Cuentos de la vida misma

El Exilio

Antonio era feliz en su país. Con todas las carencias que podía tener, con el fastidioso calor sofocante, con las colas provocadas por el desabastecimiento, con los problemas de servicios públicos; con todo eso, él se sentía bien porque estaba con su familia. Si le faltaba algo estaban sus amigos y demás familiares, porque en la idiosincrasia del latinoamericana la familia es importante y se quieren por igual a primos y hermanos, además que en nuestro gen esta el ayudar al vecino, al amigo

Pero llegó el tiempo en el que su trabajo como profesor universitario no le daba de comer, en ese momento ya estaba viudo, sus hijos grandes, casados y con hijos; pero ellos se encontraban incluso peor que él porque debían alimentar, vestir y educar a sus propios hijos y no tenían manera de hacerlo y mucho menos de tender una mano a Antonio. Los amigos y otros familiares empezaron a irse, el país se estaba vaciando. Como podían se iban, algunos en avión con papeles en regla. Otros, la gran mayoría, se fueron caminando buscando en otros países lo que no podían conseguir en el suyo

Antonio, el padre y abuelo, el respetado profesor, el que con su trabajo y el de su esposa, lograron vivir bien, como cualquier familia de clase media en cualquier parte del mundo,; pero que ahora, cuando era el momento de disfrutar todo lo que había cosechado, se encontraba solo, sin dinero y peor aun, sin esperanzas de que su precaria situación mejorara. Le costó mucho tomar la decisión, pero uno de sus hijos y un nieto lo iban a acompañar; finalmente, se armó de valor y optó por irse rumbo a otro país, huyendo de una crisis económico que lo había arrastrado a ser prácticamente indigente

Ya en el exilio, Antonio agradecía la estabilidad económica que le daba el trabajo en el supermercado acomodando cajas, un trabajo que en su país nunca pensó hacer. El exilio es muy difícil, más aun cuando el país que te recibe tiene un idioma distinto al que tú hablas. Sin embargo, ahora podía ayudar a sus hijos, podía ayudar a sus amigos que aún se quedaban en su país, viviendo penurias inimaginables, eso le confortaba; pero extrañaba la calidez de su patria y su gente, porque por más que intentaba no se sentía en casa, extrañaba a los hijos que le quedaban allá, a quienes daba por sentado que nunca más vería. Extrañaba visitar a su esposa en el cementerio, sentía inmensamente no acompañarla en su lugar de reposo cuando a él le llegara la hora de la muerte y extrañaba pasar por esos lugares que le evocaban una pasada vida feliz. Porque, paradójicamente, el exiliado vive de los recuerdos, pero cada día se le hacen más lejanos. Las calles, casas y caras se le confunden, lo nuevo borra lo viejo y el exiliado va perdiendo lo que le queda de su patria y de su gente. Para un latinoamericano su gente y su patria lo es todo y perder eso es como perder su vida misma



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 13.11.2024

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