Cuando llegaron al club nocturno, Arturo estaba eufórico. Había recibido una condecoración por el rescate de los rehenes. Él era un policía de acción, estaba hecho para eso, tenía esa áurea de héroe; pero, además, él buscaba esas acciones, se obsesionaba en demostrar que era, como dicen los policías, un comando, lo malo de esto, es que constantemente estaba expuesto a todo lo malo del mundo y, aunque el no lo sabía, se estaba convirtiendo en un objetivo de grupos delincuenciales.
En el club se hizo famoso porque, mientras estaba franco de servicio, tomando con compañeros de trabajo, evitó un robo enfrentándose a tiros con los ladrones y abatiendo a dos de ellos. El acto en si fue heróico, temerario y puso en peligro a todos en el local, pero le dio una reputación a Arturo que lo seguiria hasta el día de su trágica muerte. Entraron tres personas armadas, dos con revólveres y una con escópeta, otro mas se quedó afuera, cerca del carro de fuga. Parecían unos malandros novatos, no solo por lo jóvenes que eran, sino porque estaban muy nerviosos, actuaban descoordinadamente. Nuestro héroe tiro la mesa y se cubrió detrás de ella, él era el único armado, nunca salía sin tener consigo alguna de sus 3 pistolas, luego de eso empezo a disparar, gastó las quince balas de su cargador disparando a diestra y siniestra, pero le dió a dos y los otros dos huyeron corriendo. Por esta acción, en la comisaria fue amonestado y sometido a investigación ya que puso en riesgo la vida de tantas personas; sin embargo, en el club nocturno fue tratado como héroe, nunca pago por bebidas o por las mujeres. El dueño del club estaba contento porque constantemente era víctima de robos en el local. pero ahora, gracias a Arturo, ellos no volverían y los clientes se sentirían mas seguros.
Arturo estaba feliz con la reputación que se ganó por esta acción, le gustaba la dulación y el trato que recibía, Ahora en el momento mas feliz de su carrera, no dudo en celebrar en el club nocturno. Celebrando con sus compañeros, pasadas las 12 de la noche y con poca gente en el local, ingresó un oficial del ejército, vistiendo de civil, con la pistola en mano, en evidente estado etílico y vociferando: "tengo ganas de echar plomo". Arturo fijó la vista en él. Lo siguió con la mirada cuando fue a la barra a tomar una cerveza. Lo siguió viendo cuando se dirigió a la puerta de salida. Cuando este se detuvo un rato en el umbral de la puerta, viendo hacia afuera, Arturo, el policía, el héroe, se colocó rápidamente detrás de él, lo apuntó en la cabeza y le pidió qué bajara su arma. El militar reaccionó rápidamente y, por instinto, con su mano empistolada se apartó la pistola de la nuca y al mismo tiempo disparó atravesando la bala de hombro a hombro en la humanidad de Arturo, quien cayó al instante y murió minutos después ante la perplejidad de los presentes y del propio militar, que simplemente era un fanfarrón buscando atención, Arturo, quien también era un fanfarrón, no tenía el arma cargada, él solo pretendía quitarle el arma al agresor y agrandar aún más su manto de grandeza. Arturo vivió como héroe, pero murió muy temprano, precisamente por siempre por buscar esa heroicidad