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Doy un sorbo a mi cerveza mientras veo la enorme pantalla que transmite el partido de fútbol, la bulla del bar hace que la voz de los comentaristas se opaque, pero la intensidad del juego mantiene mi atención. Se ha convertido en una costumbre para mí venir los viernes por la noche a degustar alguna cerveza artesanal y olvidarme de todo lo sucedido en la semana. Suelo ensimismarme mientras saboreo los diversos matices de la bebida, cierro los ojos y respiro profundo poniendo en paz mi alma.
La voz de una mujer rompe mi concentración, mi cabeza se centra en intentar recordar dónde la había escuchado antes. La mujer se sienta a mi lado en la barra, así que giro para saludarla aún sin saber quién es, pero ella habla antes de que pueda verla.
Su sonrisa me hace recordarla instantáneamente, aún tiene ese mechón de cabello ondulado que decora su rostro. Me quedo en silencio por unos segundos, agito mi cabeza y sonrío para, al fin, saludarla.
Ella ya debe haber notado que los nervios en mi cuerpo han eliminado todo rastro de alcohol en mi sangre. Mi rigidez al hablar y mis respuestas que parecieran intentar matar la conversación tampoco ayudan, pero su entusiasmo pareciera bastar y sobrar para que este momento no sea malo. Ella estira su mano hacia mí haciendo notar su anillo de compromiso, es muy bonito y pareciera que la piedra que tiene incrustada es real, aunque no sé nada de anillos y piedras preciosas… podría decir que solo conozco el ámbar y el jade, son las que me gustan.
Su sonrisa es la más sincera que he visto en años. No puedo evitar sentir como un escalofrío recorre mi espalda y eriza mi piel. Recuerdo la primera vez que la vi, nunca pensé que las cosas terminarían como lo hicieron, solo fuimos los amigos más extraños jamás vistos; es ahí donde te das cuenta de que quizá no nacieron para ser amigos y emprendes un viaje mucho más profundo junto a esa persona que, piensas, será lo mejor que te ha pasado en la vida. Entonces comienzan las idas y vueltas, te hacen daño, haces daño, piensas que nunca te hicieron daño y que nunca lo hiciste o que todo se soluciona con un lo siento y un abrazo. Rupturas, tiempos y palabras que duelen más que cien golpes, aprendes a crecer para esa persona después de tanto tiempo juntos sin darte cuenta de que debes crecer para ti mismo. Ignoras tus errores porque solo quieres arreglar algo que no tiene solución y cometes más errores hasta que te encuentras en un hoyo del que no puedes salir esperando que ella te ayude a escapar de ese agujero, pero es cuando te hundes más y más porque ella la pasa exactamente igual que tú sin saber qué es bueno para ella, luchando con esas idas y vueltas, esos te quiero y ese remordimiento de decir algo que no sabes que sientes. Entonces te preguntas qué es el amor y entiendes que nunca lo entendiste, tampoco esperas hacerlo, solo sabes que duele más de lo que alguna vez imaginaste… pero, después de todo, estás bien. Sí, duele y sientes que te arrebataron una parte de ti, que quizá todo es tu culpa y que aún puedes arreglar las cosas, pasas años tratando de buscar explicaciones que nunca te dieron y vas por las calles buscando culpables de lo que alguna vez sentiste hasta que un día, sin darte cuenta, ya no necesitas nada de lo que has estado buscando por tanto tiempo, te sientes tranquilo y aprendes a estar bien por ti mismo, recoges lo bueno de ese tiempo y aprendes de lo malo. Es cuando entiendes que, quizá, solo fueron el capricho de su juventud, de esos que necesitas vivir para no volver a hacerlos, de esos que te hacen cuestionarte todo y, al mismo tiempo, no buscarle motivos a las cosas que suceden. Yo nunca entendí qué es el amor, pero confío plenamente en que ella sí sabe lo que es.
Respiro profundo, la veo a los ojos y sonrío.