Cuentos de la vida misma

El Regreso

Hasta entonces había procurado no pensar en ello, confiando en que ese momento quedaba aún muy lejos; sin embargo, la sensación de que ya era hora de evaluar mi vida estaba creciendo. No quiere decir esto que yo pensaba que mi fin estaba cerca, todo lo contrario, pero si sentía que era el momento de hacer un cambio trascendental. A mí me gustaba eso, los cambios bruscos, salir de mi zona de confort, innovar. A mi esposa también le gustaba esto y me secundaba en mis planes, que bien podrían ser mudarnos de ciudad, cambiar de trabajos o cosas por el estilo. Finalmente decidimos mudarnos a la ciudad en donde nacimos.

Mi Barcelona era una ciudad dentro de otra ciudad. Nosotros decidimos mudarnos a la ciudad pequeña, la colonial, la de calles empedradas, la de las aceras altas, la que no estaba hecha para los vehículos, la que estaba orientada hacia el río y no hacia el mar, la Barcelona vieja, la que se quedó en el tiempo y no se modernizó. En esa Barcelona en la que ambos nacimos, en la que estudiamos, en la que nos conocimos, aislada de esa otra ciudad, la ciudad distinta, de la ciudad turística, Cosmopolitan, moderna, tres veces más grande que esa pequeña, esa ciudad grande estaba orientada al mar y con ello a la fiesta, a la rumba, a la diversión, al bacanal. Esa Barcelona para mí era desconocida y misteriosa

A nosotros nos gustaba esa pequeña que la sentíamos íntima, hogareña y en ella estábamos tranquilos y felices. Recorríamos sus calles coloniales, entrabamos a sus iglesias de antaño, nos sentábamos en cualquier fuente de soda o panadería para pasar una mañana o una tarde entera, solo viendo a los transeúntes pasar e imaginándonos que sería de su vida. En otras ocasiones caminábamos por el paseo del río y nos embelesábamos viendo su corriente de agua marrón, turbia, unas aguas a punto de encontrarse con el mar. Era una ciudad envejecida no tanto por sus casas coloniales de grandes ventanales o sus calles empedradas, estaba envejecida porque en esta pequeña ciudad solo vivían los viejos, las personas mayores, casi todos ellos con arraigos profundos que le impedían salir de la ciudad a conocer nuevos horizontes, aunque también estaban otros, como nosotros que lograron irse, pero que la fuerza de ese arraigo los obligó a regresar. Para los más jóvenes estaba la otra ciudad, la de la playa, la del mar, la de la fiesta

Cierto día, como cada tarde, salí a recorrer algunos sitios históricos, me encontraba solo, mi esposa estaba atendiendo el negocio que habíamos montado. Entré a las ruinas de la Casa Fuerte, extrañamente estaban abiertas, aunque no había ningún guía turístico dando la explicación de lo allí sucedido. Estando ahí fue inevitable evaluar lo que había sido este viaje que era mi vida. Recordé la primera vez que visite esas ruinas, era yo un niño de 6 años, estudiando 2 grado de educación básica y me encontraba fascinado con la historia de la batalla librada en ese lugar, como las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos, se defendieron casi sin armas, como entregaron su vida para no ser capturados vivos porque sabían que el destino sería peor. Muchos compañeros estaban horrorizados por la historia contada por los maestros que nos acompañaron, otros como yo empezamos a amar a esta ciudad que era capaz de demostrar tanto patriotismo ante la inminente caída.

Estando en esta reflexión, sentí por primera vez que había fallado, que mi destino pintaba para más, pero que, mediocremente, no me había esforzado lo suficiente y no había logrado la trascendencia que mis padres, y yo mismo esperaba de mi vida. Quizás fue que me sobrevalué, llegué a pensar en ese momento. Lo cierto es que esta certeza de que no logré explotar mi potencial se instaló en mi corazón y me hizo ver que este viaje ya estaba cerca de su final y no tenía las herramientas para recomponer lo que no había logrado hacer en 56 años de vida. Esa sensación de fracaso fue de las peores cosas que pude sentir.

Salí de ese lugar con ese sentimiento presente, decidí caminar por el boulevard sin destino fijo y, con la mente en blanco, llegué a mi vieja escuela. Esta estaba totalmente cambiada, pero aún conservaba esa energía con que yo la recordaba. Me senté en la plaza frente a la escuela y me quedé observando sus paredes, sus ventanas, tratando de recordar en mi mente lo que viví en ese sitio, recordando los salones que recorrí, el patio en el que jugué, tratando de recordar la cara de mis compañeros de clases e imaginando que habría sucedido con ellos, que habrían hecho con su vida. De ninguno tuve noticias nunca

Increíblemente, cincuenta años después, sentado en esa plaza, viendo a mi escuela y justamente pensando en mis amigos, puso su mano en mi hombro uno de ellos, Moy. Me dijo que tenía rato mirándome y, pese a que me reconoció, tuvo dudas de que fuese yo; sin embargo, decidió acercarse sabiendo que no tenía nada que perder. Moy fue mi compañero en la escuela y era un alumno ejemplar, destacaba en todo lo que hacía, era el mejor estudiante y deportista de la escuela. Cada fin de año era homenajeado como el mejor alumno y como atleta del año. La opinión general es que tendría un brillante futuro en cualquier profesión o si definitivamente se dedicaba al fútbol, ya que era una promesa del estado y asiduo convocado a las selecciones infantiles del país. Ahora lo vi gordo, víctima de una calvicie que nunca imaginé que tendría, se veía desaliñado, envejecido, yo no lo hubiese podido reconocer si él no se me acerca. Me dijo que él también me vio gordo y canoso.

Moy rondaba los 57 años, lo vi triste, cansado, decepcionado, con un peso que no lo dejaba levantar cabeza. Conversé el resto de la tarde y parte de la noche con él, no había tenido noticias de su vida por lo que creí que había dejado los deportes y se había dedicado a una carrera universitaria. Me contó que a los 16 años firmó con un equipo profesional de fútbol famoso, logró irse del país y comenzó a disputar un campeonato en las categorías menores, todos tenían la mirada puesta en él y todos le auguraban un gran futuro. Al poco tiempo lo hicieron debutar en primera, era mucho lo que se esperaba de él y ese salto, a tan corta edad, era halagador; sin embargo, en los primeros partidos fue blanco de las patadas de los rivales, quienes no aceptaron que un extranjero de tan corta edad, despuntara en el campeonato, Moy terminó lesionado de tanta gravedad que su equipo no quiso costear la recuperación y ahí terminó su carrera.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 31.01.2025

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