Todos los años pensaba que ya había alcanzado mi máximo, viviendo con lo que tenía, convencido de que mi mentalidad era lo mejor que poseía. Creía que no podía mejorar, que no había evolución posible, que ya lo tenía todo, sin espacio para crecer. Pensaba que no podía hacer más.
Pero un día me di cuenta de que sí podía lograr todo lo que me propusiera. Entonces, mi ansiedad cambió: ya no me preocupaba por no tener nada que pensar o desear, sino por tenerlo todo… y no hacer nada con ello.
¿Cómo hago para hacerlo todo?
Mi disciplina no me lo permite.
¿Tengo disciplina?
¿La necesito?
Estresado por mis pensamientos, salí a la azotea. Me acosté en el piso y me puse a mirar el cielo. Era de noche. Las estrellas eran hermosas, pero no tanto como la luna.
—Pequeño muchacho, no deberías hacer eso —dijo la luna al ver al chico despierto.
Era su turno de aparecer. Se suponía que todos dormían y ella podía relajarse con el silencio que reinaba cuando llegaba. Sin embargo, con ese chico no era así. Desde su lugar, era evidente que en su ventana había luces encendidas, esas que suelen usar los niños pequeños o los bebés. Volvió a mirar al chico. Muchas cosas pasaban por su mente; se reflejaban en sus ojos. Era claro que, si no dormía, las cosas podían ir mal para él.
—Duerme. Ve a dormir. Es lo que hace un chico a tu edad —dijo la luna, observándolo con ternura.
—Tengo que hacerlo… hay mucho por hacer —respondió él, desesperado, como si el mundo fuera a acabarse mañana.
“Este chico es demasiado raro”, pensó la Luna.
—Todavía puedes hacerlo, pero no a esta hora. Tal vez mañana, cuando yo ya no esté a la vista —dijo la luna, dejando claro que era de noche y que no debía desvelarse.
De repente, el chico se dio cuenta de que estaba hablando con alguien. Sonaba extraño, pero él creía que hablaba con la voz en su cabeza, su conciencia. Sin embargo, al abrir bien los ojos, la vio: era la luna. Y le sonreía.
—Al parecer, eres otro mocoso. Conozco a uno que hace muchas cosas pero pide poco. Quizá deberías tomarte las cosas con más calma. El mundo no se acaba mañana… bueno, al menos no el tuyo —susurró la luna al final.
El chico, al verla y escucharla, respondió:
—Definitivamente estoy alucinando. ¿Cómo me va a hablar un satélite natural? Tengo que dormir. Debería volver a la casa. Mi mente me lo pide.
La luna se rió al oírlo:
—Está bien, mocoso. Soy una alucinación, así que no te duermas tarde. La vida es mejor cuando no te desmoronas por falta de sueño.
—¿Lo dices por experiencia? Eres un satélite natural de la Tierra. Técnicamente, no duermes. Aunque esté dormitando, no puedo creer que esta ilusión sea lo más raro que he visto. La lógica debería ser algo más… —alcanzó a decir el chico, entre sueños.
—No soy un satélite natural. Bueno, no del todo. Tal vez por eso no soy igual a las estrellas —respondió la luna.
El chico, intrigado por esa conclusión, se quedó dormido.
En el transcurso del día siguiente, el chico se quedó pensando en su ilusión: la luna le había hablado de algo, pero no recordaba exactamente de qué. Solo esperaba no volver a alucinar cuando la volviera a ver.
—Creo que necesito comer… Esto es muy extraño —murmuró mientras miraba al cielo desde el techo—. Soñar con la luna y que me hable, como si pudiera ver exactamente mi casa.
—Sí, es extraño —respondió la luna con calma—. ¿Cómo puedo verte desde arriba? Es sencillo, simplemente te hallé. Suelo deambular de un lado a otro, encontrando personas con las mismas dudas que yo.
Cuando la luna dijo aquello, el chico comenzó a preguntarse: ¿cuáles dudas?, ¿por qué estaba alucinando de nuevo con esa maldita luna? Al ver el gesto de confusión en su rostro, la luna no dudó en aclarar:
—Tú no tienes esas dudas, no las mismas que yo. Pero verte me resultó gracioso. ¿Sabes? Pareces alguien incapaz de hacer algo con su vida: tienes tantos caminos y no eliges ninguno. Prefieres creer que soy una alucinación, y encima piensas que estoy maldita. Eso no es respetuoso, chico.
—¿Gracioso, dices? ¿Que no soy respetuoso? —replicó el chico con enojo—. ¿Te parece graciosa mi vida solo porque no sé qué hacer con ella? Estoy demasiado estresado como para saberlo. Y todavía te quejas de que te llame alucinación… ¿Qué quieres entonces?, ¿que crea que la luna me habla como si fuera algo natural en este mundo?
—Está bien, está bien. Te diré lo que puedes hacer para que, cuando despiertes de esta “alucinación”, tengas un camino —dicho esto, la luna se mostró ante él.
—¿Qué se supone que eres, chico, chica? —pensó el chico al verla—. Es demasiado andrógina para siquiera saberlo… ¿Hermosa? Sí, lo es.
—Gracias por los cumplidos, pero solo una cosa: no tengo sexo definido, así que no te preocupes por eso. Puedes llamarme Arian —dijo la luna, muy feliz.
—¿Arian? ¿Ese es tu nombre? ¿No eres la luna?
—No, mi nombre es Arianrhod, pero te estoy dando permiso de llamarme Arian. Y sí, soy lo que tú llamas luna.
Dicho esto, el chico empezó a preguntar:
—¿Y cómo me vas a ayudar a “encontrar mi camino”? Dime, porque para ti, Arian, todo parece salirte fácil.
—Nada es fácil, chico… al menos no para mí —dijo en medio de un bostezo—. Como sea, no voy a ayudarte exactamente; tú harás todo por ti mismo, pero tendrás que elegir con sabiduría, ¿ok? —concluyó Arian con seriedad.
—¡Ok! —exclamó el chico, para luego desmayarse.
—Siii… esto no va a funcionar —suspiró Arian, antes de cargarlo y llevarlo hasta su cama—. Simplemente sueña, pequeño. La vida te sonreirá, y más aún si has sido bendecido por mí. Mañana elegirás bien tu destino… y seguirás viviendo tu vida, porque al final de todo… yo no soy más que una alucinación… —terminó diciendo, mientras le daba un beso en la frente.
—¿Y sabes qué es lo más raro de todo esto? —dijo el chico muy animado a su padre—. Que después de ese día sentí una calidez en el pecho, como si alguien me hubiera dado un gran abrazo maternal. Era como un escudo que repelía toda mi ansiedad y estrés.
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Editado: 04.09.2025