Cuentos cortos para viajes largos

Morir en Suiza

5826 palabras

  • Nana me comentó sobre Suiza… la describió como el mejor lugar del mundo para vivir. Un bosque cerca de tu casa, árboles frutales de los cuales puedes tomar la fruta, las personas no se llevan tus cosas aunque las dejes en la calle, el respeto al prójimo pareciera venir instalado desde la concepción y tienes el tiempo suficiente, después del trabajo, para disfrutar la vida.
  • ¿Nana?
  • Una amiga de mi madre, una de las pocas a las que le fue bien.
  • ¿Y volvió a este país para visitar a tu madre?
  • No exactamente.
  • ¿Entonces?
  • Supongo que habrá venido por su familia, pero nos la topamos mientras volvíamos de hacer compras.

Suspiro mientras veo el horizonte, observo el cigarrillo que sostengo con la mano izquierda y volteo a ver a Aida, ella contempla la nada, su mirada solo refleja un vacío existencial muy parecido al mío. Aspira su cigarro como si lo hiciera en modo automático, contiene el humo como si estuviera esperando asfixiarse con él para luego botarlo de su cuerpo lentamente mientras colorea el viento de gris.

  • ¿Y?
  • Al principio, Nana no reconoció a mi madre, podía notarse en su expresión, pero, mientras mamá decía con emoción todas las cosas que pasaron en el colegio, su amiga iba sonriendo, dejando ver que ya estaba haciendo memoria de aquellos años.
  • ¿Tu madre no se percató de eso?
  • Supongo que sí, pero se veía muy ilusionada por conversar con quien fue su mejor amiga por tantos años, al menos eso dijo.
  • Vaya mejor amiga.
  • Lo sé.

El viento frío golpea mi rostro, siento como si quisiera rajar mi piel, tal vez desea arrancarme la nariz, pero no me inmuto ante esto, me da igual, en realidad. Veo el mar, luego veo el abismo que se abre a unos pasos de mí del que solo me resguarda un muro lo suficientemente alto para poder usarlo de asiento. Suspiro, aún queda algo de luz en el lugar aunque el sol ya ha desaparecido del horizonte.

  • ¿Vas a fumar o puedo robarte eso?

Llevo el cigarrillo a mi boca y absorbo todo lo que puedo intentando parecer experimentado en el tema, pero toso con tanta fuerza que siento como si uno de mis pulmones estuviera a punto de salir por boca. Aida se ríe burlándose de mí.

  • Vamos, hombre, no tienes que hacerlo tan desesperadamente. ¿Es tu primera vez?

Toso un poco más y respondo sintiendo el humo aun en mi garganta raspando e intoxicando mi saliva, pero calentándome por dentro.

  • Para nada.
  • Sí, claro.

Aida vuelve a reír mientras golpea mi espalda, yo solo me encorvo un poco, agacho la cabeza y contengo las ganas de toser, pero aclaro mi garganta constantemente. Veo el cigarro en mi mano y lo vuelvo a llevar a mi boca, esta vez lo hago lento, pausado, inhalando despacio mientras mi mandíbula tiembla, mis pulmones se llenan de algo pesado y mi garganta pica. Contengo el aliento mientras dejo caer mi mano con el cigarrillo y aprieto mis dientes con fuerza esperando que no se me escape ni un soplido, luego exhalo con desesperación.

  • Parece que alguien aprende rápido.
  • Te dije que no soy nuevo en esto.

Ella cambia de lugar su mirada, como si evitara responder. Está sentada en el muro que nos protege de la caída, sus pies no llegan a tocar el suelo, así que los mueve de lado a lado, la manga de su casaca azul cubre sus manos que reposan en sus muslos, solo puedo ver los dedos con los que sostiene el cigarro. Tiene el cabello largo, lo suficiente para llamar mi atención, aunque no más que el lunar que tiene a un lado de la barbilla. Su tez blanca combina perfecto con el frío del momento y su expresión de saturación le da ese toque de misterio que me encanta.

  • ¿Cómo fue que Nana te habló de Suiza?

Ella evita verme, quizá no siente una conexión conmigo como para estar a gusta, pero tampoco sabe cómo escapar de la situación.

  • ¿Deseas hacer otra cosa?

Aida voltea a verme, al fin. Su mirada es un poco triste, seria, ida, no lo sé, pero sus ojos son de color negro, al menos eso parece, pues son profundos.

  • ¿Dije algo malo? La estoy pasando bien aquí y me interesó la historia que me estás contando, no quería parecer descortés preguntando de más, perdona si te he incomodado, pero no era mi intención hacerlo…

Su actitud cambió drásticamente, siento que tantas palabras me abruman, pero sonrío sin motivo alguno… tal vez me gustó ese arranque de interés que tuvo, hasta sonó un poco tierna. Ella me observa esperando una respuesta, parece impaciente, asustada.

  • No, no. Pensé que te estaba aburriendo.
  • Lo siento, sé que parece que no me interesa nada, pero sí me agrada el momento.

Sonrío. No sé por qué, pero me siento bien. Ella me devuelve la sonrisa y lleva el cigarro a su boca, guiña un ojo y yo la acompaño a fumar una vez más.

  • Mi mamá la invitó a almorzar, pero Nana no se veía muy entusiasmada, pensé que no iría. Ese día, mi madre se lució con la comida y la mesa, compró algunos adornos y sacó los cubiertos que tenemos guardados hace varios años para una ocasión especial. Vino, carne de primera y un gasto innecesario de dinero para impresionar a alguien que no la recordaba.
  • Pero era feliz con eso, ¿no?
  • Supongo que sí. Podía verla sonreír.

Aida suspira mientras deja caer la colilla de su cigarro al piso, la pisa con delicadeza, como si no tuviera ganas de hacerlo y toma el cigarro que yo tengo en mis manos, le da una pitada y me lo pone en la boca obligándome a fumar también. Yo solo la observo sin saber que decir o hacer, pero respiro pausadamente. Toso un poco, ella ríe, pero no dice nada.

  • En el almuerzo nos contó de Suiza, de su hija y de cómo terminó yendo a un país en donde no conocía ni el idioma. Me pareció un lugar fascinante, como una especie de sueño.
  • ¿Qué hace ella allá?
  • Cuida niños y ancianos, la paga es muchísimo mejor que tener un doctorado en este país.



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En el texto hay: cuentos cortos, cuentos variados

Editado: 14.08.2021

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