El espacio exterior se extendía en aparente calma, tanto que al afamado arqueólogo espacial, Lum Sha, le era difícil creer que albergara varios tipos de peligros. Ya sean agujeros negros, asteroides, cometas, púlsares, supernovas… pese a todo, le alegraba saber que su nave estaba diseñada para detectar cada ataque imprevisto para cambiar su trayectoria.
Su esposa, Shim Sha, estaba contemplando el mapa de la galaxia. Se estaban aproximando a un antiguo planeta aislado donde, siglos atrás, floreció una misteriosa civilización. Pero debido a un volcán en erupción, su atmósfera se tornó tóxica y todo vestigio de vida se extinguió.
— Estamos cerca – le dijo Shim – a unos 10 años luz de distancia. No hay agujeros de gusanos ni ningún cordón de asteroides.
— Bien. Activaré la velocidad superlumínica – avisó Lum – es más rápido que viajar a la velocidad de la luz y, además, llegaremos antes de la cena.
Así, consiguieron llegar en menos de un minuto a su planeta objetivo.
Hacia eras que el oxígeno se disipó y, en el presente, solo se vislumbraba un cielo oscuro aún en el día. La pareja sobrevoló la superficie hasta hallar una curiosa construcción antigua, conformada por siete pilares de rocas de distintas alturas. Se encontraban dispuestas alrededor de un círculo, cuyo centro albergaba un orificio en donde, presuntamente, pudo haber albergado algún orbe.
Aterrizaron la nave en una distancia prudente, con el fin de no perturbar un hallazgo arqueológico alienígena. Tanto Lum como Shim se equiparon con sus trajes espaciales, compuesto por cascos con tubos de oxígeno y ropa amoldada a sus cuerpos, que les cubría de la cabeza a los pies y les brindaba tanto la movilidad como regulación térmica.
Salieron lentamente, sintiendo que la gravedad de ese mundo era tan débil que podían saltar varios metros. Se impulsaron de a poco, hasta llegar a las ruinas. Fue ahí que Lum usó un escáner, restaurando la construcción con proyecciones holográficas para tener una noción de cómo habría lucido en el pasado.
Una vez que terminó, dijo:
— Esto no se trata de un templo ni nada. Es un instrumento musical.
— ¿Cómo? ¿Así de grande? – dijo Shim, contemplando asombrada los pilares.
— Sí, puede que esos pilares generaran sonidos de diferentes tonos – teorizó Lum – pero todavía no consigo descifrar cómo podrían activarlo.
— Quizás ese orificio sea la clave – señaló Shim, hacia el centro – Pero necesitaríamos un orbe u objeto esférico de tamaño similar para comprobarlo.
— ¿Será que hallaremos ese artefacto? – preguntó Lum, mirando a su alrededor – Espero que esté por aquí y no se haya perdido por el paso del tiempo.
La pareja comenzó a buscar el mecanismo que los ayudaría a activar aquel gigantesco instrumento musical. Pero, en lugar de eso, hallaron vajillas y otros utensilios de barro y piedra pulida. Incluso, encontraron un muro con unas descripciones extrañas, conformadas por signos, dibujos y otros motivos que se asemejaban a las letras.
— Quizás pueda mostrárselo a nuestros colegas para que lo codifiquen – dijo Lum, mientras escaneaba el muro – de momento, solo queda retirarnos.
— Espera – dijo Shim - ¿Y si hacemos una simulación del instrumento musical en la nave? Tengo curiosidad por saber cómo podría haber sonado.
Lum accedió a los deseos de su esposa y retornaron a la nave. Ahí, contaban con una supercomputadora cuántica, capaz de leer los datos registrados por el arqueólogo espacial para reflejar imágenes y simulaciones de mundos antiguos en su anterior esplendor.
Lum fusionó su escáner con la computadora y, de inmediato, se proyectó una imagen holográfica del instrumento musical. Apreciaron que, en su interior, había un complejo mecanismo de cuerdas y engranajes, unidos a unos tubos huecos que se extendían hasta los pilares, con el fin de generar las notas musicales correspondientes.
Dicho mecanismo se conectaba al centro, comprobando así que era la esfera la que la activaba.
— Quizás había alguien que moviera el orbe con las manos – teorizó Shim – y, con eso, generaba la música.
— Configuraré ese dato para comprobarlo en la simulación – dijo Lum.
Diseñó un orbe idóneo para el orificio, el cual lo insertó con cuidado y, ahí, vio que los engranajes comenzaron a activarse de a poco.
Dentro de la simulación, Lum movió la esfera y, poco a poco, logró sacar algún sonido. Pero debido a que no tenía noción melódica (porque era arqueólogo, no compositor musical) solo generó sonidos molestos y chirriantes.
— Quizás sea mejor programarlo con alguna música de nuestro planeta – sugirió Shim – así no nos complicaremos la vida.
— Tienes razón – dijo Lum, reprogramando la simulación – haré que se ejecute sola y sé qué música hacer que reproduzca.
Tras introducir nuevos datos en su computadora cuántica, la simulación comenzó a surtir efecto y la esfera se movió sola, logrando generar los diferentes tonos para reproducir la música seleccionada.
Los pilares emitían sonidos de viento, como si silbaran, lanzando desde sonidos agudos hasta graves, según sus respectivas alturas.
Tanto Lum como Shim se sumergieron en ese tiempo, en que la civilización de ese mundo estaba en su época dorada. Las personas usarían una especie de tecnología rudimentaria y funcional, estando muy lejos de dominar la electricidad y las pulsiones cuánticas, pero de igual modo sabrían arreglárselas.
Los arqueólogos se imaginaron ese escenario, repleto de gente que contemplaba al músico, moviendo la esfera con destreza mientras cautivaba a su audiencia con la música.
Desconocían su propósito, si se trataba de algún ritual religioso o un mero mecanismo de entretenimiento. Pero de lo que estaban seguros era que, al menos, en la simulación, consiguieron traer a la vida a una civilización destinada a morir en el olvido.
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Editado: 20.05.2025