Cuentos de ciencia ficción

El mensaje de Arcturus

La base de investigación espacial estaba en calma, casi si ninguna actividad astronómica que pusiera en alerta a todos.

Dentro de la sección de informática y comunicación, la doctora Kari estaba redactando un artículo, mientras su café humeante sostenía algunas de las hojas sueltas de sus apuntes más viejos.

Pronto, bostezó y se frotó los ojos, sintiendo que había estado trabajando sin descanso.

Mientras se disponía a tomar su café, la computadora hizo un extraño sonido. Luego, la radio sintonizó una señal proveniente de un lugar remoto.

Kari se acercó a la radio y la activó, mientras se colocaba sus auriculares para intentar escuchar mejor la transmisión.

RRRRSSSSRRRRSSS

PIIIIP-PIIIIP-PIIIIP

— ¿Qué está pasando? – se preguntó la científica.

— ¿Sucede algo, doctora? – le preguntó un colega suyo, que andaba por los alrededores.

La doctora Kari lo miró. Su colega era el doctor Ariel, recién admitido en la base para trabajar como su apoyo.

Ella le señaló la frecuencia registrada de la radio por la computadora y le explicó:

— Puede que solo se trate de un problema de conexión, pero también emite ciertos intervalos de sonidos que no logro descifrar. Necesito que los analices, mientras llamo a los técnicos a que revisen el equipo.

— Entendido, doctora. Yo me encargo.

En tanto la doctora Kari se marchaba, Ariel se colocaba los auriculares para hacer su trabajo. Tecleó por la computadora y, poco a poco, aquel sonido ininteligible se transformó en palabras, frases y expresiones de un idioma extraño.

Pero no era una lengua existente en la Tierra, sino uno proveniente de más lejos.

Tras codificar el mensaje, se topó con la siguiente transcripción:

Soy la princesa Mey, del sistema estelar que llamáis Arcturus. Solicitamos ayuda, los reptilianos están atacándonos y requerimos de aliados.

— ¡No! ¡Los reptilianos! – murmuró Ariel, preocupado - ¿De verdad lograron llegar hasta ahí?

Ya desde hace eras atacaron al cúmulo de estrellas que llamáis “Pléyades”, ocasionando la caída del príncipe de las siete estrellas quien, hasta el presente, sigue en paradero desconocido. Por eso recurrimos a vuestra ayuda, les solicitamos refugio, en tanto preparamos la defensa para protegernos contra la invasión.

Ariel se llevó una mano al pecho, mientras respiraba entrecortadamente. Su corazón le dolía, dado que no esperaba esa devastadora noticia desde que se vio forzado a abandonar su imperio y vivir como un refugiado en un mundo distante.

— Yo solo intentaba proteger a mi gente – se dijo Ariel – no creí que las pléyades caerían ante el dominio de los reptilianos tan rápido. Oh, no, ahora pensarán que fui un cobarde, que los abandoné a todos a su entera suerte.

En tanto lamentaba su infortunio, la doctora Kari regresaba a la sala de informática, preguntándole:

— ¿Alguna novedad?

— No… este… solo era sonidos extraños – dijo Ariel, apagando la radio y la computadora – quizás sí deban revisar los técnicos.

— Bien. Gracias por la ayuda, doctor Ariel. Seguiré con mi trabajo.

La doctora Kari, ajena a lo que estaba sucediendo en el sistema estelar Arcturus, siguió redactando su artículo sobre los cúmulos de estrellas. Ariel, por su parte, se sintió mareado. No sabía si confiarle a ella su secreto y mostrarle el mensaje codificado, o mantenerla lejos de ese asunto.

Lo único que podía hacer era esperar a que todos se marcharan para, así, volver a conectarse en la radio y tratar de contactar con la princesa Mey. Quería decirle que estaba vivo y dispuesto a ayudar a su pueblo.

“Quizás, así, formemos una alianza”, pensó Ariel, con esperanza. “Los arcturianos y pleyiadanos nos hemos llevado bien por eras. Es hora de restablecer ese lazo para acabar de una vez por todas con el dominio de los reptilianos”.




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