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Eh, sí, hola. Mi nombre es Arturo, no me gustan los diminutivos, así que solo díganme, Arturo, ¿de acuerdo? Bien, voy a lo que están esperando escuchar: soy alcohólico, bueno, la verdad no lo soy, solo bebo cuando me siento triste o vacío… lo cual es la mayor parte del tiempo, pero eso no me convierte en un alcohólico porque tengo un motivo para beber, ¿sí me entienden? En fin, estoy aquí porque la única persona que de verdad me importaba murió de un momento a otro y me dejó una carta donde me pedía que viniera a este lugar para… quién sabe qué, solo me pidió asistir las veces que fuera necesario para que deje de tomar, lo cual es irónico porque bebía un poco de ron cuando leía esa carta, digo, quien no bebería una copa cuando llegas a casa esperando contarle tu día de mierda a la única persona que hace que tus días no sean tan mierda y solo encuentras una hoja de papel en la mesa. Bueno, me estoy desviando del tema, vamos a llamar a esta persona… ehm… Equis. Está bien, está bien, no tienen por qué suspirar tan fuerte, entiendo que los aburro, ya les cuento. ¿Recuerdan cuando eran jóvenes y sentían una molestia en el pecho, la cual ignoraban? Bueno, me pasaba lo mismo, sabía que algo estaba mal, pero no le prestaba atención, a veces hasta olvidaba que estaba ahí porque tenía la cabeza en videojuegos, música y tetas. De pronto un día te percatas de que está ahí y, cuando te pones a pensarlo, te das cuenta de que siempre estuvo ahí, pero no te importa. Ya pasará, piensas que será así. Así que un día despiertas con la dulce voz de tu madre alcoholizada y solo esperas que vuelva a decirte que te está dando los mejores años de su vida y que será mejor que pienses en como la mantendrás en su vejez porque ha tenido que cuidarte en vez de realizar su vida, pero ese día decidió sorprenderte diciéndote que tu padre está en la sala, no ha venido exactamente a verte, pero está ahí por si deseas verlo. En ese momento solo puedes suspirar y levantarte con cierta emoción dentro de tu ser. ¡Guau! Voy a conocer a mi padre al fin, podré preguntarle tantas cosas y echarles en cara a mis amigos que no soy un huérfano, ¡yuju!, pero él no se alegra cuando te ve, es más, se ve incómodo. Te comenta que está renunciando a tu paternidad y que el trato para que tu madre firme era verte, quizá como una forma de venganza por dejarla sola, quizá para demostrar que pudo sin él; mi padre no lo entendía, pero tampoco le importaba. Me contó que me puso Arturo porque en algún lugar le dijeron que ese nombre estaba maldito, que aquel que lo lleve tendrá males toda su vida, así que fue su forma de desquitarse por arruinarle la vida en ese momento. Se rio un poco, yo con él, quizá solo para poder encajar un poquito en su vida, pero creo que no le gustó. En fin, mi madre firmó lo que él quería, mi padre le dio dinero y se marchó. A mi madre no le importaba, ella solo pensaba en que podría hacer con el dinero y, la verdad, a mí tampoco me importó. No estaba triste, tampoco feliz, ni si quiera estaba confundido, solo me quedé sentado en el sofá viendo la enorme sonrisa de mi madre al apreciar el fajo de billetes, así que sonreí también, pero ese pequeño hueco en el pecho que ignoraba todos los días… bueno, ya no lo ignoraba. ¿A qué viene todo eso? Bien, mi madre compró vino con ese dinero, mucho vino. Cuando se embriagaba, dejaba las botellas encima de la mesa mientras dormía en el suelo sin importarle absolutamente nada, así que tomaba las botellas prestadas y me terminaba el líquido que había dentro de ellas. Así descubrí que había una bonita manera de evitar sentir que algo quiere arrancarte el alma o lo que sea. ¿Qué más? Nunca tuve un instrumento musical porque eso era para vagos, tampoco me permitieron dibujar o hacer algo artístico, no fui a la universidad porque debía trabajar para mantener a mi madre ebria y mi estúpido trabajo de recepcionista de llamadas no me daba lo suficiente