Dios lo había elegido para ese rol. Él había sido el único hombre en sobrevivir a la caída de un rayo y recuperarse en pocas semanas, sin secuelas graves. Había perdido el oído de la oreja izquierda y la visión de su ojo se había reducido. Pero, sorprendentemente, el resto de su cuerpo seguía intacto. Por esta razón, los ciudadanos de su pueblo lo comenzaron a apodar el elegido. Los rumores se extendieron por esas tierras con velocidad, y cuando llegaron a la capital, fue el propio Rey quien lo mandó a llamar.
Ese día, Frank se presentó sin estar seguro de que le iba a suceder. Para su sorpresa, el Rey simplemente le rogó que fuera el protector de su pequeña hija, la princesa Bianca. En un principio, Frank rechazó el trabajo. Hacía años que no blandía una espada y que no realizaba entrenamiento militar. Pero el Rey le ofreció mucho dinero, tierras y un título de noble. Era tentador, claro que sí. Sin embargo, Frank volvió a declinar la propuesta.
Cuando se disponía a abandonar el palacio, una pequeña niña chocó contra sus piernas. Frank no tardó mucho en reconocer a la pequeña princesa. Sus cabellos eran largos y oscuros como la misma noche, pero sus ojos eran grandes y de un extraño color esmeralda que hipnotizaron a Frank por varios segundos.
Bianca era la única hija de los Reyes y era la consentida de todo el palacio. Los sirvientes corrían detrás de ellas, y cada vez que se le antojaba algo, todos intentaban conseguirlo para saciar sus caprichos.
Pero fue en ese momento, cuando Frank la contempló a los ojos, que cayó en la cuenta de que la niña simplemente era eso, una niña. No pudo evitar sentir una corazonada, algo que le decía que su rol era ser el defensor de esa niña. Su instinto le decía que esa pequeña no sobreviviría mucho si él no la protegía.
Frank decidió volver sobre sus pasos y aceptar la petición del Rey.
Se le asignó una habitación muy espaciosa dentro de las instalaciones del palacio y se le entregó todos los objetos que solicitaba para satisfacer sus necesidades.
Frank había sido miembro del ejército real, por lo que tenía conocimientos militares. Su arma favorita era una espada que siempre llevaba amarrada a la cintura. Arma, que había sido la principal causante de que el rayo alcanzara su cuerpo. Pero Frank no era rencoroso, y en vez de pensar que la espada estaba maldita, como algunos decían, comenzó a creer que había sido bendecido. Una especie de señal divina.
Comenzó a prestar más atención a su intuición y comenzó a sospechar que algo no andaba bien dentro del palacio. Dudaba de todos: de los cocineros, de las mucamas, de las nodrizas y las institutrices, de los tutores e incluso comenzó a dudar acerca de la legitimidad de algunos miembros del ejército real.
Frank le había informado al Rey, una y otra vez, que algo no parecía estar bien. Pero el Rey, testarudo, decidió ignorar sus palabras y le dijo que se limitara a cuidar de su hija para que ningún degenerado se acercara a ella.
Por supuesto que Frank siguió cumpliendo su rol. Pero en sus ratos libres, intentaba conseguir información.
Los meses pasaron y la blancura invadió el Reino. Frank sabía que era la época favorita de Bianca porque le gustaba jugar con la nieve: hacer muñecos, tirar bolas hechas de nieve y también disfrutaba de ver caer los copos por la ventana. Por lo que Frank pasó varias jornadas en el exterior sin poder averiguar lo que estaba pasando dentro.
Pero, cuando una noche gritos desesperados despertaron a Frank, no se sorprendió. El palacio había sido invadido por un grupo armado que estaba en contra de la corona y habían prendido fuego a una de las habitaciones.
Frank, quien estaba recostado en su cama, se puso de pie y contempló a través del cristal de la ventana. Las llamas eran tan voraces que consumirían gran parte del palacio en pocos minutos. Se colocó sus botas y, luego de aferrar la espada con su mano derecha, abandonó su habitación a toda velocidad.
Los pasillos estaban inundados en caos. Hombres y mujeres corrían de un lado a otro buscando la manera más sencilla de escapar. Oyó varios disparos y golpes, pero Frank no podía distraerse.
Él tenía un único objetivo: sacar a la Princesa Bianca de allí.
Ingresó en la recámara de la niña, dando una patada contra la puerta. Ella estaba sentada en su pequeña cama, contemplando la extraña luz naranja que emitía el fuego, con cierto temor. Frank caminó hasta ella y la tomó de uno de sus delgados brazos. La sacudió con fuerza para que se pusiera de pie y comenzaron a correr.
Frank había estado tan paranoico que había memorizado los planos del palacio. Él sabía dónde estaban todos los pasadizos secretos que aquella antigua residencia albergaba.
Detrás de unos grandes paneles de madera, que habían sido colocados hacía trescientos años en una de las oficinas reales, había un agujero que podía guiar a cualquiera al exterior. Frank arrastró a Bianca en contra de la corriente de personas que estaban desesperadas por salir de allí y juntos ingresaron en la habitación. Frank cerró ambas puertas con llave. También colocó un banco delante para que el ingreso fuese más complicado. Se acercó a una de las ventanas y contempló el fuego.
En el patio frontal del palacio, había varios soldados reales combatiendo a los rebeldes, quienes no paraban de llegar desde la entrada. Frank envolvió su brazo con la cortina de seda y rompió el vidrio para que, cuando los rebeldes lograran acceder a ese cuarto, pensaran que habían decidido saltar y escapar por allí.
Se giró hacia Bianca, que estaba tan pálida como la misma nieve con la que solía jugar. Pero por alguna razón, la niña no tenía fuerza para llorar. Se acercó a los paneles decorativos que había en la pared derecha. Uno a uno, Frank los fue golpeando hasta que el hueco hizo un ligero sonido en eco.
Con la punta de su espada, Frank logró destrabar el panel, el cual se abrió como si de una pequeña puerta se tratara. Apenas se podía ver en el interior y una brisa helada llegó a su cuerpo.