Cuentos cortos para volver a casa

Un mundo descartable

7951 palabras

  • ¿Me llamó, señor?
  • Sí, Joaquín, siéntate.

Respiro profundo intentando ocultar mi nerviosismo. Mi jefe cierra los ojos mientras hace una expresión de comprensión. Lo sé, respirar profundo es un lujo hoy en día, pero el hombre, que parece ser más joven que yo, respira hondo y exhala lentamente mientras me observa, como si me estuviera dando confianza. Mis manos tiemblan, pero logro arrastrar la silla un poco antes de sentarme, trago saliva y observo al hombre de traje azul oscuro, es intimidante.

  • Verás, hemos tenido problemas económicos últimamente.

Sabía que este momento llegaría, pero no esperaba que fuera tan pronto.

  • Ya hemos tenido que despedir a un gran número de trabajadores y, visto el rumbo de la empresa… tenemos que seguir haciéndolo.

Corren rumores de que la compañía está en quiebra, pero no quieren oficializarlo. Muchos de mis compañeros fueron despedidos, algunos otros decidieron buscar algo mejor, algo más seguro.

  • No me gusta para nada tener que decirte esto, pero ya sabes lo que viene.
  • Lo sé, señor.

Mi todavía jefe suspira, parece que es el único con la atribución de poder hacerlo, pues me observa esperando a que yo no lo haga, así que me mantengo tranquilo; estos tiempos te enseñan a mantener la calma y a no hiperventilarte. Él abre un cajón que está a su costado y saca una hoja, la pone sobre la mesa con las letras mirando hacia mí y posa a su lado un frasco de tinta negra.

  • Ya sabes que hacer.

Leo la carta de renuncia en la que quiere que pose mi huella dactilar, luego lo veo a él, cierro mis ojos y trago saliva, supongo que no puedo hacer más que resignarme, pero vuelvo a verlo esperando algo, lo que sea.

  • Descuida, Joaquín, te daré un tanque de oxígeno personal. Podrás venderlo y conseguirás algo de dinero, son algo caros hoy en día.

Contengo mis ganas de suspirar, pero el joven sonríe mientras baja la cabeza un poco. parece que ha notado mi tristeza.

  • Anda, consume un poco de aire, es lo menos que puedo darte después de tantos años aquí.

Con su venia, suspiro. Había olvidado lo liberador que era hacerlo, a pesar de que todo se esté derrumbando, es como si esa fracción de segundo te sintieras bien. Cierro los ojos, remojo la yema de mi dedo índice en tinta y lo impregno sobre la hoja. Al menos me han dado algo que vale más que mi sueldo. Desde que las leyes laborales cambiaron, ser despedido es muy sencillo.

  • No pongas ese rostro, Joaquín, con tus conocimientos y experiencia, conseguirás otro trabajo muy rápido. El bus parte en veinte minutos, ve a recoger el tanque al almacén, ya tienen la orden.

Respiro profundo una vez más sin importarme lo que pueda decir mi, ahora, exjefe, cierro los ojos y contengo la respiración. He sentido muchas veces la falta de aire, el creer que estás a punto de ahogarte, pasar de la paz al miedo en cuestión de segundos y creer que tu cabeza está a punto de explotar, pero nunca me había sentido tan tranquilo de dar una bocanada de aire y no respirar por casi un minuto. En cuanto abro los ojos, el hombre con traje me observa con intranquilidad, parece tener algo de empatía por mí, pues me ha dejado desperdiciar un poco de su tiempo; no obstante, me invita a salir con una sonrisa incómoda. Salgo de la oficina principal con dirección al almacén, los pocos oficinistas que trabajan en esa planta me observan con desdén, saben que en algún momento será su turno, pero prefieren regocijarse en el dolor ajeno mientras tanto… son todos unos idiotas condenados al igual que yo. Llego al almacén y Sorenstein me da una mirada de comprensión mientras plasmo mi huella dactilar en el documento que acredita la recepción del tanque de oxígeno, luego se va a traerlo. Mientras nadie me observa, respiro profundo reiteradas veces, bostezo y soplo todo lo que puedo; es como si una ira inexplicable se hubiera apoderado de mí e intento vengarme de lo que me ha hecho esta empresa gastando el oxígeno que tiene dentro de sus instalaciones, pero nada de eso me satisface. Termino de entender lo que siento justo cuando el almacenero trae mi tanque de oxígeno, él traga saliva y agacha la cabeza mientras cierra los ojos, inmediatamente la alza y vuelve a verme; sé que me está deseando buena suerte en todo lo que me toque vivir. Está prohibido hablar dentro de las instalaciones, es un gasto innecesario de oxígeno, por ello, solo podemos decir lo estrictamente necesario cuando se nos ordena hacerlo… cosa que no aplica con los directivos, ellos sí pueden consumir todo lo que deseen. Estúpidos adinerados.