para seguir comprando la cantidad necesaria de alcohol que su cuerpo necesitaba, así que un día decidió echarme de casa sin permitir que me lleve mis cosas que, al fin y al cabo, nunca fueron mías… o eso es lo que ella decía. El sueldo mínimo no me alcanzaba para rentar un cuarto y tenía más gastos que ganancia, así que empecé a trabajar de madrugada para tener un lugar donde pasar la noche y, quizá, algún dinero extra que pueda ahorrar para vivir decentemente algún día, pero el primer mes ahogué mi falta de sueño en ron pensando que tenía toda la vida para ahorrar. Al siguiente mes me compré una melódica, ya saben, un piano en el que tienes que soplar para que suene y su sonido te hace pensar que estás en medio de una historia épica llena de dragones y magia. Me despidieron de un trabajo por pasarme el tiempo jugando con ella, así que empleé ese tiempo en sentarme en el parque a practicar con el instrumento, total, las horas de sueño las reemplazaba con pastillas para la migraña y ron. Eventualmente, la gente empezó a dejarme dinero cada que pasaba y me escuchaba, así que empecé a componer mis propias melodías contando una historia con dragones y magia, pero sin palabras, ya saben, todo con la imaginación. Con el paso del tiempo atraía a muchas personas y dejé mi otro trabajo para, al fin, alquilarme un cuarto donde podría dormir, aunque la primera noche no lo hice porque estaba demasiado estresado pensando en lo idiota que había sido por renunciar al único trabajo que me quedaba. ¿De verdad soy tan bueno como para vivir de la música callejera? Esa noche me acabé la botella de ron y compre dos más al día siguiente porque, si algo no podía faltar, era ron… además de que es el licor más barato. En fin, me fue mejor de lo que esperaba, tanto que grabe un disco en un estudio cutre que no me cobró tanto porque me embriagaba con el productor; no obstante, el sonido no era tan bueno, así que empecé a estudiar producción musical solo para poder darle más detalle a mis canciones en la producción de estas. Tenía el dinero suficiente para comprar del ron caro y que la resaca no acabe conmigo al día siguiente; me acosté con un sinfín de chicas luego de mis presentaciones y gastaba más dinero en licor que en comida, pero todo estaba bien, ese constante vacío que sentía era menos fuerte cuando estaba ebrio, simplemente no podía sentir la tristeza si estaba embriagado de euforia… bueno, también alcohol… mucho alcohol, pero también euforia. Al principio todo estaba bien porque tenía la fama que creía merecer, el dinero que quería ganar y todo eso que te hace sentirte completo en algún momento, pero, a pesar de que tenía mucha gente preguntándome como me siento y una chica distinta despertaba a mi lado todas las mañanas, me seguía sintiendo solo y eso era algo que no lograba comprender. Entendí que había dejado de tenerle miedo a ese vacío que ahora era más grande en el medio de mi pecho, había aprendido a vivir con él sabiendo que en algún momento sería lo suficientemente enorme para devorarme por completo, pero estaba bien con eso… siempre estuve bien con eso, quizá era una bendición que mi final sería el día en que ese vacío me supere, como una especie de seguro de vida, pues, aunque pareciera no tener sentido, podía saber si debía guardar dinero para el próximo mes o podía gastarlo todo en somníferos. Una de esas noches, en medio de mi intento por entender lo que un día no pude, llamé a mi madre para contarle lo que había conseguido, para invitarla a uno de mis recitales prometiendo que estaría sobrio toda la noche, pero a ella no le gustaban esas cosas relacionadas al arte, quizá porque mi abuelo fue un artista callejero que abandonó a mi abuela, pero yo no podía negar quien era: un músico que llena su soledad con ron, cerveza y tabaco… y una que otra mujer. Estaba seguro de que debía darme igual el rechazo de mi madre, todo mi ser se jactaba de que no la necesitaba y mi cabeza se autoconvenció de que solo