Cuentos de La Tata

Colección de bailarinas

Me gusta mi vida. Soy soltero, tengo treinta y dos años, y soy poderosamente rico.

Soy dueño de una empresa dedicada a la confección de ropa íntima que arroja grandes sumas de dinero anualmente, y por si fuera poco, heredé una gran fortuna de mis padres, en la que incluye cinco propiedades avaluadas en más de cien mil billones de pesos, las cuales coloco en renta para ganar dinero extra. Poseo mansiones en las principales ciudades del país, que también arriendo, y tengo mi propia isla privada, a la cual viajo solamente yo y a quien decida que merezca estar allí conmigo. Voy los mejores bares de cada ciudad capitalina en mi país y armo fiestas privadas en cualquiera de mis casas con alcohol de la mejor calidad. No puedo pedirle nada más a la vida.

Aún cuando me gusta complacerme de tal forma, soy un hombre responsable y cuido muy bien mi patrimonio. No derrocho mi dinero ni hago cosas ilegales, y mido muy bien cada uno de mis gastos personales, excepto una sola cosa: mi colección de bailarinas. Amo las bailarinas, y para cada una de ellas no hay límites de dinero. Hace dos años desarrollé una fuerte adicción por estas sensuales expositoras del baile que han formado parte de mis gastos fijos mes a mes. 

Me gustan las bailarinas, y no para tener sexo con ellas, no, absolutamente no. Simplemente me fascina contemplar sus cuerpos casi desnudos frente a mí. Cuerpos esbeltos, delicados, sin mancha... me excita, me vuelve loco. Pago lo que sea con tal de ver a las más hermosas damas dedicadas a este oficio, bailando frente a mí.

Tengo mi propia colección en mi isla, son de diferentes países y cada una practica un ritmo musical diferente: una linda brasileña bailarina de samba, una argentina dedicada al tango, una dulce dominicana que se mueve al ritmo de la bachata, una colombiana con categoría de salsera, entre otras. En total tengo trece. Pero hay una que se destaca entre todas: Adahari, del medio Oriente, que mueve su cintura con el Raqs Baladi. 

Adahari es realmente bella, tiene el cabello rubio y ondulado, de tez blanca y delicada sonrisa. Está conmigo desde hace ocho meses y tiene el mismo rango de edad que las demás chicas, pero su hermosura le da puntos extras conmigo. Lo cierto es que las quiero a todas por igual, aunque no puedo negar que Adahari es especial.

¿Cómo la conocí? Igual que a todas las demás. Busco academias de baile en su países natales, instituciones destacadas por enseñar y preparar a las mejores bailarinas. En el caso de Adahari, eso fue en Egipto. Coloco a mi personal exclusivo a seguir a cada una de las asistentes. Ellos se encargan de entregarme un informe completo de sus vidas: familia, hobbies, estatus social, estudios, en fin. Cuando vi la foto de Adahari, me cautivó su belleza, y sin pensarlo, la contacté y la convencí, como a todas las demás, de ser parte de mi colección. El contacto con la bailarina lo hago yo directamente, porque me gusta que sepan para quien trabajarán y cómo son las condiciones. Luego, las traigo a mi isla privada con su debido consentimiento. No obligo a ninguna de mis chicas a ser parte de esto. 

Al principio, Adahari se sentía triste de estar conmigo. Era lógico, extrañaba mucho a su familia; pero ahora, veo que es feliz a mi lado y también con las demás bailarinas. Como todas mis chicas, ella es más joven que yo, además es dulce, divertida, tierna y cuida de las demás. Cuando converso con ella, me siento libre y escuchado. Amo a Adahari.

He pensado en hacer algo trascendental en mi vida: quiero a Adahari como algo más que mi bailarina. Ya no me conformo con sólo ver su cuerpo. Me enamoré de ella y veinte años de diferencia en edades no será ningún problema para ello. No será ningún problema para mí.



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En el texto hay: humor negro, realismo oscuro, terror suspenso y sangre

Editado: 10.04.2024

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