Cuentos de Invierno: Historias que susurran al frío

El Hombre de las Nieves

En un pequeño pueblo, situado en una de las tierras más australes de nuestro planeta, corría la leyenda de que un hombre de grandes proporciones habitaba los bosques aledaños. Desde que Malcolm había comenzado a trabajar en la taberna, que se ubicaba en el centro del pueblo, solía escuchar cómo hombres y mujeres contaban sus experiencias con este extraño hombre.

Había historias de todo tipo. Algunos afirmaban que el hombre robaba su ganado, otros juraban que habían visto grandes pisadas sobre la nieve y curiosas sombras a la luz de la luna. Malcolm había escuchado diferentes anécdotas. Por ejemplo, el señor Rolfo había contado una y otra vez que una mañana se había levantado para continuar su trabajo y, luego de desayunar, había ido hasta el establo para esquilar las ovejas. Pero apenas abrió la gran puerta de madera, notó que faltaban tres de sus animales. Las ovejas habían desaparecido del establo sin rastro alguno. Rolfo juraba que había dejado la puerta cerrada con una cadena y candado que estaban intactos esa mañana.

El matrimonio Pungo tenía una historia un poco más impactante. Tal y como Rolfo, habían despertado una mañana para continuar con sus tareas en la granja, pero ellos habían encontrado a todos los animales sueltos en el campo. Los Pungo juraban que, si bien ellos solían dejar el granero cerrado con llave, esa mañana la puerta estaba abierta. Cuando el señor y la señora Pungo lograron reunir a todos sus animales de nuevo en la granja, notaron que faltaban dos vacas lecheras.

Lo que más impresionaba a Malcolm eran las historias donde el hombre se metía en casas ajenas durante la noche para robar comida y bebida. Otros granjeros afirmaban que también se había apropiado de mantas, faroles a vela y cajas de fósforos. Pero si bien todos los granjeros de las afueras del pueblo aseguraban haber sufrido sus descaros, ninguno había visto su rostro. Lo único que habían encontrado de él era una serie de huellas sobre la nieve que iban desde el bosque hasta la granja y luego de regreso al bosque. Los pocos valientes que se habían adentrado entre los árboles jamás habían podido dar con aquel extraño monstruo.

Las primeras semanas, Malcolm oyó las historias como cuentos interesantes acerca de un hombre que se refugiaba en los bosques nevados para hurtar cosas de los granjeros. Pero a medida que los testimonios comenzaron a crecer, Malcolm comenzó a sentir cierta curiosidad.

Ya no era un granjero molesto que parloteaba acerca de cómo había perdido una oveja y tres chanchos. Esa mañana de invierno, Malcolm contabilizó cinco personas que habían pasado por situaciones similares, en donde juraban no haber visto u oído al perpetrador.

El dueño del bar le dijo a Malcolm que no les hiciera caso a esas historias tan ridículas. ¿Cómo era posible que un hombre, que andaba descalzo por el bosque nevado, sobreviviera sin un hogar o alimento? Malcolm sabía que ese hombre robaba los alimentos de las casas cercanas y esa era la razón de su supervivencia. Claro que no se explicaba cómo alguien podía andar descalzo por aquellas tierras; los inviernos podían ser muy crudos en el pueblo. La nieve no dejaba de caer por tres o cuatro días, y el sol de los días siguientes no era lo suficientemente cálido para lograr que los grandes bloques blancos se derritieran.

Aun así, Malcolm sentía cierta admiración por aquel extraño hombre. A pesar de la situación extrema en la que vivía, se las ingeniaba para ser paciente. Él no atacaba las ovejas en el granero para comerlas, sino que se tomaba la molestia de atraer al animal hacia el bosque para hacerlo desaparecer.

Cada vez que Malcolm salía del bar, los grandes copos de nieve golpeaban su rostro. Caminaba con la mirada puesta en el suelo. Tenía la ilusión de un día encontrar la huella de un pie descalzo en la acera, allí donde varios kilos de nieve se acumulaban.

Por supuesto que Malcolm jamás había logrado dar con una huella. Era bien sabido que el hombre no solía andar por el pueblo. Tampoco había víctimas de robos misteriosos o situaciones extrañas, por lo que no había razón para creer que ese hombre estaba acechando a los alrededores del bar.

Pero esa noche fue diferente.

Malcolm trabajó hasta las tres de la mañana porque una de sus compañeras estaba enferma y no pudo asistir a la taberna. Al finalizar su labor, se quitó el delantal blanco y se abrigó con la campera más gruesa que tenía, una hecha de piel de oso.

Abandonó el bar con las manos en los bolsillos. Malcolm no recordaba una noche más fría que esa. Había estado nevando toda la semana y los caminos estaban cubiertos por una gruesa capa de nieve sucia.

Con cada paso que Malcolm daba, tenía que agitar su pie para que la nieve no se acumule en el empeine de las botas. La gélida brisa comenzaba a congelar la punta de su nariz y Malcolm intentó esconderla detrás de la bufanda de lana roja que le había tejido su madre.

Fue entonces cuando la vio.

La huella estaba perfectamente marcada en la nieve. Incluso, pese a estar nevando en ese momento, el pie estaba explícitamente dibujado en el suelo. El corazón de Malcolm dio un vuelco. Era la primera vez que veía algo relacionado con el hombre con sus propios ojos. Las manos le comenzaron a sudar. Se sentía observado. Un ligero escalofrío recorrió la espalda de Malcolm mientras él se giraba de derecha a izquierda para poder averiguar de dónde provenía esa extraña sensación.

Las calles del pueblo apenas estaban iluminadas por los viejos faroles que algún ciudadano, que había tenido que salir a trabajar con ese frío, había encendido. Cuando Malcolm volteó y vio una ligera sombra deslizarse por una de las pequeñas casas de la cuadra, se echó a correr.

Se sentía perseguido. Sus pulmones se desesperaban por ingerir oxígeno. Sus extremidades entraron en calor, mas su pecho estaba congelado. La sensación de que no estaba solo, de que lo estaban acechando, se volvió más fuerte cuando pasó junto a un farol cuya vela se había consumido. Casi podía imaginarse a ese hombre alto y musculoso, corriendo detrás de él. Sus largos cabellos y su pulposa barba. Su fibroso cuerpo cubierto con pieles de animales robados se hacía visible en su mente.



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En el texto hay: invierno, magia, magia y amor

Editado: 12.06.2025

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