Cuentos cortos de terror

Soledad

El odio es para la gran mayoría el peor sentimiento del mundo, pues destruye no sólo a la persona receptora, sino que trasciende, se exterioriza y daña a un incalculable número de individuos. La indiferencia, es para otros peor que el odio. La indiferencia ante la necesidad ajena, ante el prójimo, ante todo aquello que nos rodea. La rutina, dicen otros, pero esta la aceptamos como algo esencial en nuestro diario vivir.

Para mí, el peor sentimiento es la soledad. La soledad y la indiferencia. La soledad es mía, la indiferencia es cortesía del mundo. Pero la soledad no es sentimiento, dirán algunos, es una situación o un estado. La soledad está tan arraigada en mí que la considero un sentimiento. Es un sentimiento que detesto, que aborrezco con todas mis fuerzas, y ella sólo se aferra más a mí.

Mi nombre es Josué, y estoy solo. Perdí la movilidad de mis piernas algunos años atrás, en un trágico accidente. Mientras todavía tenía dinero del seguro no estuve tan solo, la soledad vino cuando se me acabó. Se alejaron mis amigos, uno de ellos se llevó a mi novia, y el único hermano que tengo, está tan ocupado dirigiendo su empresa que tampoco se acuerda de mí. Creo que le repugno.

Ahora vivo en una casita sucia y de una sola planta en los barrios bajos de la ciudad y vivo del mezquino subsidio del gobierno, que apenas alcanza para sobrevivir. Hace ya tres años que vivo aquí, y he estado solo cada maldito segundo, una soledad abrumadora, que sobrecoge el alma y me encoge el corazón en un puño. ¿Quieren saber que es el sufrimiento?, pues experimenten la soledad en su más puro estado.

Al principio pensé que podía cambiar los derroteros de mi vida. Es cierto, estaba inválido, ya no podía caminar, salir a pasear, caminar de la mano con una mujer (si supieran las largas horas que lloraba pensando esto), pero también sabía que había otras cosas en la vida. Me gustaba leer y era fanático de los deportes, amaba las series de televisión y las películas. Aún había ciertos placeres que me era posible disfrutar.

Busqué empleo en mil lugares. Enviaba mi hoja de vida por mail o correo tradicional porque no me era posible andar dando vueltas por allí, pues las únicas dos veces que lo hice detesté las miradas que recibí, y la forma en que la gente se alejaba, esos gestos… No voy a llorar, no lo haré. Adivinen cuántas ofertas recibí, exacto, ninguna.

Entonces, como amante de la lectura que era, pensé en escribir. ¡Claro, qué bruto! No tenía nada qué hacer, podía escribir doce horas al día. Sería famoso y admirado, qué importaría mi discapacidad si lograba que la gente me amara a través de las letras.

Mi primera novela estuvo lista en un mes, lo de escribir lo había tomado en serio. Escribí una segunda, una tercera, una cuarta y hasta una quinta. Todas diferentes, todas rechazadas. Se murió mi fe, mi esperanza, comprendí la crueldad del mundo y deseé morir.

No me atreví a quitarme la vida. Y no lo pienso hacer, aunque motivos sobran. Acepté la derrota, me di por vencido. Y quedé enclaustrado. Recibía el cheque del gobierno por correo, hacía las compras por teléfono. Nunca nadie vino a visitarme. Me resigné a la televisión y a buscar novelas pirateadas en la red y a mirar por la ventana.

Miraba a un niño con su madre, a un chiquillo correteando con su perro, a los jóvenes en sus motocicletas, a las parejas de enamorados, a aquél que intentaba tomar la mano de la chica y ella la apartaba, lo vi todo, y todo el tiempo las lágrimas afloraban por mis ojos. Lo que nunca vi fue a alguien llamar a mi puerta, ningún amigo, ningún pariente. Estaba solo, brutalmente solo. Sin futuro, el pasado difuminándose, el futuro oscuro.

¡Soledad! ¡Soledad! Soledad que anidas en mi alma, que se enraíza en mi corazón, que estruja mi vida, que exprime hasta la última gota de deseo por la vida, dejando sólo una cáscara que respira, que no vive. ¡Ay soledad! ¡Ay mundo cruel!

¡Oh, cuántas veces recé! El asunto es que hay tantos dioses y religiones que no sabes si hay alguno real, si lo son todos, o todos son falsos. Por eso no rogué a ningún dios concreto, sólo recé e imploré, si había alguien allá afuera, que escuchara mis ruegos, por favor que los atendiera. ¡Recé para ya no estar solo!

Fue cuando vino la sombra, el ser oscuro que ahora habita conmigo. ¡Ahora ya no estoy solo! La soledad es el peor sentimiento del mundo, la aborrezco, la detesto, es el sentimiento que más hace llorar al mundo. Ahora la prefiero a ella, prefiero estar solo a estar acompañado de ese ser. No sé lo que es, ni quiero saberlo, sólo sé que es un ser sacado de alguna pesadilla, informe y oscuro, aterrador, ronda por la casa sin parar. Lo único que es uniforme son sus ojos, grandes, naranjas, malévolos. Son el anuncio de alguna fatalidad, de un pasadizo al infierno que él me hará traspasar.




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