Cuentos cortos de terror

El único inconveniente

Me gusta mi vida solitaria. Tal vez sea porque toda mi vida me ha gustado la soledad. Cuando estaba en casa, prefería la soledad de mi habitación, mi viejo sillón rojo y un buen libro. A veces salía a pasear, a recorrer los jardines, sentarme a la sombra de algún árbol, siempre con un buen libro. Leer es algo que me ha encantado desde pequeña.

Por eso fue que empecé a visitar este bosque en el que ahora estoy. Hay un parque cerca de aquí, pero yo sólo iba a él para llegar al bosque. Más al oeste hay un riachuelo de agua cristalina que serpentea con gracilidad entre los troncos gruesos y frondosos, millares de animalillos bajan a beber a él y siempre es posible ver un pajarillo sobrevolándolo.

Al este hay una cordillera no muy elevada, donde el sol se levanta entre dos crestas, provocando alguno de los amaneceres más lindos del mundo. Pero, sobre todo, me gustaba venir aquí para leer. Siempre viene poca gente, de modo que podía relajarme y sumergirme en otros mundos sin temor a ser interrumpida.

Ahora he hecho de este bosque mi casa. Me gusta, no me puedo quejar. Siempre puedo acomodarme bajo algún árbol y leer a placer. Cada semana voy a la antigua biblioteca de mi familia, pues conozco un pasadizo secreto, y devuelvo los libros que me traje la semana anterior para traer otros. Desde hace años la biblioteca no deja de crecer, es como si supieran que yo sigo visitándola.

Me gusta estar aquí. Nadie me molesta y los animales me conocen de tanto tiempo que ya no les importa que corretee entre ellos. A veces la noche me da algo de miedo, pues en algunas ocasiones he llegado a entrever ojos que me dan miedo, ojos malignos y no puedo evitar pensar en aquel día… Me escondo, y cuando sale el sol, todo el miedo ha desaparecido.

A la mañana busco los libros en su escondite y sigo leyendo. Viene gente, no a diario, pero sí a menudo. A veces me aparto y continúo con la lectura. Cuando la persona me parece agradable lo acompaño, a veces me entero de sus problemas y trato de hacerlos sentir bien, otras veces sólo vagabundean o se bañan en el riachuelo. ¡Oh, me sonrojo al recordar a ciertos chicos!

Me gusta estar aquí. Me gusta mucho. Casi no pienso en mi pasado, tampoco me preocupo por mi futuro, sólo disfruto el presente.

El único inconveniente es que no me puedo alejar de este bosque. Apenas puedo ir un rato al pueblo, después tengo que volver, pues un ansía que se vuelve dolorosa me compele a volver al bosque. A veces quisiera visitar a mis tíos en Londres, a mi abuela en París, quisiera navegar en el Atlántico, surcar el cielo en un avión, ir a la biblioteca de Washington.

A veces quisiera sentir el roce de un hombre, sentir sus manos fuertes en mi piel, sus labios candorosos en los míos, ¿qué se sentirá yacer con uno? A veces, a veces, hay tantas cosas que a veces quisiera. Pero ninguna es posible. Es el único inconveniente.

No puedo salir del bosque porque aquí morí. Aquí mi corazón colapsó cuando tenía dieciocho años. Vi como mis padres quitaban el libro que tenía en mis manos y se llevaban mi cuerpo, yo los seguí, pero era joven aún y no pude abandonar el bosque. Cada vez puedo alejarme más, pero siempre tengo que volver, quizá en diez años, en cien, en mil, quién sabe cuánto tenga que permanecer en este estado. 

De todas formas, me gusta lo que soy, estar aquí. ¡Hay tanta paz! El único inconveniente es que estoy muerta.




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