Cuentos cortos de terror

El maullido

Habían pasado tres días desde que se perdiera Lana, la gata que tenía más pelos que piel de Andrea. Esa tercera noche lloró igual que las dos anteriores.

La gata se la había regalado su tía Lucrecia para su sexto cumpleaños, que había sido dos meses atrás. La niña había amado a Lana desde el primer día. Sus padres se quejaban mucho sobre que era mañosa y traviesa, pero Andrea creía que lo hacían con cariño.

La tercera noche tras haberse perdido, Andrea se quedó dormida después de derramar abundantes lágrimas. Estaba triste por su gatita, sólo de imaginar lo que le hubiera o pudiera estar pasando le hacía un nudo…

La despertó un maullido. «¡Lana!», pensó al instante. El maullido se repitió medio minuto después. A la pequeña no le cupo duda de que se trataba de su adorable mascota.

―¡Mamá, papá, Lana volvió! ―gritó, dejando la cama.

Abrió la puerta y se asomó al exterior. El paisaje campestre estaba tenuemente iluminado por las estrellas. Era una noche sin luna. Buscó con los ojos a su mascota, al no verla llamó:

―¡Lana!, ¿dónde estás?

La gata maulló. Andrea descubrió a su mascota al otro lado del cerco que había diez metros más adelante. No la veía bien, sólo el bulto pardo que era el color de su pelaje.

―¡Lana! ―exclamó emocionada y se echó a correr.

No había dado ni tres pasos cuando una mano fuerte la detuvo.

―Eso que está allí no es tu gata ―dijo el padre.

―¡Es Lana! ¡Ha vuelto! ―insistió la niña.

Lana murió hace tres días ―dijo su madre, que se había acercado a ellos―. Tu papá y yo la enterramos.

Lo decía en serio. Andrea les creyó. Al menos lo de que la habían enterrado. Pero Lana no había muerto, estaba allí, podía verla, y la llamaba.

―¡Lana no está muerta! ¡Está allí! Y quiere que vaya con ella.

―Te hemos contado que tu abuelo está muerto, ¿cierto? ―dijo papá―. Es lo que decimos de puertas para afuera. Lo cierto es que un día regresó un corcel que se había perdido días atrás. Yo en ese tiempo no sabía qué cosa era ese caballo, pero tuve miedo, y salí para advertirle, pero era demasiado tarde. El caballo se lo llevó y nunca más lo volvimos a ver.

―¿Es cierto? ―preguntó la niña, cuyo corazón sentía miedo.

―Yo entonces era un niño. Desde entonces, no ha habido un día que no tenga miedo.

―¿Entonces… la gata…?

―No sé lo que sea, pero no es tu gata. Mañana te enseñaremos su cadáver.

―Duerme con nosotros esta noche ―dijo mamá―. No sea que esa cosa logre convencerte de ir con ella.

Y era cierto. Al otro día la llevaron al patio trasero y exhumaron el cadáver de Lana. Pero a la noche siguiente, los maullidos regresaron. Andrea se ha resistido. Pero vuelven y vuelven y cada día es más difícil. Es Lana, es su querida gata que viene a decirle que la necesita, que tiene que ir con ella.

Andrea se pregunta cuánto tiempo podrá resistirse.




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