Cuentos cortos para volver a casa

Solo

3631 palabras

  • ¿Alguien me escucha?

Respiro profundo mientras escucho el sonido de la estática en la radio. Observo la ciudad desde donde estoy, pero solo veo los vestigios de lo que alguna vez fue; por lo menos, los cimientos siguen siendo fuertes. Siento el viento pegar en mi rostro, como si quisiera botarme de donde estoy, pero me mantengo firme en mi lugar. El aire es más puro que antes y el sol ya no quema tanto, como si la misma tierra hubiera encontrado su medicina con una enfermedad masiva. Presiono el botón de la radio una vez más mientras siento una presión en mi pecho, creo que es mi esperanza que está muriendo lentamente.

  • Si hay alguien escuchándome, responda.

De niño me preguntaba cómo sería ver todo desde la azotea del edificio más alto de la ciudad, ahora solo quisiera que no fuera tan sencillo subir. Es extraño como cambian las cosas cuando no hay humanos: los peligros aumentan, aunque no parezca y sobrevivir es extremadamente difícil cuando estás acostumbrado a comer cosas procesadas; para buena suerte mía, adaptarme es una de mis habilidades. Veo la radio y escucho la estática que sale de ella, respiro profundo y trago saliva. Siento las ganas de arrojar el aparto lo más lejos que pueda hacia la calle, sé que podría matar a alguien si cayera en su cabeza, pero la ciudad ya no alberga personas… quizá soy el único aquí. Agito mi cabeza intentando olvidar esa idea y presiono el botón de la radio nuevamente.

  • Tengo provisiones suficientes para cualquiera que esté cerca. Respondan.

Contengo la respiración esperando a que una voz se escuche por la radio, pero la estática solo genera más tensión en mí. Apago la radio y veo hacia el precipicio. Alguna vez he pensado en cómo sería saltar desde este lugar. Muy emocionante, quizá. Agito mis pies de un lado a otro y golpeo la pared con ellos, ver hacia abajo, esa caída libre, me provoca un poco de pánico, pero también adrenalina… supongo que, después de tanto tiempo solo, le pierdes el miedo a todo. Me recuesto en donde estoy y hago un volantín hacia atrás para alejarme del filo y así no darle una oportunidad al viento de empujarme por accidente. Bajo las escaleras hasta el segundo piso del edificio y me siento en uno de los escritorios. Tomo mi tablero de ajedrez que siempre está en el mismo lugar y empiezo a jugar contra mí mismo, quizá esta vez logre vencerme más rápido… y sin hacer trampa. Abro una lata de comida y la ingiero con sobriedad, pareciera que ya nada me emociona. Me acerco a la ventana y veo a unos cuantos lobos rodeando a un indefenso conejo… hasta ellos tienen que conformarse con lo mínimo. Enciendo la linterna que me acompaña por las noches y me dirijo a mi cama. Cierro la puerta y me aseguro de que todas las entradas estén tapiadas para dormir con tranquilidad, dejo la radio en la mesa de noche que traje de un centro comercial y veo el techo por unos minutos esperando a que el sueño venga a por mí.

El sonido de la estática me despierta con un dolor de cabeza. Mis sentidos no han terminado de espabilarse, pero un sonido diferente llama mi atención. Espero por unos segundos y tomo la radio para estar más seguro. La estática retumba en toda la habitación.

  • ¿Alguien me escucha? Cambio.

Me quedo atónito en cuanto escucho la voz de un hombre por la radio. ¿Será posible que, después de tanto tiempo, alguien haya respondido?

  • ¿Alguien me recibe?

Siento una gran emoción que hace temblar mis manos y me quita un poco de fuerza, pero no evita que posicione mi dedo en el botón de la radio y lo presione; no obstante, mi boca no responde como espero.

  • Yo… yo…
  • ¡Demonios! ¡Hay alguien vivo!

¡Es real! No estoy soñando. Me abofeteo para salir del trance en el que estoy, es como si mi cabeza estuviera dentro de sus cabales, pero mi cuerpo ha sucumbido ante la emoción.

  • ¿Cuál es tu ubicación?

Respiro hondo y me calmo, todo mi ser ha vuelto en sí mismo.

  • ¿Cuál es la tuya?

Debo ser precavido.

  • Veintidós kilómetros al sur de Medina.
  • Yo estoy al norte del centro de la ciudad, casi saliendo. En el edificio más alto.

Silencio. Luego de unos segundos, la estática es abrumadora. Presiono el botón de la radio dos veces intentando llamar la atención de mi interlocutor. Siento que una gota de sudor se resbala desde mi sien y moja mi polo. Tiemblo un poco y siento que empieza a faltarme el aire.

  • Bloquearon el acceso, ¿cierto?
  • Cuando empezó la pandemia.
  • ¿Es seguro?
  • Algunos lobos de vez en cuando.
  • ¿Ya no está bloqueada?
  • La puerta norte fue abierta cuando el pánico se apoderó de la ciudad.
  • ¿Y la sur?
  • Esa está cerrada.

Silencio otra vez, por algún motivo siento algo de miedo. Trago saliva y siento que el tiempo pasa más lento de lo que debería, respiro profundo y espero la respuesta de mi interlocutor.

  • Rodear la ciudad me va a llevar un tiempo.
  • Podría intentar abrir la puerta sur.
  • No quieres hacer eso: es tedioso y te queda lejos.

Rio un poco, no sé si por nervios o emoción, pero me siento extrañamente feliz.

  • ¿Tienes comida?
  • También agua suficiente para ambos.
  • Va a ser una larga caminata.
  • Podríamos encontrarnos en algún lugar.
  • Tranquilo, unos días de ejercicio no me vendrán mal.

Sonrío. No tengo idea de que debo decir ahora, pero no quiero quedarme callado.

  • ¿Te gusta la comida enlatada?
  • En algún momento me gustó, pero ahora ha perdido la gracia.
  • Su sabor ya no es como lo recuerdo.
  • ¿Crees que la comida ha absorbido el sabor de la lata?

Me sorprendo un poco y respondo efusivo.

  • ¡Sí! Desde hace un tiempo que vengo pensando eso, pues tiene un sabor metálico en el fondo.
  • Es cierto.



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En el texto hay: cuentos cortos

Editado: 05.11.2021

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