Cuentos de la vida misma

Reencarnación

Cuando nací mi abuela me tomó como la reencarnación de su bebé. El niño nació muerto 10 años atrás, solo estuvo con vida dos días y, por supuesto, eso dejó desbastada a mi abuela, ese iba a ser su último hijo, el sexto. Ella siguió luchando con su dolor y criando, junto con mi abuelo, a sus otros cinco hijos. Diez años después mi padre, su hijo mayor, ya casado con mi madre, se dispone a tener a su primer hijo. Mi abuela le pide a su hijo que me ponga el nombre de su bebé fallecido, mi madre, conocedora de esa historia, primero ofrece resistencia y da excusa para no ponerme el nombre, finalmente accede, pero le pide a mi abuela, quien todos los domingos va al cementerio a visitar a su hijo, que no me diga el nombre de su bebé para evitar que me traumatice por la historia del niño.

Mi abuela me trató como su hijo menor, me consintió, se encargó de mi educación. Cuando nació mi hermana, consiguió la excusa perfecta para que yo viviera con ella, mi madre se ocuparía de la recién nacida, mientras que mi abuela ayudaba a aliviarles la carga ocupándose de mi. Yo supe la existencia del bebé fallecido, pero nunca me pregunte por su nombre, ni la fecha de su nacimiento, ni de ninguna otra cosa por el estilo. Tampoco acompañaba a mi abuela al cementerio, aunque estas visitas, con el tiempo, se hicieron más esporádicas.

Cuando yo tenía unos 8 años mi madre se empezó a preocupar porque veía que perdía a su hijo, le insistió a mi padre para que se mudaran de casa, la nuestra estaba al lado de la de mi abuela; sin embargo, esto no sirvió de nada ya que, pese a que nos mudamos un poco retirado de mi abuela, yo iba a visitarla todos los días y me quedaba en su casa los fines de semana. Cuando me sentía mal o estaba triste yo buscaba consuelo en mi abuela, con ella era feliz, mis regalos el día de la madre eran para ella, mientras que ella me presentaba como su hijo y yo le correspondía amándola como a una madre, mis decisiones importantes las consultaba con ella.

Pasado un tiempo, durante el entierro de mi abuela, me puse a detallar la cripta familiar y me fijé en la lápida de mi tío, tenía exactamente mi nombre: Antonio Alejandro Martínez; pero, increíblemente, tenía la misma fecha de mi nacimiento, solo que 10 años antes que la mía, 26 de Marzo de 1966; llegué a casa de mi abuela y busque las pocas fotos de mi tío bebé o cualquier cosa que tuviese que ver con su nacimiento y lo que conseguí me dio escalofrío, en la única foto que pude conseguir de él me di cuenta que de bebé éramos parecidos, nació en el mismo ambulatorio en el que nací, lo cual podría no ser una sorpresa sino es por el hecho que fue inaugurado en el año 1966, año en que nació mi tío y fue demolido para su mudanza en el año 1976, año en él que nací yo. El niño tuvo su bautismo de agua, una costumbre venezolana para proteger al niño y se hace en la casa, sus padrinos fueron dos hermanos de mi abuela; que justamente fueron mis padrinos de agua.

A mi madre, le pregunté si ella sabía todas estas cosas coincidentes, ella siempre me ha dicho que nunca supo nada de eso, pero que siempre siguió el consejo de mi abuela sobre como tenía que hacer las cosas, ella solo tenía 20 años cuando me tuvo y su propia madre vivía en un pueblo a 12 horas de distancia de donde estábamos viviendo, por lo que era lógico que siguiera los consejos de mi abuela paterna. Yo hago un repaso de mi existencia y noto que siempre busqué su aprobación, ya que estudié medicina porque ella me enseñó a amar esa profesión, ella se la llevó muy bien con mi esposa apenas la conoció, entre otras cosas. Hoy en día yo mismo me preguntó si mi historia de vida es la que le correspondía a ese niño. Sinceramente creo que sí, este era su plan de vida, lo que me convierte en su reencarnación



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 06.11.2024

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