Cuentos de la vida misma

Tras sus pasos

Marcos despertó de golpe cierta mañana, en ese momento tenía el sueño fresco o como dirían los neurólogos, tenía un déjà rêvé. Este sueño, que aún recordaba, era algo oscuro y era sobre su padre. Ambos progenitores de nuestro protagonista eran personas religiosas, diría más bien que practicaban un catolicismo sincrético. No iban a misa, pero rezaban en las noches, iban a la iglesia en semana santa, cumplían los rituales de visitar los siete templos, asistían a las misas de gallo en navidad, bautizaban a sus hijos tanto en la iglesia, con el bautizo sacramental, como en la casa con el bautizo de agua. Este último lo realizaban con una rezandera, los padrinos normalmente eran tíos del neonato y el ritual se hacía específicamente para cuidar al niño de malos espíritus, mal de ojo o brujería.

Marcos no creía en estas cosas, desde muy niño fue prácticamente obligado por sus padres a seguir estas tradiciones; por lo que tuvo que aceptar, siendo un infante de edad escolar, que le pusieran una cinta roja en la muñeca para cuidarlo del mal de ojo, como también que le dieran una cadena de oro con un crucifijo par protección contra demonios. Ya como adolescente, no le quedó más remedio que andar, para arriba y para abajo, con su ojo de zamuro como protección porque así se lo pidió su papá. Tampoco le fue muy bien con las costumbres de la iglesia, pero le era obligatorio ir, por lo menos, a la misa el miércoles de ceniza, asistir a las celebraciones de semana santa, a la misa por conmemoración del fallecimiento de algún familiar o las misas de gallo en navidad. El resto de las veces sus padres lo dejaban tranquilo. Ahora como adulto, padre de familia, sustento moral y voz cantante en el hogar, trató de alejar lo más que pudo a sus hijos de ese mundo católico-pagano.

A parte de estos rituales, su padre tenía cierta fascinación con los sueños. Acostumbraba a preguntarle a la familia, a la hora de desayunar, que recordaban de lo que habían soñado esa noche. En ese momento trataba de identificar alguna premonición de este, pero si el sueño era muy enigmático, siempre consultaba con un amigo que era sacerdote, además de psicólogo, que podría significar ese sueño. Fue a través de uno de esos sueños que determinó que tenía que darle a Marcos una semilla de ojo de zamuro para que lo protegiera. Ese día se había despertado inquieto y extrañamente no quiso decir que había soñado, lo único que mencionó es que tenías que darle ese amuleto a su hijo lo más rápido posible. Nunca reveló que soñó, pero, a partir de ese momento, Marcos, un no creyente, cargo su ojo de zamuro para todos lados y con el tiempo lo adaptó como llavero.

El sueño que había tenido Marcos este día era turbio y oscuro, además, estaba ligado a su padre; sin embargo, él no lo llamó para contarle que había soñado, tanto para no preocuparlo, sabiendo lo impresionable que era él con esas cosas, como por el hecho que él mismo no creía en eso. De hecho, a lo largo de su vida había tenido muchos sueños que serían la fascinación de cualquier esotérico, sueños que pudieron ser interpretados de muchas formas por esos especialistas en el mundo onírico; pero él le prestaba una nula atención a eso y este caso no iba a ser distinto. Así que Marcos siguió con su rutina diaria y no dejó que ese malestar lo arropara. Incluso a medida que pasaban los minutos, el recuerdo de lo que soñó se fue diluyendo, hasta solo quedar la vaga sensación de que había algo malo lo acechó durante la noche.

Decidido a dejar esas tonterías atrás, se empezó a preparar para ir a trabajar. Ni siquiera le comentó a su esposa que había despertado inquieto, él quería pasar su día normal y no obsesionarse con cosas que toda su vida rechazó por no ser racionales. Su esposa salió primero ya que ella levaba a sus hijos a la escuela y luego se iba a trabajar, por lo que él se quedó, un tiempo corto, solo en la casa.

Justo cuando iba a salir de la casa al trabajo, aproximadamente a las siete y cuarenta y cinco de la mañana, el retrato de su matrimonio, que estaba adornando la sala, se cayó e hizo un gran ruido porque se rompió el vidrio que protege la foto. En esa foto, además de él y su esposa, estaban retratados los padres de ambos. Marcos, extrañado por ese suceso, ya que nada pasó para que se cayera el porta retrato, lo levantó, recogió los vidrios y enseguida recibió una llamada. Era su hermana quien, llorando, con una voz ininteligible por el gimoteo, le comunicó que su padre había muerto de un infarto fulminante.

El impacto fue grande porque él no manifestó ninguna dolencia y, de hecho, hacía una semana él, junto a la madre de Marcos, lo habían visitado, además de que casualmente ese porta retrato fue uno de los regalos de bodas que ambos, madre y padre, le dieron a su hijo. Marcos, en medio del estupor, logró preguntar a su hermana la hora de la muerte. " murió a un cuarto para las ocho", respondió la hermana. En ese momento, todo lo que había aprendido Marcos de su familia, todas esas tradiciones, costumbres y ritos, todo ese sincretismo católico-indígena-negro, se conjugó para que su cerebro le respondiera que su sueño fue para prepararlo de que algo malo sucedería con su papá; pero, además, el ser irracional que todos llevamos le comunicó que su padre, poco después de morir, fue tras sus pasos, visitó al hijo que estaba lejos físicamente y la forma que él le hizo saber que estaba por ahí visitándolo fue tumbando el porta retrato que él le había regalado.

Marcos no tenía maneras de probar esto, pero sintió muy adentro de su ser, que esas tradiciones mundanas y hasta paganas tenían su razón de ser. Que a la llegada a este mundo hay que hacer ciertos rituales para proteger al niño y a la partida también debemos facilitarle el tránsito a nuestro ser querido para llegar al descanso eterno. Marcos estaba seguro que su padre había ido a despedirse de él y también tuvo fe que esos rituales, que antes aborrecía, lo ayudarían al tránsito a la vida eterna.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 31.01.2025

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