Cuentos de la vida misma

Indiferencia

Te vi parado en la calle, estabas comiendo un helado, pero se notaba que no eras del barrio. Tenias un porte distinto a la gente de aquí; en primer lugar, estabas vestido de traje y corbata, tenias un reloj dorado en la muñeca izquierda, no tengo la capacidad de saber si era de oro u otro metal, pero sí que era muy bonito y elegante. Tenias dos anillos en tu mano, presumo qué uno era de graduación y el otro de casado. Como estabas frente al taller intuí que tenias ei carro en ese sitio y por eso es que estabas ahí. ¿Qué carro tendrías? Yo no se mucho de esas cosas pero debe ser un carro fino, un Mercedes Benz o cualquier otro carro europeo, de esos que no se ven mucho por aquí.

No se como, pero de repente vi al vecino pequeño mío, quien corría en su bicicleta, siendo perseguido por otros dos muchachos más grandes, tendrían unos 15 años ambos, y te vi a ti correr, pegarles unos gritos a los zagaletones y espantarlos de ahí. Mi vecino se fue enseguida a su casa y creo que le contó a la madre lo que pasó porque ella salió y te hizo un gesto de agradecimiento con la mano.

Te admiré por eso, porque aquí nos acostumbramos a no meternos en problemas de los demás y nos hacernos la vista gorda ante cualquier delito o situación que puedes ser conflictiva o peligrosa

Seguí sentado frente a la ventana observándote cuando aparecieron, otra vez, los dos muchachos, pero ahora ellos iban acompañados por tres hombres. Supe que la cosa no pintaba bien, cuando los pocos que estaban en la calle empezaron a meterse en sus casas, hasta el taller donde estaba tu carro cerró el portón. Se te acercaron, los escuché discutir, ellos alzaron más la voz; mientras tu estabas impávido, te mostrabas imperturbable, parecía que ibas a controlar la situación; sin embargo, cuando todo indicaba que se iban, el líder del grupo sacó una pistola y sin mediar palabras, te dio un tiro en el pie. Vi como te revolcadas del dolor, vi como los otros dos te quitaban la cartera, la chequera, los anillos y hasta las llaves del carro.

Nadie te fue a socorrer, no podíamos hacerlo porque ellos tomarían represalias con nosotros. Con mucho cuidado observé como te fuiste, prácticamente gateando a la avenida principal, había un rastro de sangre siguiéndote, estabas pidiendo auxilio, pero ni siquiera los del taller, donde estaba tu auto, querían salir a ayudarte. Sentí impotencia, pero nada podía hacer o nada quería hacer, es difícil determinar que pasó. Al día siguiente alguien vino a buscar el carro, era una mujer, puede ser que sea tu esposa. Entró al taller y con el mismo impulso salió. No habló con nadie y a los del taller creo que les dijo solo lo necesario. Han pasado 30 años y lo recuerdo vívidamente. No se que paso contigo, pero hoy siento remordimiento al recordar lo indiferente que fuimos ante tu situación



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 13.11.2024

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