- Hola, querido. ¿Cómo estuvo tu día? - preguntó ella con una sonrisa forzada. Aún le dolía la mejilla.
- ¿Qué mierda te importa? – respondió él muy ofuscado.
Estaba supremamente enojado, y escuchar la voz de su esposa, lo hacía enojar aún más. Hoy lo habían despedido, pero consideraba que no era algo que su esposa debía saber. Era demasiado soberbio para hablar de sus problemas y pedir ayuda.
Bernardo preguntó por sus chanclas y su esposa rápidamente se las trajo. También le trajo el refresco que tanto le gustaba y él se lo arrebató de las manos bruscamente. A ella no le molestaba su aspereza, y nunca le reclamaba por ello. Se había acostumbrado a eso y aprendió a fingir que no le importaba.
- Mi comida - pidió con severidad - Tengo hambre.
Ella se dirigió a la cocina y le sirvió su plato como de costumbre, y él se sentó en la mesa mientras esperaba y se sumergió en sus propios pensamientos.
Esa tarde, ella había cocinado estofado de pollo con papas, arroz con fideos y rodajas de plátano amarillo. Dejó el plato frente a él, luego, se sirvió uno para ella y se sentó a comer con él. Un quejido leve salió de sus labios cuando trató de sentarse, pero sonrío enseguida para no hacer enojar a Bernardo nuevamente. Todavía le dolía el cuerpo a causa de los golpes, y no quería darle otro motivo para que lo repitiera. Ella le contó sobre su día, y él, poco o nada, le prestó atención, hasta que ella mencionó haber estado leyendo.
- ¿Leíste? - preguntó burlonamente. Consideraba a su esposa demasiado floja y poco instruida como para tener interés en leer.
- Sí, de muchas cosas - respondió ella sorprendida de su repentino interés - ¿Has oído hablar del Botox?
La diversión que ella le había causado se esfumó. "¿Cómo pude pensar que esta inútil iba a poder leer algo que no fuera revistas para mujeres?” dijo para sí mismo. “Debí haberme casado con Selena como sugirió mi madre”. Molesto por la situación, se hundió en su plato y de nuevo la ignoró.
- El tratamiento consiste - continuó ella al notar que una vez más su esposo no respondería a sus preguntas - en inyectar pequeñas cantidades de una sustancia llamada botulina para inhabilitar la acción de ciertos músculos que provocan las arrugas en el rostro...
- ¡No tengo dinero para tus estupideces! - la interrumpió gritándola y ella se sobresaltó - si te estás envejeciendo y te están saliendo arrugas, es porque te la pasas metida aquí todo el día - dijo mientras engullía un trozo de pollo y una cucharada de arroz - procura salir de aquí de vez en cuando - finalizó.
- No es eso, cariño, tranquilo - dijo ella con fingida calma poniendo su mano sobre una de sus mejillas amoratadas - La sustancia utilizada para elaborarlo fue la que llamó mi atención. Se llama botulínica y es una neurotoxina fabricada por la bacteria 'Costridium botulinum'...
Bernardo optó por no escucharla después de eso. Estaba muy enojado, ya que él acababa de ser despedido de su trabajo, y creía que su esposa en lo único que estaba pensando era en cómo eliminar sus arrugas. "¡Qué tiene esta mujer en la cabeza!" pensó exasperado.
Después de tragar un trozo más de pollo, el hombre se sintió mareado. Pensó que era producto de los malos ratos que le hacía pasar su esposa, hasta que una presión en su pecho empezó a surgir.
- Es el veneno más poderoso que existe con una letalidad de un nanogramo por kilogramo...
Bernardo quería mover las piernas. No pudo. Quería mover los brazos, pero tampoco pudo. Sintió la presión en su pecho cada vez más y más fuerte. Estaba jadeando. Necesitaba aire. Necesitaba respirar. No podía respirar. Su esposa estaba con la mirada fija en su plato mientras le hablaba.
- ... Eso significa que una dosis de diez a la menos siete gramos es suficiente para matar a un hombre que pese setenta kilogramos y es casi imperceptible...
Estaba completamente paralizado y, peor aún, su esposa no se daba cuenta. Vio a su esposa levantarse de la mesa lentamente y tomar el teléfono.
- Afortunadamente, cariño, tu peso es de ochenta kilogramos - finalizó ella, y le dio una amplia sonrisa de satisfacción, mientras esperaba que contestaran del otro lado.
- ¡Ayuda, por favor, es mi esposo! - fingió desesperada; y sollozando, dio todos los datos para que enviaran paramédicos. Colgó la llamada después de dar la información, volvió a sentarse a la mesa y continuó con su cena.
El corazón de Bernardo dejó de latir.