1875 palabras
Inhalo hondo como si fuera la primera vez que respiro en días. Mis párpados pesan, pero mi cuerpo se siente extrañamente liviano. La cama en donde reposo es bastante cómoda, suave, podría dormir un rato más aquí.
La voz de una niña me obliga a interrumpir mi intento de conciliar el sueño, pero no me produce ningún tipo de sensación; es más, hasta puedo decir que la siento familiar. Me siento en la cama y la veo sentada en el piso, en efecto, es una niña con un vestido blanco impecable, este tiene pequeños bordados de flores en el centro del pecho y a lo largo de la basta. La niña es muy blanca, pálida, más que la leche, casi pareciera que puedo ver a través de ella, pero su expresión me advierte que ni si quiera lo intente.
No me había detenido a pensar que no tengo idea de dónde me encuentro. Es un cuarto acogedor y me siento como en casa, pero esta no es mi casa.
Pienso por un segundo, no me siento como si lo estuviera.
Respiro profundo. Intento sentirme triste, asustado o de alguna otra forma, pero mi ser es indiferente a esa premisa, quizá se niega a aceptarlo.
Me levanto de la cama y me acerco a la niña, puedo ver como el negro de su cabello resalta sobre su piel, brilloso, sedoso… perfecto.
Ella se levanta. Su forma de hablar es muy brígida, como si no quisiera expresar alguna emoción con sus palabras a excepción del frío que emana de ella. Abre la puerta de la habitación y la abandona, pero pareciera decirme que la siga sin si quiera mirarme, así que lo hago.
Es extraño decirlo, pero en este lugar siento que puedo comprender más cosas que antes.
Respiro profundo y veo alrededor, sin duda parece el lugar perfecto para vivir. La niña se sienta en el sofá y me invita a sentarme a su lado, otra vez, sin palabras, así que lo hago.
Me levanto del sofá y respiro hondo intentando mantener la compostura frente a la frialdad con la que ella me habla.
Me dirijo a la dichosa puerta que ella menciona, la abro y cruzo sin dudar por un segundo, pero, al dar un par de pasos adentro, me encuentro en la misma sala. Desde aquí puedo ver a la niña sentada, ni se ha inmutado. Respiro hondo y agito la cabeza intentando entender que acaba de pasar, pero doy media vuelta y vuelvo en mis pasos cruzando la puerta una vez más solo para encontrarme en la misma sala y ver el mismo sofá con esa niña incólume sentada en él. Cierro la puerta y siento como mi ser se rinde ante esto, me dirijo al sofá y me siento al lado de la niña nuevamente.
A pesar de no denotar alguna expresión, siento como si lo dijera con ironía.
Ella no dice nada, burlándose aún más de mí. El silencio se expande por la habitación y yo no puedo evitar sentirme ofuscado. Las dudas empiezan, al fin, a inundar mi cabeza. ¿Cómo morí? ¿Por qué morí? ¿Por qué soy tan joven? Tiene que haber un motivo, tiene que haber algo.
¿Escuchó mis pensamientos?
Trago saliva. Siento que hay algo de cierto en sus palabras, pero no puedo aceptarlas del todo.
Quiero sentir rabia, pero no puedo por algún extraño motivo, es como si algo me prohibiera enojarme con esa pequeña niña… quizá sea eso, que es una niña.
Ella se queda en silencio por un momento, parece pensar aquello que recuerda. No muestra expresión alguna, pero siento algo de nostalgia en el ambiente.