era una persona más, así que me emborraché pensando que debía celebrar el que no me importe más las acciones de la única persona que había querido en algún momento. Desperté en una cama desconocida otra vez, al lado de dos mujeres que, imagino, pensaban que les daría fama y estatus el acostarse conmigo, pues su mirada provocaba cierto miedo en mí. Abandoné los escenarios un tiempo después y empecé a trabajar en una empresa que se encarga de las bandas sonoras de diversas producciones. Ahí conocí a Juli… a Equis. Pensaba terminar mis días sumido en la estúpida rutina, embriagándome por las noches mientras sentía como la soledad me llevaba a la locura lentamente; compré diversas pastillas y una pistola por si me animaba de alguna u otra forma, pero todo se fue al carajo cuando acepté su invitación para ir a cenar. “Una última cena no estaría mal”, al menos eso creí. Fue así como comenzó lo peor que me pudo haber pasado en la vida. Con el tiempo nos hicimos cercanos, empezamos a salir a menudo y me alegra despertar con ella al lado. Le conté todo lo que viví y como mis sueños terminaron siendo un fiasco, como yo mismo me decepcionaba al luchar tanto por algo y seguir estando vacío, como sentía que el dolor de mis pulmones al fumar no se equiparaba a lo que sentía en mi pecho y que por eso buscaba algún dolor físico con el cual poder compararlo, pues no entendía lo que me sucedía y tampoco sabía explicarlo. Sin darme cuenta, ella vivía conmigo y yo ya no bebía tanto, solo lo hacía cuando ella me tentaba para tener una noche movida. Me convenció de hacer música otra vez, aprendí a tocar más instrumentos y hasta me atreví a cantar un poco. Publiqué un segundo álbum donde intentaba expresar todas las sensaciones que alguna vez sentí. Aprendí a reírme sin sentir un compromiso pesado en mí, me sentí más ligero después de gritar y pude disfrutar un momento sin importarme que el vacío siga creciendo, es más, ya no tenía miedo de que me consuma algún día. Me sentí suficiente para enfrentarme a la vida y pude sonreír mientras sentía una ligera brisa. No asistí al funeral de mi madre, dudo que muchas personas lo hayan hecho. Mi padre me buscó para que lo salve de sus problemas financieros, pero sabía que él no era mi padre. Me despidieron del trabajo y volví a la recepción de llamadas para tener algo de que sostenerme. Equis perdió al bebé y nada fue como antes. El tiempo empezaba a pesar otra vez, pero un abrazo de ella me reconfortaba. Ella empezó a beber casi tanto como yo lo hacía antes de conocerla, me invito a hacerlo con ella y volvimos a sonreír al estar ebrios… nuestras noches a solas empezaron a basarse solo en el alcohol. Recordé el pasado y lloré por todo… por nada… por las veces que simplemente no lo hice. Pasó el tiempo hasta que un día llegué a casa esperando embriagarme con ella como todas las noches, pero solo encontré una carta de despedida. Ese día me faltaron botellas en la despensa y me di cuenta de que siempre había bebido para no sentir esa soledad que siempre estuvo ahí, para ignorarla como siempre lo había hecho, para evitar que ese estúpido vacío me consumiera como siempre lo estuvo haciendo. Por eso fue lo peor de mi vida, pues me dio la esperanza de haber sanado para hacerme ver que estaba peor que antes, una mentira mal construida para dar algo de satisfacción eventual y… el amor solo es darle a alguien más el poder de destruirte con una sola acción, pero te hace vivir una utopía mientras no ocurre ese algo que te deja devastado; por eso, el amor es la desgracia más hermosa que le ha pasado a las personas. Así que no soy alcohólico, solo sobrevivo. Bueno, el punto es que Julieta me pidió venir a estas reuniones como su último deseo. Ella quería que haga amigos y deje la bebida porque soy alguien muy talentoso y blablablá. Por eso vengo a la reunión de los miércoles, solo para complacerla, así que dejen de verme con esas miradas tan pretenciosas. Un momento… hoy es miércoles, ¿verdad?