Cuentos cortos de terror

Susurros

―Niña, niña. ―La voz al principio es un susurro lejano, como un recuerdo de otra época―. Niña, niña, ven, te estoy esperando.

La niña escucha con sobrecogimiento. El susurro le da miedo, al mismo tiempo que la hace evocar recuerdos felices de una época cercana en el tiempo, pero lejana en la memoria. Extraña combinación.

―Niña, niña ―repite en un susurro.

La niña tiene la sensación de que es algo que ya ha vivido, la voz le parece conocida y pugna por encontrar el recuerdo que le revele su identidad.

―¿Me recuerdas? Soy yo, y he venido por ti.

Poco a poco deja de ser susurro y se convierte en una voz fuerte, cercana. Imagina a algún ser grotesco arrastrándose por algún recoveco oscuro, y su miedo incrementa. Pero esa voz… es tan conocida, tan añorada.

―¿Papá? ―Se oye preguntar, aunque no nota abrir los labios―. ¿Papá, eres tú?

―¿Quién si no, cariño? ―replica la voz, tan cercana, tan cálida, tan anhelada.

―¡Oh, papito! ―La niña se echa a llorar, con sollozos que nacen del alma, lágrimas de alegría―. Pensé que me habías abandonado y que te habías perdido.

―No lo estoy, nunca lo estuve ―responde la voz del padre, que la envuelve en un confortador abrazo―. Estaba lejos, pero vine por ti, ¿vendrás?

La pregunta es una promesa, la promesa de un futuro juntos, de una dicha sin límites, del abrazo antes de dormir y después de despertar, de los cuentos a la caía de la noche, de las historias en sus rodillas, de los días de picnic. Su voz es la promesa de todo eso, y también de algo más, de algo que palpita al fondo de todo, que se esconde, que no augura nada bueno. Pero es una promesa tan lejana, que comparada con la voz cálida del padre… no hay mucho que pensar.

―Sí, por favor, llévame contigo.

Durante un instante siente cómo su padre se acerca, ella tiende sus manitas delgadas por las semanas en cama, y su padre la empieza a tocar. Siente el contacto frío, que eriza hasta la columna. Empieza a gritar. Siente al contacto frío rodearla como un lienzo, pero ella no ve nada, sólo siente e imagina algún monstruo de ultratumba.

―¡Oh, hija, cuanto tiempo esperé este día! ―dice el ente que dice ser su padre y la arrastra con él. Ella no ha dejado de gritar.

*****

La madre abre la puerta de un golpe. La acompañan el cura del pueblo y un brujo, ambos ahogan una exclamación cuando ven al ser oscuro y horrible que desaparece en un rincón con la hija de la mujer. Ella corre, pero ya es demasiado tarde.

―Debió sucumbir ―dice el cura―. La insistencia del demonio quebró su resistencia.

―La insistencia del padre, corrijo ―dijo el brujo―. En este mundo las almas llegan a hacer cosas terribles. Cuando se contaminan con la esencia del otro lado, no se detienen ante nada, no dudan en atacar a su propia familia.

―Yo le corrijo a usted, caballero, ninguna alma humana se corrompería tanto.

―Ya callaos los dos ―dice la madre―. Me importa un pepino sus elucubraciones. Nadie pudo salvar a mi hija.

****

―Madre, madre, madre…

La mujer despierta aterrada. Es un susurro, una voz, esa voz… se niega a aceptarlo. «Una pesadilla ―se dice―, sólo es una pesadilla». Sin embargo, es una voz demasiada anhelada. Se vuelve a dormir.

―Madre, madre, madre…

―¿Cariño, hija, eres tú?, ¡qué alegría oírte!




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.