Cuentos de la luna

La muñeca fea

La muñeca fea —o al menos eso era lo que ella pensaba— vivía sumida en la tristeza de sentirse olvidada, como si su existencia no tuviera valor.
Era un pensamiento duro, injusto quizás, pero que resonaba constantemente en su mente de trapo y botones.
Su vida había consistido en hacer felices a los niños, pero ¿cómo hacerlo si los niños ya no la querían?

—Nadie juega conmigo… Soy muy fea, tan fea que los niños ni se me acercan. ¿Cómo podría hacer que los niños se me acerquen estando así? Mejor que no se acerquen —pensó la muñeca, muy triste por estar sola.

La luna, que la observaba noche tras noche desde lo alto del cielo, se había encariñado con aquella muñeca silenciosa y melancólica; tal vez veía algo de ella misma en la muñeca.
Ya cansada de verla tan apagada, con los hilos del alma deshechos por la soledad, en un destello de ternura decidió intervenir de una forma sutil y mágica. Esto tendría sus contras: tendría que irse de nuevo, pero ya no con la triste mirada de la muñeca.

Fue entonces cuando envió un pequeño ratón. No te dejes engañar: ese ratón era uno de sus fieles sirvientes, que no dejaban de buscarla.

—Emi, te tengo un favor —dijo la luna al ver a un ratón.

De un momento a otro, el ratón se transformó en una chica.

—Sabes que odio que me digas así —recriminó la chica con una cara enojada, aunque por dentro estaba muy feliz.

—¡No puede ser! ¡Arianrhod me mandó a hablar a mí! —pensó la chica–ratón.

—Ok, está bien, Esminteo… necesito un favor. Necesito que vayas con esa muñeca de ahí, le hables un poco, solo aliéntala y, si puedes, le des una bendición: que la arregle, que haga que no le pase nada… ¿sí puedes? —terminó diciendo en un susurro, con un brillo suave y triste.

Esminteo, algo confundida por la rareza del encargo pero feliz de tener una misión especial, dijo que sí. Así que partió con alegría entre sombras y juguetes dormidos, hasta llegar donde estaba la muñeca. Y aunque la muñeca aún no lo sabía, su tristeza comenzaría a desvanecerse. Solo necesitaba a alguien con quien hablar. Al llegar, Esminteo se presentó en forma de ratón.

—Nunca había visto a un ratón hablar —le dijo la muñeca a Esminteo.

—Lo mismo digo: nunca había visto a una muñeca hablar, mucho menos tener conciencia —respondió con cautela.

—¿En serio? —preguntó la inocente muñeca—. Pero si nunca he conocido a un muñeco que no hable… —La muñeca, pensativa, empezó a divagar—. Sería genial no tener conciencia, tal vez solo que alguien te mueva y tú no lo sepas ni tengas idea… sería genial.

Pero Esminteo, viendo hacia dónde iban sus pensamientos, simplemente dijo:

—Sí, eres muy rara, pero no significa que esté mal. Tal vez eres la cosa más curiosa que he visto, pero solo tengo unos siglos existiendo, así que no sé cómo explicártelo.

La muñeca, al escucharlo, se empezó a reír.

—¿Un par de siglos tú? —soltó una carcajada—. No lo creo —dijo aún riéndose.

—Oye, ¿de qué te ríes? Es en serio.

—Sí, sí… y yo soy un humano.

Así siguió su plática, mientras Arianrhod los veía de lejos. Sí, eso era lo único que necesitaba.
Porque, a veces, solo hace falta una palabra amable o una visita inesperada para que incluso una muñeca que se cree fea vuelva a sentirse viva. Desde aquel momento, la muñeca ya no estuvo triste, y el ratón de Esminteo, sin saberlo, había cumplido una de las misiones más importantes de su vida, guiado por la luz suave y constante de la luna.

Fin.

******

Esto es en serio… Ya me estoy cansando de ir a todos lados. Tal vez en algún momento solo me quede encontrarme con él…




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