En una llanura de media muerte había una comunidad de reptiles. Estos seres se regían por la ideología del más fuerte y a cada rato se podían observar como las ranas y los lagartos se desafiaban por la repartición de territorios.
Un día, el lagarto Jackson estaba en una reunión grande en la que participaban todos los reptiles de menor tamaño. Estos protestaban que el territorio en el cual ellos gobernaban no era suficiente para la gran cantidad de habitantes que había. Y se quejaban de los más grandes y temerosos reptiles que se habían apoderado de bastantes terrenos, aún siendo ellos muy pocos.
Jackson, el lagarto, se encontraba discutiendo un plan con sus compañeros, aunque algunos de ellos estaban haciendo cuentos y chistes.
—Hace una semana —comentaba la rana Richard—... la serpiente del territorio sur se encontraba furiosa porque no había comido en mucho tiempo. Y esta hizo un alboroto en el lugar al ver a una ardilla. Yo, que estaba cerca del lugar, escuché como muchos lagartos salieron huyendo, pero no pude reaccionar a tiempo y cuando me preparaba para saltar, la serpiente chocó contra mí, haciéndome estas heridas.
Muchos rieron y le dijeron despistada a la rana. Pero Jackson escuchó atentamente su historia, y luego de varias horas en charlas, cuando ya comenzaban a hablar seriamente, el lagarto hizo su intervención.
—¡Apuesto todo lo que tengo a que puedo negociar con el dragón para que nos anexe parte de su territorio! —exclamó con asombrosa seriedad.
—Tú y cuantas moscas más —se burló uno de sus compañeros, al que le siguieron otras risas.
—Ya verán —terminó diciendo Jackson.
Al otro día, para la sorpresa de todos, el pobre lagarto se acercó al dragón con un mazo de barajas en la mano, y comenzó a negociar con este.
—A ti, dragón, que eres el más grande de todos los reptiles y gobiernas por sobre todos nosotros. A ti, quien nunca has perdido contra nadie. Te reto a un duelo.
—¿Y qué osadía se atrevería a hacer un miserable lagarto como tú lo eres, como para enfrentarme, a mí, que soy el más grande y fuerte de todos los reptiles? —cuestionó el dragón con su voz imponente. Y de un momento a otro vio como el pequeño desafiante sacó la baraja y se las mostró.
—Es tal y como dices, gran dragón —contestó—, tú no podrías perder con un miserable lagarto como lo soy yo, así que te reto a un juego de barajas.
—¿Acaso quieres burlarte de mí, renacuajo? —se enfadó el dragón—. Bien, acepto el reto, pero si gano me servirás tú y toda tu familia hasta el día de sus muertes.
—Bien, pero si yo gano, nos cederás terreno a nosotros, los reptiles pequeños, para que hagamos una expansión de nuestro hogar.
—Desde luego —aceptó el dragón, pensando que no había forma en que eso suceda, y luego procedieron al juego.
Cuando comenzaron a jugar, un montón de criaturas se dispusieron a rodearlos. Algunos fueron para apoyar al lagarto Jackson, otros fueron a burlarse. Aunque algo era muy claro, ese era el único día en esas tierras en el cual todos los reptiles estaban juntos, las serpientes y los cocodrilos se asomaban para presenciar el evento y burlarse del lagarto, mientras que las ranas, lagartos e iguanas estaban esperanzados con esa partida, y apoyaban con toda su alma a Jackson.
De un momento a otro Jackson terminó ganándole al dragón, y este quedó estupefacto por haber perdido con ese pequeño renacuajo. Cuando le preguntaron al lagarto como lo hizo, este respondió:
—Es simple, yo llevo años jugando con las barajas, y el dragón es el mejor peleando, no jugando.
Así, gracias al lagarto Jackson, todos los reptiles pequeños lograron tener un territorio más amplio, y el dragón iba cada cierto tiempo a retar a Jackson para jugar barajas de manera amistosa.
"Para vencer a alguien grande, no se debe luchar en sus juegos, si no, invitarlos a jugar en los tuyos".