Cuentos de la vida misma

El Minero

José Antonio no era un minero, es difícil poder encajonarlo en una profesión porque hacía de todo lo que fuese necesario para su sustento, A veces era albañil, otras plomero, otras fue mensajero, fue ayudante de carpintería, oficinista y un sinfín de cosas más. Él era una persona que, como se dice, "no se le moría el muchacho en la barriga". Por eso no es de extrañar que cuando se enteró que había una "bulla" cerca de Cárida, en plena selva amazónica, él se interesó en saber más del asunto.

José Antonio no era minero, pero conocía personas que iban a las minas por tres o cuatro meses y ellos regresaban con dinero y con ganas de volver, pese a que en una mina las condiciones de vida son precarias, la salubridad es nula y las enfermedades están a la orden del día. Sin embargo, a pesar de todos estos problemas, ir a la mina implicaba ganar mucho, muchísimo dinero, claro está, en la mina también podrías perderlo todo, ya que la vida era extremadamente cara y la inseguridad altísima

José Antonio no era minero, pero había escuchado, de conocidos, que el negocio de la mina era muy diverso y todos ganaban en él. Estaban los que vendían mercancía de todo tipo, desde bodegas con ventas de alimentos, pasando por restaurantes, por licorerías, hasta llegar a burdeles, llamados aquí "corruptelas". Pero también había proveedores de servicios, estaban los transportistas, unos con lanchas y otros con motos, organizados en cooperativas, eran los que trasladaban personas, máquinas y materiales, tanto desde fuera de la mina hacia esta, como internamente. Estaban las mujeres de servicio que lavaban ropa y cocinaban para los mineros, estaban los que vendían gasolina y gasoil para las maquinas, los que proveían seguridad, que podrían ser hampa organizada, paramilitares, guerrilleros y hasta los propios efectivos militares que se prestaban para esto. En fin, era mucha gente la que ganaba con la mina, pero los que más ganaban eran los dueños de las maquinas, quienes solo iban una vez a la semana a hacer el "resumen", que no es más que recoger todo el oro recabado por los mineros que trabajaban para él. Cuando se hacía ese resumen era costumbre darle algo de oro a todo el que estaba por ahí.

José Antonio no era minero, nunca había estado en la selva, su casa estaba en la costa, lejos de ese ambiente hostil, alejada de la civilización. El conocía de insectos, estaba familiarizado con los zancudos llamados "puri-puri", pero no conocía de los miles de variedades de insectos que podían conseguirse en la selva. Él no sabía de enfermedades como el paludismo, el mal de chagas o la esquistosomiasis, que son endémicas de esa zona. Él había viajado en lanchas hasta las islas cercanas a la costa, travesías de máximo cuarenta y cinco minutos, pero nunca había estado en un bongo por cuatro horas o más, atravesando un río lleno de rápidos, con constantes remolinos y piedras en su cauce, un río que era vida para las comunidades que viven en torno a él, pero que constituye un peligro para quien no lo conoce y se atreve a entrar en sus aguas.

José Antonio no era minero; pero, ante su precaria situación económica y su inestabilidad laboral, sintió la necesidad de volverse minero; así que José Antonio, ahora a punto de convertirse en minero, se reunió con un grupo de amigos, un grupo pequeño de cinco personas que desconocían lo que significa ser minero. Todos juntos salieron en dirección a Cárida, en medio del macizo guayanés. Recorrieron seis horas en vehículo, algunos tramos en autobús, otros pidiendo cola, hasta llegar a Samariapo, el puerto fluvial desde donde salían todas las embarcaciones, llamados por los lugareños bongos, hacia el sur, selva adentro. A partir de ahí el traslado era fluvial, ocho horas en bongo, ya que por la sequía el río estaba bajo y habían muchos bancos de arenas, piedras y rápidos a lo largo de su recorrido, por lo que la navegación se debía hacer lentamente A partir de Cárida el viaje era a pie, se iban a ir con un baquiano de la zona, en un recorrido que debía tomarles unas 10 horas, ya que el grupo quería llegar a una zona donde no hubiesen muchos mineros.

José Antonio no era minero, ni siquiera le gustaba acampar, o quedarse a dormir en una finca. A él le molestaban los mosquitos, les tenía temor a las rayas o a los tembladores, muy comunes en los ríos tropicales. A él le gustaba la comodidad de su casa, ver televisión, jugar video juegos, escuchar música o dormir con aire acondicionado; pero los mineros no tienen nada de eso, andan llenos de barro todo el tiempo, se bañan en los ríos, hacen sus necesidades en el monte, su ropa la medio lavan, duermen en hamacas y cocinan como pueden, todo muy distinto a lo que estaba acostumbrado José Antonio.

José Antonio no era minero, pero con mineros veteranos aprendió rápidamente el oficio. Manejó la zuruca con destreza, aprendió sobre el uso del azogue y empezó a identificar posibles betas de oro. Pero no solo eso, su conducta se igualó a la de los mineros, es por esto que, poco a poco, los cinco amigos, quienes habían emprendido esta aventura, comenzaron a separarse, cada uno trató de estar lo más solo posible para evitar compartir con los otros lo que encontraran. El minero es solitario y callado, no habla con nadie, no cordializa con nadie, esta era la actitud que estaban tomando los cinco amigos, en especial José Antonio.

José Antonio no era minero por eso no estaba preparado suficientemente para este trabajo. Pese a que llevó repelente, no llevó un mosquitero acorde al ambiente en el que iba a trabajar. Asimismo, para dormir llevó chinchorro y no hamaca, la diferencia estaba en que el chinchorro no es cerrado completamente como la hamaca, por lo que permite el paso de insectos, animales y alimañas. José Antonio no mascaba chimó, que es un tipo de tabaco que, además, al escupirlo, produce un olor que aleja a animales, especialmente culebras; tampoco llevó creolina, otro liquido usado para espantar animales. Así que José Antonio dormía casi a la intemperie, con nula protección contra las amenazas de la selva.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 31.01.2025

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