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Una mujer no muy alta camina cerciorándose de que sus pasos no la traicionen. Está gorda y se puede ver todos los años que ha vivido en su piel que ya no es tersa. El sendero tiene una iluminación tenue que permite ver donde pisará esta señora, pero no permite ver el final de la ruta; el aire se siente frío y la atmósfera toma un color azul oscuro que eriza la piel de quien ose caminar por esa ruta. Ella tiembla, no sabe si es por el viento o porque no sabe a dónde va exactamente, pero no se detiene por ningún motivo, como si algo la estuviera persiguiendo… quizá por eso no voltea a ver lo que está dejando atrás. Mueve su cabeza de lado a lado mientras siente como su respiración tiembla al igual que sus manos. La presión en su pecho la hace cuestionarse qué es lo que está buscando exactamente, pero el silencio ha calado tanto en su cabeza que se detiene por un instante para respirar profundo. No se mueve por ningún motivo y siente como si el tiempo se hubiera detenido con ella, cierra los ojos por un segundo y reúne la fuerza suficiente para volver a abrirlos y contemplar el azul, casi negro, absoluto que se blande frente a ella invitándola a rendirse y dar media vuelta. La mujer traga saliva y ve la silueta de los árboles que decoran, un poco alejados de ella, su recorrido, pero algo llama su atención: hay personas entre esos árboles, no sabe si son adultos o niños, hombres o mujeres, pero sabe que son personas porque puede ver las siluetas… esto la aterra y hace que sus piernas tiemblen, que su estómago se contraiga, su pecho duela de tanta presión, sus ojos no parpadeen y su cabeza obligue a su cuerpo a vibrar sin cesar para sentirse un poco más protegida de lo que sea que quieran esas sombras. Sabe que no puede gritar, sabe que no puede correr, sabe que romper la perfecta tranquilidad de la atmósfera es romperse a ella misma; también sabe que puede dar media vuelta y marcharse, es su opción más segura, solo debe dejar que el miedo decida por ella… quizá sea la mejor opción, pues podría pecar si piensa por sí misma, pero es obstinada y decide cantar para ahuyentar el miedo, sin importarle que el silencio la mire amenazante a los ojos, sin que le importe que el viento se vuelva más frío solo porque alteran su paz.
El canto de la mujer le da fuerzas a sí misma y da un paso adelante con la misma lentitud que antes. Tiene miedo y siente un gran peso encima de ella, un peso que casi no la deja respirar, pero confía ciegamente en el poder de su canción. Ella dice que cantar es orar dos veces, tal y como le enseñó el pastor que la bautizó un sábado por la mañana en presencia de la poca familia que le quedaba, días antes de perder al único hermano que tenía y a tan solo unos años de quedarse completamente sola en el mundo. Su respiración es agitada y se siente mareada, no sabe si es el lugar o todas las emociones que corren en ella en este momento, pero, si de algo está segura, es que no debe detenerse, tampoco debe ver atrás, aunque se siente tentada a hacerlo cada vez que piensa en eso, se le eriza la piel y siente que un sudor frío recorre toda su espalda, pero es algo emocionante. Traga saliva y se niega a aceptar que ahora hay más sombras acechándola, pero lo sabe en su interior y esto la aterra. Sus pasos ya no son tan seguros como antes y ha empezado a dudar de sí misma, si está lista para seguir avanzando, pero no se detiene, como si hubiera una fuerza más grande que ella misma obligándola a caminar. La mujer tiembla y mantiene su cabeza estática, así evita que sus ojos la imbuyan en miedo, pero su cabeza se encarga de eso perfectamente bien.
Esa canción recorre su mente una y otra vez, como si fuera un mantra que aumenta su fuerza de voluntad, pero no puede negar lo que siente y, aunque no puede respirar más rápido, siente que lo peor no ha llegado… tal vez no se equivoque. Pareciera que el lugar ahora juega con ella, pero no está engañando a sus sentidos, pues el camino se mantiene recto, el frío sigue igual de intenso, las sombras se siguen incrementando, el silencio sigue siendo igual de envolvente y el olor marchito de las flores del cerezo, aunque no puede verlas, no ha variado desde que se encontró a sí misma caminando en ese largo camino; ni si quiera su canto ha podido cambiar las condiciones del lugar, pero si le ha dado fuerza para aceptar dichas condiciones. Ella recuerda la primera vez que sintió la soledad, era muy diferente a lo que siente en este momento, conoce bien la abismal diferencia entre estar solo y sentirse solo, sabe que hay momentos en soledad que se pueden disfrutar y hay momentos en los que el lugar está lleno, pero tú estás vacío. La mujer parpadea rápidamente, tiene deseos de llorar, pero sabe que aquí está prohibido, así que respira profundo, traga saliva y da un paso más mientras su miedo hace que se cuestione si debe seguir avanzando, pues regresar parece ser mucho más fácil. Ella mira a todos lados como si vigilara que las sombras no fueran a incrementarse, sus pies tiemblan antes de pisar nuevamente y siente una presión en el pecho cada vez que respira. Intenta mantenerse concentrada en el camino, pero no puede evitar recordar, casi como si algo la obligara a hacerlo, todas esas veces que se sintió rechazada por el mundo, que los golpes emocionales dolían más que la vez que se rompió un fémur y su único refugio, la iglesia, ya no era tan pía como recordaba, pero era el único lugar donde podía dormir segura por las noches… o eso pensaba antes de que el cura intente arrebatarle lo poco que le quedaba esperanza por la fuerza. Ese día entendió que las personas solo son buenas con otras para conseguir algo a cambio. La mujer tiembla al recordar esos días, pareciera que no ha podido superarlas a lo largo de su vida, pero ¿cómo puedes volver a confiar en el mundo cuando el representante de Dios te dice que los designios de este es que te hagan daño? Ella traga saliva y sigue avanzando, su respiración delata su nerviosismo y su mirada deja notar su inseguridad. Piensa que no es lo suficientemente fuerte para seguir caminando y que debería dejarle ese puesto a alguien que sí lo merezca, pero su cuerpo no se detiene, es más, pareciera que ha empezado a avanzar con más decisión y, al mismo tiempo que ella camina, las sombras a su alrededor aumentan para hacerla sentir el verdadero pavor. Se siente pesada, más de lo que ya está, el frío es sofocante y el oxígeno pareciera desaparecer a cada segundo, quizá por eso siente que debe dar bocanadas de aire cada vez más grandes.