Cuentos de la luna

El niño y el zorro

Había una vez un niño muy delgado y bajito. Su vida no era fácil, pero nada de eso importaba mientras su mamá estuviera a su lado; con ella, él podía ser feliz. Pero, como dije, mientras ella estuviera…

Cuando mirabas al niño, veías sus ojos negros, vacíos de brillo. Vacíos porque a su madre se la llevarían… se la llevarían al cielo. Él no podía creerlo. ¿Por qué su mamá tenía que irse al cielo? ¿Por qué él debía quedarse solo?

—Mamá, por favor no me dejes. Te amo mucho, mami… no me dejes. ¿Qué voy a hacer sin ti? —susurró el niño abrazando el cuerpo de su madre.

Ella yacía en una camilla de hospital, esperando que algún dios le concediera una oportunidad más: vivir, seguir cuidando a su hijo.

—Te amo, bebé. Crece mucho y cuídate. Lo siento tanto… —dijo la madre, mientras el niño solo podía llorar, pedir y rogar que no lo dejara. Pero no siempre sucede lo que uno desea.

—Creo que no voy a poder verte crecer. Lo siento, mi bebé… Por favor, a cualquier dios que exista, se lo pido: cuiden de mi niño. Mi bebé le teme a la soledad… no me lo dejen solo, se los ruego… —fueron los últimos pensamientos de aquella madre que creyó que nadie la escuchaba, aun cuando seguía pidiendo un poco más.

Los días pasaron y el niño fue llevado a una casa hogar. Cada vez que tenía la oportunidad, se escapaba. Nadie sabía a dónde iba, pero siempre regresaba cuando ya era evidente que no estaba.

—Mi madre tenía cáncer terminal y yo no pude salvarla —pensó un día, de pie frente a una tumba. La tumba de su madre.

Cada día que podía, él iba allí. Le pedía a su madre que volviera. Sabía que no sucedería, pero aún guardaba una pequeña esperanza. Los días siguientes fueron tristes: el niño vio llorar al cielo. Estaba completamente solo; su familia lo había abandonado, y su madre… también se había ido. Con el tiempo, empezó a causar problemas: rompía vidrios, golpeaba gente. Pero después, siempre terminaba llorando. No quería ser así. No quería ese dolor. Caminaba rodeado de amigos, pero aun así se sentía solo, vacío; un vacío que le apretaba el corazón.

Hasta que un día, mientras caminaba sin rumbo —ni él mismo sabía qué esperaba—, se cruzó con un viejito al que se le cayó todo el mandado en medio de la calle. Nadie lo ayudó. Nadie, excepto el niño.

El viejito estaba apenado; hacía mucho que no se caía. El niño lo ayudó a recoger todo y caminaron juntos hasta la esquina. Allí, el hombre quiso darle algo del mandado en agradecimiento, pero al ver los ojos tan tristes del niño, decidió entregarle una pequeña caja.

—¡Espero que te alegre el día! Y cuídalo bien, ¿sí? Muchas gracias —dijo el viejito, tomando sus bolsas y alejándose.

El niño quiso rechazar el regalo, pero el hombre ya había desaparecido. Decidió abrir la caja en su cuarto. Mientras avanzaba, una pregunta lo inquietó:

—Ese viejito… ¿de dónde sacó la caja si solo llevaba bolsas de mandado?

Al llegar a su habitación, notó que la caja se movía y emitía pequeños ruidos.

—¿Y si es algo raro? ¿Y si es un animal herido y me lo dio porque no sabía dónde dejarlo? —pensó, nervioso.

Finalmente abrió la caja, temblando de miedo… y se encontró con la sorpresa: un pequeño zorrito lo miraba con ojos curiosos.

—¿Qué se supone que haga contigo? No creo que aquí permitan cuidar este tipo de animales… —murmuró.
¿Cómo cuidarlo? ¿Cómo alimentarlo?
Y la pregunta que más lo atormentaba:
¿El zorrito querrá quedarse con él?

Solo el tiempo lo diría. Solo el destino sabe lo que está escrito para cada uno. Por ahora, el niño estaba feliz. No sonreía, pero en sus profundos ojos negros había un brillo distinto. Y a su lado, un zorrito que sería para siempre su mejor amigo.

Fin.

—Maldito viejo… ¿cuál viejo? Maldito Hod, dejándome en este universo. ¿Ahora qué se supone que haga? Bueno… al menos lo tengo a él —pensó un zorrito travieso mientras jugaba con un niño.

*******

—Debí haber llegado más temprano, tal vez el niño no hubiera sufrido lo que sufrió. Pero no puedo mover el tiempo, no si no quiero que alguien más me encuentre. Así que lo siento, Ina, cuida un poco del niño mientras crece—.




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