Cuentos cortos para el café

El hombre olvidadizo

El sombrerero miraba su reloj de bolsillo cuando sonó la campanilla de la puerta, y se sorprendió al ver como entraba un hombre todo sudado y agitado a la tienda.

El hombre en cuestión se acercó a él y puso sus manos temblorosas en el mostrador, haciendo que Héctor, el sombrerero, se ponga nervioso:

—¿E-en qué puedo ayudarle señor?


—Lo siento mucho...  por entrar así —suspiró— pero, ¿me puedes dar un vaso de agua?


—Claro —afirmó Héctor. Enseguida guardó su reloj y preparó un vasito de plástico con agua fría que tenía a sus espaldas, entonces se lo entregó al señor, quien se lo bebió rápidamente.

El cliente, llamado Jacinto, era un hombre blanco de sesenta años con el cabello lleno de canas, tenía un saco puesto, por lo que le faltaba un sombrero para estar completo. Sin embargo, había algo más por lo que estaba desesperado, Héctor vio como se revisaba sus bolsillos a cada instante, así que le preguntó:

—¿Hay algún problema, señor?


—La verdad, sí —dijo molesto—. Hoy se supone que era mi vuelo, pero al llegar al aeropuerto me dí cuenta que olvidé el pasaporte en mi casa... —hizo una mueca intentando sonar gracioso, entonces continuó—. Y para completar, al regresar a la ciudad noté que también se quedó mi sombrero, pero esta vez en el aeropuerto, ja, ja. Parece que me estoy haciendo viejo.

Después de decir eso, Jacinto había recuperado su estado normal, así que procedió a comprar el primer sombrero negro que vio, mientras le contaba más sobre su fatídico día a Héctor.

A pesar de su edad, Jacinto recorrió muchas calles a pie, pero esa ciudad en la que había crecido ahora le resultaba un laberinto. El hombre en su juventud corría varios kilómetros diarios, pero ahora se había agotado a las dos esquinas. Hace apenas diez años era el hombre más habilidoso en su empleo, pero ahora tenía problemas para recordar asuntos importantes. Ya era un hombre viejo, en un parpadeo tenía canas, era un anciano y su cuerpo tenía arrugas.

Al hablar sobre eso, Jacinto pensó que ya había perdido el horizonte de su vida y, lo último que esperaría era la muerte.

Héctor, por su parte, le dijo unas palabras de aliento, de esas que se le dice a un extraño para que deje atrás su tristeza, sin esperar buenos resultados. Sin embargo, al parecer las palabras que le dijo sí sirvieron de algo, ya que él señor sonrió y le agradeció.

—Eres un sombrerero muy agradable, Héctor —admitió Jacinto—. Gracias a tu simpatía me siento mucho mejor ahora, espero que escuchar a este viejo no te haya aburrido.


—Hombre, eres quizás el cliente con el que más he hablado en esta tienda, gracias por compartir tus malestares, cualquier cosa puedes venir de nuevo a charlar, aquí estaré.

Luego, al terminar de pagar, el señor se dio la vuelta e iba a salir, pero Héctor reaccionó:

—Oiga, Jacinto —el sombrerero se acercó y le entregó algo en la mano—. Este es un buen reloj de bolsillo, está hecho de plata y me lo entregó un hermano hace bastante tiempo, sé que apenas te conozco como para darte algo tan apreciado, pero por favor, acéptalo, así me recordaría y vendría a charlar de nuevo.

Hasta ese momento Jacinto se había reído poco, pero en ese instante mostró sus dientes y su rostro se llenó de alegría. Entonces le dijo a Héctor unas palabras que le harían eco en su vida durante mucho tiempo, y no porque fueran profundas o de gran impacto:

—¿Sabes? Debido a momentos como este, agradezco mucho mi vida.

Luego de esto, se dijeron adiós por última vez y Jacinto salió de la tienda.

Años después, Héctor recordaría con nostalgia y melancolía aquella tarde en que, al cerrar su tienda de sombreros y salir, encontró a Jacinto tirado en un asiento al otro lado de la calle, con el sombrero negro puesto y su reloj en la mano, donde parecía descansar, pero al acercarse, el sombrerero notó que realmente había perecido.

En ese entonces no lo había comprendido, pero ahora sospechaba que ese anciano estaba muy consciente de su cercana partida, y que entró a la tienda para despedirse de alguien a su manera, logrando que un desconocido como lo era Héctor llorara por él y le recordara para siempre.



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En el texto hay: cuento corto, drama, relatocorto

Editado: 02.12.2022

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