En un paraiso en la tierra, como lo es la perla del Caribe, la Isla de Margarita, entre las playas y los peñeros, entre peces y cocotales, con viviendas que eran más rancho que otra cosa, pero en las que se sentia vida y alegria porque todo era motivo de bullicio, en ese entorno los niños eran felices porque todo lo tenían. Se la pasaban en la playa con sus pantalones arremangados para lavarse los pies en el mar sin mojar la ropa, cuando tenían hambre pescaban, cuando tenían sueño guindaban su chinchorro debajo de los cocotales y dormían. En las noches, entre los vecinos, siempre salía alguien con un cuatro cantando galerones, mientras el resto lo acompañaba cantando y comiendo el tradicional pescado frito con casabe
Sin embargo, no todo era felicidad, los Marcano eran una familia de una madre con 5 hijos, el mayor tenia 11, no tenían padre. Los tres mayores comprendieron muy temprano que su madre necesitaba su ayuda y los tres se hicieron a la mar, de distinta manera, pero todos procurando buscar el sustento para su madre y sus hermanos más pequeños.
El mayor y el segundo se dedicaron a reparar los peñeros para los pescadores, pero el tercero, llamado Manuel, quien apenas tenia 7 años, se dedicó a la pesca. Los tres hermanos abandonaron su infancia siendo muy niños aún. Los tres fueron las víctimas silentes de un padre que los abandonó a su suerte, que no les permitió seguir siendo niños para jugar en la playa o para dormir en los cocotales.
Los tres, pero sobre todo Manuel, a partir de ese momento comenzaron a trabajar y no dejarían de hacerlo, hasta que los tres, ya con más de ochenta años encima, abandonaron este mundo, cada uno rodeados del amor de sus respectivas familias, cada uno lejos de sus hermanos, pero siempre teniendo presente todo lo que sacrificaron por su madre. Los tres hermanos forjaron un carácter reservado en el que el diálogo fue suplantando por la acción, en el que el amor se demostraba a través del trabajo. No eran inseparables, pero eran consecuentes unos con otros
Manuel trabajó como pescador. A veces iba como ayudante, se encargaba de recoger la red de pesca. En ocasiones iba solo y él se encargaba de toda la faena. Ya a los 12 fue contratado en una embarcación más grande, era el trenista, junto a otros muchachos, estiraba la red por debajo del agua para capturar más peces y se encargaba de desenredarla, entre otras cosas. A los 18 ya estaba trabajando en la petrolera como obrero.
Fue el primero con un trabajo estable y pudo sacar a su mama de la isla para que viviera en una casa mas cómoda y asi sus dos hermanos menores pudiesen ir a la escuela y aprendieran lo que él y sus dos hermanos mayores, nunca tuvieron la oportunidad de aprender. En la petrolera Manuel estuvo por 40 años, aprendió a leer, escribir y sacar cuentas en casa y así logró ascender a mejores puestos terminando como inspector. Formó y educó a sus hijos para que lucharan contra las adversidades que se le presentaran y fuesen hombres de bien.
Cuando se jubiló, empezó a perder el sentido de su vida, no concebía que un hombre no trabajara, y el estar jubilado lo deprimió. Logró ser recontratado por la empresa por 2 años más y luego, al salir nuevamente, compró un terreno de 13 hectáreas y ahí pasó 20 años sembrando y cosechando la tierra. Murió con más 80 años, trabajó hasta el último día de su vida, porque, aunque sabia que estaba gravemente enfermo, no quería pasar su tiempo en un hospital. Manuel murió feliz sintiéndose útil y sin quejarse nunca de la vida sacrificada que tuvo.