En la pantalla de los lentes de realidad simulada aparecieron esas dos palabras temidas: “Partida terminada”.
Me saqué los lentes, con rabia. Todo a mi alrededor seguía igual. Era yo quien había cambiado después de esa experiencia terrible.
Me dijeron que el juego era peligroso, que incluso mucho colapsaban y caían en la locura. Incluso mis padres me prohibieron que lo jugara por temor a que me suicidara después de esto.
Ignoré todos los consejos y advertencias y ese día, en la feria de “juegos dimensionales”, gasté el ahorro del año para que me colocaran los lentes de realidad simulada, me sentaran en un sillón cómodo y, a la cuenta de tres, sintiera la experiencia de una vida paralela, tal como la vivieron tus antepasados, o así rezaba el eslogan.
Intrigado, activé el juego y, en segundos, sentí cómo no solo mi vista, sino todos mis sentidos formaron parte de ese juego.
Pude ver una luz y, de pronto, unas voces que decían:
— ¡Es niño! ¡Rápido! ¡A emergencias!
A lo largo del juego olvidé quién soy, como si fuese un extraño sueño.
Así es. Los lentes de realidad simulada recreaban toda una vida y, valiéndose de la relatividad del tiempo, establecieron que mi “límite” sería de veintisiete años. Por supuesto, para los demás, solo habrían pasado treinta minutos. Y cuando “morí”, enseguida recordé que todo lo vivido era un juego. Un inocente juego que cambió mis pensamientos por completo.
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Editado: 08.03.2025