños y me acosaba en la vigilia. Mi vida sólo giraba en torno al mismo sueño: Yo cortando carne de un hombre vivo y comiendo la misma.
»¡Terrible! ¿verdad? Creí que me volvería loco. Hasta miraba la horrible escena en mi entorno. Me volví un mar de nervios y perdí mi empleo por tal estado. Mi novia me dejó un par de días después. Y el sueño seguía allí. ¿Es qué pensaba destruirme?
»Así que acudí a un loquero ―proseguí con el monologo―. Le conté que tenía un sueño que me estaba matando, claro que no le dije de qué iba ese sueño, y él me dijo que debía procurar que ocurriera en la realidad, tal vez así cesaba. No conforme fui con un brujo. El tipo parecía tan mal bicho que sí le conté el asunto con lujo de detalles. ¿Y adivina qué me dijo? ―no hubo respuesta―. ¡Qué debía hacerlo realidad! Y puesto que en el sueño el sujeto del que comía aparecía con el rostro en sombras, dijo que no importaba la persona, con tal que lo hiciera. Sólo así me dejaría en paz ese mal sueño.
»Así que aquí estamos. Te elegí a ti porque eres un vagabundo que nadie echará de menos. En el sueño no mataba al tío, pero, verás, no puedo dejar que vayas por allí contando lo que aquí va a ocurrir. ―Inhalé y exhalé con profundidad―. Bueno, se acabó la historia, a lo que venimos.
Cuando empecé a cortar, los ojos del hombre se abrieron, si cabe, todavía más, llenos de dolor y desesperación. Después de comer debo admitir que la carne humana no es mi favorita, menos cruda, pero tuve que hacerlo para que el maldito sueño me dejara en paz.
*****
Ha pasado un mes y el ritual de comer carne humana funcionó muy bien. Ya no me ha acosado el extraño sueño y he recuperado la compostura. Conseguí un nuevo empleo y recuperé a mi novia. El asunto es, verán, que llevó dos noches soñando que vuelvo a comer carne humana, con la diferencia de que la víctima ahora tiene rostro: se trata de mi novia. ¡Cielos! ¿Qué voy a hacer?