  • Sigue vivo, Orbón.
  • Tú también, Sorenstein.

Nunca había escuchado la voz de él, tampoco conozco su nombre, solo sé su apellido por la identificación que lleva en el pecho, supongo que es exactamente igual conmigo. Hago un gesto con la cabeza despidiéndome, él hace lo mismo y me marcho cargando el tanque de oxígeno. Llego al bus de la empresa, subo y tomo asiento esperando a que parta. A nadie le interesa la vida de los demás, siendo sincero, tampoco a mí me importa lo que les ocurra a las personas que no forman parte de mi círculo social… el mundo es lo suficientemente duro como para estar preocupándote por otros. El bus arranca, normalmente no observo por la ventana, solo veo el asiento de enfrente hasta que llega la hora de abandonar el vehículo, pero esta vez prefiero observar nuestra realidad. Las calles están vacías, ni humanos, ni animales; las nubes son de color mostaza, pero un mostaza opaco, como si estuviera sucio, en realidad, todo pareciera tener el color del polvo impregnado, hasta el aire. Siempre me deprimió ver las calles, ¿cómo llegamos a esto? Algunos autos transitan por las vías que ya están corroídas por el paso del tiempo, todos son blancos, para que puedan distinguirse dentro de la opaca ciudad. Volteo a ver el medidor de oxígeno que está al frente del autobús, aún le queda ochenta por ciento, lo suficiente para que esto vaya a dejar a todos y regrese a la fábrica, supongo, pero el conductor siempre lleva un tanque de oxígeno a su costado, tal vez lo ha usado alguna vez. El autobús se detiene, ingreso a la cabina de descontaminación, inhalo profundo y me coloco la mascarilla que tapa mi boca y nariz para evitar que aspire por accidente la atmosfera del exterior mientras veo como se abren las puertas que me permitirán pisar las calles de la ciudad. Desciendo del vehículo y me apresuro en llegar a casa mientras escucho como se aleja el vehículo que me llevaba y traía del trabajo, abro la puerta y la cierro detrás de mí, luego espero a que el proceso de limpieza termine para poder pasar por la segunda puerta; para mi buena suerte, y la de todos, supongo, el proceso dura muy pocos segundos. La segunda puerta, que me dejará entrar a mi casa, se desbloquea justo a tiempo cuando empiezo a sentir la necesidad de volver a respirar, así que me quito la mascarilla y abro la puerta inhalando con tranquilidad mientras dejo el tanque de oxígeno apoyado en la pared. El aire aquí es mucho más pesado que en la empresa, respirar cuesta, pero también te obliga a hacerlo más veces, pues sientes que no satisface tu necesidad de oxígeno; no obstante, por algunas cosas del destino, solo puedo pagar el servicio de aire treinta por ciento limpio, el más bajo… aun así, solo es cuestión de acostumbrarse. Lo bueno, digámoslo así, es que aquí sé puedo hablar, pues no me cobran por consumo de aire, como lo hacen con las empresas, solo me cobran mensualmente. Respiro agresivamente, como obligando a mis fosas nasales a procesar lo que reciben en su máxima capacidad; a veces duele respirar este aire, algunas otras, es acompañado por un dolor de cabeza extraño, mareos y sueño, pero supongo que eso es por el cansancio. Veo a Mayra acercarse hacia mí a gran velocidad con una gran sonrisa, yo no puedo evitar sonreír al verla, siempre me ha dado gran alegría su simple presencia. Cuando está a una distancia prudente, salta hacia mí para abrazarme y yo la atrapo en el aire, luego se resbala mientras se aferra a mi cuerpo. Nos vemos a los ojos y nos besamos, luego sonreímos.

  • ¿Cómo te fue hoy?
  • Yo…
  • No quieres hablar, ¿verdad?
  • No, pero debo hacerlo.
  • No te obligo si no deseas.
  • Es importante que lo sepas.



#13581 en Otros

En el texto hay: cuentos cortos

Editado: 05.11.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.